Sede en Bruselas de la UE |
En realidad, el ya inevitable Brexit no ha parecido poner malas caras
en los líderes de la Unión Europea
cuando fueron a la Ciudad Eterna el pasado 25 de marzo a conmemorar el 60º
Aniversario del Tratado de Roma. La resignación se abre paso ante lo que hoy se
ha culminado con la histórica carta de la Premier Theresa May, donde Gran
Bretaña hace uso del Artículo 50 del Tratado de Lisboa. Artículo que permite a
un Estado miembro ejercer su derecho a salir de la Unión Europea. Ahora se
barajan como fechas históricas, a cada cual más, las del 25 de marzo de 1957
como inicio de las bases de la CEE (origen de la UE) y las del 29 de marzo de
2017 como la fecha donde se inicia la marcha de uno de los países que tenían
más peso económico y militar en la Unión.
Pero quizás ambas fechas estén
sobrevaloradas y sobredimensionadas. Se habla mucho del pragmatismo germano,
aunque, en mi opinión, el interés funcional de las cosas siempre ha tenido un
fuerte carácter británico. En la década de 1950, cuando el Reino Unido comenzaba a reconocer que no podía seguir con un modelo
económico imperial, recibir materias primas y alimentos baratos de sus
dominios, comenzó a mirar (con interés) a la Europa continental. Eso a pesar de su cultura aislacionista y su
eterna desconfianza hacia lo que venía del otro lado del Canal de La Mancha.
Sin embargo, EEUU ya no era su
principal socio comercial al final de esa década y comienzos de los 60. Ahora
el grueso de las importaciones y exportaciones era con los europeos
continentales. Los británicos acudieron como “observadores” a las reuniones de
Messina de los países de la Comunidad
Europea del Carbón y del Acero ( CECA) en 1955, preámbulo del futuro
Tratado de Roma (1957).
Aún así, a Gran Bretaña le pareció que la comisión de Paul-Henri Spaak (ministro belga de Asuntos Exteriores) promotora
de los acuerdos de Roma iba demasiado lejos en sus intenciones “europeístas”
para la idiosincrasia británica. Es decir, los británicos no estaban ni se les
esperaba el 25 de marzo de 1957 en Roma. Así que, el tratado de la capital italiana
sería solo una declaración de buenas y futuras intenciones de los países que ya
estaban unidos en el continente, los miembros de la CECA, que fueron los que lo
firmaron. El mirar de reojo al continente siguió dándose desde las islas británicas,
pues la realidad económica es más tozuda y Harold
Macmillan, Premier conservador, presenta la candidatura del Reino Unido en
1961 para entrar en la Comunidad Económica
Europea (CEE).
Tratado de Roma firmado el 25 de marzo de 1957. Fuente imagen |
Durante una década los británicos
harían lo mismo que van hacer ahora con el Brexit,
pero en lugar de para salir para entrar. Negociar un encaje en la CEE a la medida de sus
particularidades, lo que enfurecía a alemanes y franceses. Estos últimos (De
Gaulle) se hartaron a vetos contra la integración británica en la CEE por las
abusivas pretensiones de Londres. Finalmente, tras tiras y aflojas donde pareció
que ambas partes cedían igual, el 1 de
enero de 1973, Gran Bretaña entra en la Comunidad Económica Europea junto a Dinamarca e Irlanda. En un referéndum
de junio de 1975 organizado por el gobierno de Londres, gana el ‘Sí’ a
pertenecer a la CEE por un rotundo 67% a favor. Evidente, eran los duros años
de la crisis (“Petróleo”) del 73 y Europa ayudaba a pasar el momento
complicado. Casi 45 años después, Europa no ayuda sino que lastra, por lo visto,
en estos nuevos años de dura crisis.
La relación de Gran Bretaña con el resto de la Unión Europea ha sido, incluso siendo ya
miembro de pleno derecho, una historia de arduas y constantes negociaciones.
Los británicos lo cuestionaban todo y siempre anteponiendo su carácter
exclusivista. La historia del Brexit que
se inicia en esta fecha será lo mismo. Arduas y complejas negociaciones. Si el
británico ha llegado a la conclusión de que vivirá mejor sin la UE, puede que
comience en Europa a prosperar la idea de que sin el Reino Unido tampoco tenemos por qué vivir peor. En Berlín ya se han
puesto duros, la canciller Merkel acaba de advertir a Londres que antes de concretar cómo serán las nuevas
relaciones, deben quedar claras las condiciones del divorcio, cómo deshacer los vínculos
actuales.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
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