Globalización, una época de desconocimiento

Ciudadanos de la ciudad ucraniana de Járkov
                   

  El título es chocante. La idea que está detrás de él no lo es tanto. No será la primera ni la última vez que este blog reflexione sobre una tesis del fallecido politólogo e historiador Tony Judt; lo hacemos convencidos de tener delante de las narices muchas certezas a las que no prestamos atención o a las que consideramos tan evidentes que no necesitan ser profundizadas o enseñadas. Vivimos una era de transformaciones tan rápidas que tendemos a olvidar lo aprendido en el pasado porque el presente tan innovador lo convierte en inútil, inservible y motivo de olvido. ¿Para que nos sirve ya saber programar un vídeo VHS?

La globalización es un fenómeno en apariencia nuevo, aunque no es así si consideramos que va camino de los 250 años. El liberalismo y sus formatos económicos, el capitalismo mercantil y financiero, la revolución industrial de finales del XIX, supusieron las primeras épocas globales, pero fueron consciente de ello mucha menos gente de la que ahora sabe que vivimos en un mundo global. Prácticamente hasta las últimas dos décadas del siglo XX las personas teníamos información de nuestro entorno social, enmarcado en el contexto más amplio de un Estado-país y, como mucho, de un continente; eso nos permitía conocernos bien o al menos compartir un conocimiento común y colectivo gracias al “sistema educativo nacional, a la radio y la televisión controladas por el Estado y a una cultura impresa común”[1].

La actual “globalización” se diferencia de las otras en la casi infinita posibilidad de acceso a datos e información que ahora tiene la gente. Eso, no nos engañemos, no supone la existencia de una ‘Cultura Común’. La información que buscamos y seleccionamos en este “estado global” estaría marcada a fuego por diversas afinidades e intereses de cada cual. De esta manera el mundo puede avanzar en un sentido, pero nosotros tener muy poco en común con él porque hemos seleccionado el conocimiento a nuestro gusto. Esa misma premisa se puede trasladar a las colectividades, a los países.

Una hipótesis de Judt muy clarividente es la que explica la actitud belicista de los estadounidenses, carácter que les ha provocado la animadversión y, sobre todo, la incomprensión del resto del mundo. A diferencia del resto de los países participantes en las dos grandes guerras del siglo XX, los estadounidenses no sufrieron apenas víctimas civiles y su territorio (exceptuando el puerto militar de Pearl Harbor) no fue bombardeado o invadido y transformado. En la sociedad americana esas guerras fueron “buenas”, ni sufrieron espantosos números de bajas en sus ejércitos en comparación con otros contendientes. La actitud hacia conflictos como los de Afganistán o Irak sería la misma que ante las guerras mundiales: era un asunto honorable donde “nuestros ejércitos” lucharon por la libertad y la democracia.

La sociedad estadounidense, su opinión pública en general, ha “seleccionado” y “fragmentado” la información sobre el pasado más reciente, los datos infinitos sobre la II Guerra Mundial, por ejemplo, han sido filtrados por el gusto y los intereses de los ciudadanos estadounidenses y eso ha influido en sus políticos, historiadores e intelectuales que debían gestionar o analizar ese pasado común que se compartía con el resto del mundo. Pero eso se hace en todas partes, es el rasgo más generalizado en esta globalización liderada por Internet. La profusión de datos obliga a fragmentarlos y a su selección, como decíamos, marcada por la afinidad y la propia experiencia.

En América Latina existe la actitud de “aceptar” o de tolerar a gobiernos autoritarios de marcado carácter nacionalista porque sus revoluciones de independencia y de creación como Estados fueron protagonizadas por militares o “personalidades heroicas” (gobiernos personalistas). En Europa tenemos la tendencia a asimilar actitudes xenófobas, intolerantes y racistas porque durante muchos periodos de nuestra historia los países se conformaron precisamente con la expulsión de ciertas poblaciones o la contención de invasiones provenientes de Oriente. En Asia se  pueden dar con más facilidad actitudes que desprecian los derechos humanos de las personas porque fueron, en su mayoría, sociedades constituidas por castas, separaciones sociales muy marcadas entre privilegiados y “parias”.

La era de la globalización nos obliga a dar por bueno lo innovador, todo lo nuevo del presente actual, haciéndonos olvidar que en el pasado ( y en este caso el más reciente) común y compartido (no el seleccionado) estaría la mejor información para entender este presente y su proyección de futuro.


Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador



[1]  Judt, Tony (2008): Sobre el olvidado Siglo XX. Editorial Taurus. Madrid. 490 pp.

Fuente de la fotografía:
http://www.eldiario.es/politica/Tirotean-alcalde-principal-ciudad-Ucrania_0_254424829.html

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