Placa homenaje al sargento Henry N. Gunther, considerado último muerto de la Gran Guerra |
Cien
años del fin de la Gran Guerra y sus consecuencias no están del todo
cicatrizadas. Lo hemos podido ver en la reunión que ayer conmemoraba en París
el centenario de la firma de la paz, con más de 70 jefes de Estado de todo el
mundo, donde los líderes más destacados manifestaron sus antagónicos modos de
ver la historia y la política actual. Un armisticio que tuvo algo de
cabalístico al elegir el día 11 del mes once (noviembre) a las once de la
mañana. Me viene al recuerdo otros 11 en la historia de la humanidad que
parecen invocados por el maligno. Aunque pensarán qué tiene de malo finalizar
una guerra tan “apocalíptica”. Pues en principio nada, lo que ocurre es que el
fin de esa gran contienda mundial abrió una especie de ‘caja de Pandora’ de los
horrores que muchas veces no fueron previstos y no son bien analizados.
Por
ejemplo, se ha dado por sentado que las humillantes condiciones impuestas a los
vencidos en el Tratado de Versalles que rubricaba la paz, sentaron las
bases de los nacientes fascismos en el periodo de entreguerras. Fascismos que
causaron la II Guerra Mundial, otra de las argumentaciones más conocidas.
Sin embargo, Italia y Rumanía estaban en el bloque vencedor de los aliados en
1918 y fueron la cuna de los fascismos más “puros” que se dieron en Europa.
Además, el argumento de que ciertos nacionalismos se radicalizaron hacia el fenómeno
nuevo del fascismo porque no recibieron los “botines de tierra” esperados es
inexacto, ya que Rumanía e Italia recibieron en el reparto de tierras tras el
fin de la Gran Guerra muchas más regiones de las que se “merecían”. Es decir,
que los injustos acuerdos de paz de 1918 y 1919 no son los causantes
esenciales del surgimiento del fascismo; hay que reflexionar más sobre
ello.
En
los últimos años, desde 2014 que se cumplió el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, se ha venido reflexionando desde perspectivas socioeconómicas
hasta psicológicas acerca de esta gran contienda que marcaría la mentalidad de
varias generaciones y, sobre todo, de la generación de los líderes que luego
estarían al frente de sus países en la “consecuencia derivada” de la Segunda
Guerra Mundial. El presidente Truman, por ejemplo, participó en la
Gran Guerra como oficial de una compañía de artillería. En sus memorias confesó
que estuvo disparando sus cañones hasta las 10:50 horas del 11 de noviembre de
1918. En ese momento no percibió el absurdo de su acto, pero años después, en
el fondo, tampoco. “Disparé hasta ese minuto según las órdenes”; escribió
con toda franqueza. Recordemos que fue el dirigente de EEUU que tomó la decisión
de usar la bomba atómica contra Japón.
Exultante celebración del fin de la Primera Guerra Mundial |
La muerte del sargento Gunther en el último minuto de la Gran Guerra, está considera la última baja oficial del conflicto
El
sargento Henry N. Gunther está considerado el último soldado en morir en la
Primera Guerra Mundial. Era de Baltimore, EEUU, y tenía 23 años. Murió al
lanzarse en una absurda carga a bayoneta en la ofensiva de Mosa-Argonne contra
un nido de ametralladoras alemán a las 10:59 de ese histórico 11 de noviembre
de 1918. Lo hizo a pesar de la sensación palpable de que la guerra estaba
acabada, por los informes que iban llegando a los oficiales de que a las cinco
de la madrugada se había firmado el armisticio entre aliados y alemanes en un
tren parado en el bosque de Compiègne, al norte de Francia, con la orden general de cesar el fuego a las 11:00 AM. El dato podría
pasar por una anécdota cruel que reafirma lo absurdo de esa contienda. Aunque,
además, sirve como argumento de peso para tratar las causas y consecuencias de
esa primera barbarie mundial desde la perspectiva psicológica.
El
sargento Gunther tiene detrás una historia de mayor profundidad que su
absurda estadística de ser el último caído en combate. Por lo visto, había sido
degradado a soldado raso durante un tiempo por el contenido de una carta que
envío a EEUU. La censura se daba en ambos bandos y la misiva de Henry
fue una de las abiertas. Así descubrieron que aconsejaba a un amigo que ni loco
se le ocurriera alistarse para acudir a esta locura de los europeos. Él era de
origen alemán, americano pero de segunda generación. Las dudas de su valentía y
su compromiso surgieron desde ese momento. El hecho es que Gunther quedó
traumatizado por esa reacción contra él, iniciando un cambio de actitud que le
llevaría a presentarse voluntario a las acciones más arriesgadas y a
comportarse de manera temeraria en el campo de batalla. Deseaba contradecir a
sus superiores y demostrar que él sí estaba comprometido con la causa de la
guerra y que era un soldado valiente. Neura
que llevó hasta el último minuto de su vida y que coincidió con el último
minuto de la Gran Guerra.
Gustavo
Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
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