Simón Bolívar y María Teresa del Toro, matrimonio español en 1803 |
Las relaciones de España con América Latina son esenciales, se mire por donde se mire. La celebración de la Cumbre Iberoamericana se mantiene impulsada gracias a Madrid porque muchos de los países latinos han perdido interés por esta cumbre en la última década, más motivados por las alianzas locales del subcontinente. Además, es cada vez menos seguro decir relaciones esenciales y viceversa porque la relación de América con su pasado europeo, en el caso que nos concierne pasado ibérico, en los últimos tiempos marcados por la «hiper globalización» no es tan decisiva.
Hace más de 200 años que las repúblicas de América Latina comenzaron una
especie de exorcismo de la identidad cultural que habían recibido para forjar
una realidad propia, que sigue siendo motivo
de estudio. Y en esa realidad España pintaba poco. En cambio,
cuando España comenzó una nueva realidad en su historia reciente, la llamada
transición democrática con la Constitución de 1978, América Latina volvía
ser crucial para la península y, al mismo tiempo, América miraba a España como modelo para los países que iniciaban también sus transiciones a la democracia.
Tanta importancia se daba en la «renacida» España democrática a la relación histórico-cultural con el continente al otro lado del Atlántico, que la declaración de intenciones respecto a América se plasmó en la Constitución democrática que por referéndum se otorgó el soberano pueblo español. Por ejemplo, en el Título II de la Constitución se señala al monarca como «la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica». Pero no sólo a niveles institucionales se remarca esa importancia, en el artículo 11.3 se expresa: El Estado podrá concertar tratados de doble nacionalidad con los países iberoamericanos o con aquellos que hayan tenido o tengan una particular vinculación con España. En estos mismos países, aun cuando no reconozcan a sus ciudadanos un derecho recíproco, podrán naturalizarse los españoles sin perder su nacionalidad de origen.
Precisamente,
la nacionalidad española es lo primero que perdieron los americanos tras
sus emancipaciones.
Y española era la mujer que amó como esposa a Simón Bolívar.
El joven Bolívar se enamoró de la madrileña María Teresa del Toro Alayza en
1800, recién iniciada su residencia en España para completar su formación académica
y militar. Él tenía 17 años, ella era dos años mayor. Lo que habla del gusto por las «empresas difíciles» de Bolívar desde joven, pues complicada misión sería para un recién llegado de las Américas conseguir enamorar y esposar a una dama peninsular y, encima, algo mayor que él. Sin embargo, el amor tan
intenso por parte del futuro libertador sobre María Teresa consiguió su objetivo. Muestra de que fue amor verdadero y tan intenso es el juramento de Simón Bolívar: juró no
volver a casarse con ninguna mujer tras la repentina muerte de María Teresa, ocurrida
en Caracas el 22 de enero de 1803, cuando solamente llevaban ocho meses de
matrimonio. Bolívar demostró ser ese hombre de palabra que glorificó la
historia, pues, en efecto, no volvería a casarse.
La historiografía
latinoamericana sobre el personaje se ha fijado mucho más en las 34 damas
posteriores a la madrileña Mª Teresa del Toro. Más mujeres amantes tendría
Bolívar que repúblicas creadas tras su proceso emancipador de la Corona española.
Entre el mito (hay versiones que hablan de cientos de mujeres) y la veracidad, las incontables relaciones
amorosas del libertador en América no tuvieron el sello amoroso profundo
del casamiento español de Simón Bolívar. Algo de metáfora del subconsciente tiene
este dato. Bolívar hace un juramento de no volver a contraer matrimonio; el matrimonio que simboliza al «amor contractual», legitimado y lleno de responsabilidades recíprocas
entre los contrayentes. Como una «liberación del subconsciente», la muerte de la
española María Teresa le permite llenar su vacío amoroso con las mujeres americanas
que comenzaban a no ser españolas, gracias a la revolución que él mismo
iniciaba.
Es
entonces que surge la figura de Manuela Sáenz Aizpuru, apasionada amante
del libertador con rasgos más ajustados a las necesidades de la nueva realidad
que se perfilaba en la llamada América española. El semblante que se dibuja
de Manuela es muy diferente al de la madrileña María Teresa. Manuela es
descrita como «revolucionaria independentista» incluso antes de haber
conocido a Bolívar. Casada con un médico inglés, su infidelidad contra el súbdito
de Su Majestad Imperial para amar al viudo libertador le hace otra «alegoría» curiosa del proceso histórico que acuñó la realidad latinoamericana. Ningún
otro imperio iba a poseer a la bella y apasionada «Manuela-América». El cuerpo y el
corazón de esta mujer independiente serían ya eternamente para el caraqueño forjador de naciones.
Recreación del retrato de Mª Teresa del Toro, esposa de Bolívar, a partir de su parecido con una familiar. No se conocen retratos de ella en pintura o grabados de la época |
Pero
en el corazón de Bolívar siempre quedó la zozobra del infortunio de aquel amor
español. Como así lo reconoció y quedó registrado en el diario de su
secretario, el general de origen francés, Luis Perú de Lacroix: «Si no
hubiera enviudado, quizás mi vida hubiera sido otra; no sería el general
Bolívar ni el Libertador, aunque convengo en que mi genio no era para ser
alcalde de San Mateo». Además de haber reconocido entrar en una profunda
depresión tras la muerte de su esposa y confesar “quise mucho a mi mujer”. La
realidad iberoamericana, tan importante aún para esa España «fallecida» en Caracas, quizás fuese diferente –ni mejor ni peor, solo distinta- si Mª
Teresa del Toro Alayza no hubiera dejado viudo a Bolívar tan pronto
y sus mentores europeos (en París) le recomendasen llenar su vacío existencial
centrándose en la política.
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Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
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