La Cooperación española: de una España solidaria a una España en crisis


Los españoles son solidarios. Es el primer país, por ejemplo, del mundo en donación de órganos. España lleva en el primer puesto del ranking mundial de donantes casi 25 años. A nivel institucional es uno de los pocos países desarrollados con una agencia de cooperación experimentada. Más de 35 años haciendo proyectos de fomento al desarrollo de países necesitados de todo. Las acciones de la Agencia Española de Cooperación han sido sobre todo en Centroamérica y en África. En algunos casos, esos países han entrado en la llamada ‘vía de desarrollo’ gracias a los planes estratégicos de la Cooperación española.

Lo más significativo de esta cooperación es que suelen ser proyectos muy ligados a las personas. Me explicó. Muchos de esos planes de ayuda al desarrollo cambian la vida para siempre de los beneficiados. Muchas veces es pura “cooperación personalizada” para una comunidad, una localidad, hasta para un grupo que no llega a gran colectivo. El balance más positivo se comprueba en detalles tan esenciales como cuando unos jóvenes nicaragüenses aprenden un oficio digno y cualificado, salen de la pobreza y trasmiten sus conocimientos al resto de su comunidad. El dinero que aportamos ha sido bien empleado, pues la ‘Cooperación’ se profesionalizó y los agentes que trabajan en la agencia no son meros “contables” de esos fondos.




Son datos para estar orgullosos. Aunque veremos los matices, que son bastantes. Satisfacción y orgullo considerando que hasta 1981, el Banco Mundial nos consideraba un país en ‘vías de desarrollo’ y, por tanto, objeto de ayuda internacional. Pero desde 1982, con la categoría oficial de Estado desarrollado, comienza a aportar ayuda internacional. Eso sí, al igual que el resto de los países más desarrollados, nunca se llega al famoso 0,7 % del PIB del país como aportación internacional. Esa “utopía” fue aprobada por la 25º Asamblea General de la ONU de 1970. Nuestro país ha sido generoso cuando ha podido, siendo de los que llegó a aportar más que la media de la OCDE, sobre un 0,45%. En cambio, desde el inicio de la crisis en 2008 esa aportación ha decrecido un 70%, llegando en 2014 por debajo del 0,15%. El año pasado, 2015, repuntó al 0,21%; insuficiente para relanzar las políticas de ayudas internacionales.


La Ayuda Internacional es lo primero que recortan los Estados ricos en épocas de crisis. Injusto, desde luego, porque el haber mantenido la cooperación en sus niveles, incluso aumentados, hubiera sido más rentable y ventajoso a medio plazo, asegurando un desarrollo de forma sostenida que evite tener que planificar nuevos proyectos, más costosos, desde cero. La situación de inestabilidad política de España en 2016, sin aprobarse los presupuestos del 2017, hace prever que se mantendrá la sobriedad presupuestaria de la Cooperación española en ese 0,2% “testimonial”.

Al menos, que sirva para consolidar proyectos como la planta de residuos sólidos urbanos (RSU) en Nicaragua, que borró uno de los lugares más indignos del planeta. El mayor vertedero a cielo abierto de América Latina, La Chureca, se convirtió gracias sólo a la Cooperación Española en una moderna planta de reciclado, donde las sombras de hombres, mujeres y niños que rebuscaban entre la basura ahora son empleados cualificados de ese centro de residuos, cobrando un sueldo y viviendo en la barriada que se construyó para los trabajadores de la planta.




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