Sería prácticamente imposible abordar de forma exhaustiva las variedades
que puede adoptar la crueldad humana. Las formas de la barbaridad pueden ser
innumerables, pero tienen una especial trascendencia en el caso de los
conflictos armados. Durante las guerras se da vía libre para exhibir con todo
tipo de lujo y detalles la interminable gama que puede adoptar el horror. Al
fin y al cabo, es irónico y en cierto modo cínico tratar de plantear unas
reglas de mínimo cumplimiento cuando se da un enfrentamiento sangriento y
brutal entre dos grupos o facciones. Cuando la cuestión reside en matar al otro
es absurdo tratar de imponer una regulación sobre la forma en que se debe
aniquilar al enemigo. Sin embargo, la violencia y la locura de la guerra puede
adoptar formas inhumanas basadas en la explotación del más inocente: es el caso
de los “niños soldados”.
La Organización de las Naciones Unidas no puede ser más tajante al
respecto: “Los niños son las principales víctimas de los conflictos armados”.
Los datos que ofrece UNICEF son más concluyentes que la propia afirmación del
hecho: se calcula que en los últimos diez años han muerto por causa directa de
un conflicto en torno a dos millones de niños y niñas. Son seis millones los
que han sufrido graves daños mientras que se calcula que aproximadamente veinte
millones de refugiados o desplazados internos son niños. Más de un millón son
huérfanos. Sólo las minas terrestres provocan la muerte o mutilación cada año
de entre ocho y diez mil niños. Otro de los datos más preocupantes es el
referido al de los niños soldados que participan directa o indirectamente en los conflictos: se estima una
cifra que ronda los trescientos mil, que engrosan contingentes armados,
gubernamentales o no, en veintidós países de América Latina, Asia y,
especialmente, África.
La entrada en vigor en 2002 del Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del
Niño relativo a la participación de los niños en los conflictos armados no ha
supuesto la desaparición de esta lacra. Todos los organismos implicados en la
protección de este grupo especialmente vulnerable a los conflictos armados
insisten en la necesidad de la adopción de políticas preventivas y de
materializar las sanciones y penas impuestas a quienes empleen a niños y niñas
con fines militares, penas consideradas como crímenes de guerra por la Corte
Penal Internacional. En este sentido, el arresto en marzo de 2010 de Thomas
Lubanga, acusado del reclutamiento
de niños y su uso en las hostilidades de la República Democrática del Congo supuso un hito en la lucha por los derechos más básicos de la
población infantil en zonas de guerra.
Si la puesta en marcha de forma efectiva de todos los mecanismos
previstos en el derecho internacional es totalmente necesaria para erradicar
los llamados niños soldados, más eficaz sería el establecimiento de políticas
preventivas. En muchas ocasiones, estos niños guerreros no son más que
resultado de unos contextos sociales y económicos desfavorables. Muchos de
ellos son secuestrados y obligados a luchar, pero la mayoría lo hace de forma
voluntaria, empujados por el empeoramiento de sus entornos o por simple
coacción. Prácticamente no les queda otra alternativa. La vulnerabilidad de los
más pequeños les hace especialmente idóneos para desempeñar tareas y misiones
de suma peligrosidad poniendo en peligro su vida sin tener en cuenta las
consecuencias de sus actos. Por no referirnos al constante uso de drogas y
violencia para forzar las actuaciones de los niños soldados.
La participación infantil en los conflictos adultos puede ser directa o
indirecta. Pueden ser soldados equipados con armamento y participar en los
enfrentamientos, o ser empleados en tareas logísticas. En otras ocasiones,
quizás demasiadas, los niños son usados como escudos humanos, para despejar
campos minados e, incluso, como esclavos sexuales. Son evidentes los riesgos y
los traumas que estas personas tendrán que llevar consigo, siempre y cuando
sobrevivan. Y su reintegración en sus comunidades se antoja como un proceso largo y
complejo que, a pesar de todas las ayudas posibles, no siempre tendrá un final
feliz. Es el caso de muchas niñas, esclavas sexuales o violadas constantemente, y repudiadas en sus
respectivas comunidades.
Sin duda, este es uno de los principales retos a los que enfrenta la
comunidad internacional. Y en este sentido, quizás, sea conveniente recordar
las palabras del Secretario General de la ONU cuando en 2008 afirmaba que “La
protección de los niños en los conflictos armados es una prueba de fuego para
las Naciones Unidas y los Estados miembros de la
Organización. Es un
llamamiento moral y merece colocarse por encima de la política”.
Luis Pérez Armiño ©
Fuente de fotografía 1: niños soldados en la II Guerra Mundial
Fuente Fotografía 2: niño soldado en Sierra Leona (África)
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