Ignacio Echeverría, el joven español que se enfrentó a los terroristas de Londres. Foto EFE |
Me auto exculpo de todas las
malas interpretaciones que se saquen del titular de este artículo. El lenguaje de guerra santa es el de los
terroristas. Sus páginas web llaman a matar al mayor número posible de “Cruzados”
y a sus mujeres e hijos en sus propias tierras. Los occidentales somos
cruzados, esos nobles, caballeros, infantes y peones que acudieron a la llamada
del Papa Urbano II allá por el año 1095, para la conquista de la considerada Tierra Santa. En realidad, el Papa aprovechó el reclamo de auxilio del emperador bizantino Alejo I que no lograba
contener a los turcos selyúcidas en
sus incursiones y apropiaciones de tierras cristianas de Oriente. Este empuje turco preocupaba a muchos príncipes europeos y la ‘Primera Cruzada’ se pensó como un
contraataque y una “recuperación romana” de lugares santos como Jerusalén.
Dudo mucho que el actual Papa, Francisco I, llame a una santa
Cruzada contra el infiel que atenta matando inocentes en tierras cristianas.
Todo lo contrario, el Papa Francisco maneja, dentro de una vetusta y
tradicionalista institución como es la
Iglesia, ese lenguaje de civilización
y progreso que se intenta alcanzar en gran parte del mundo, sobre todo en
Occidente. Será su llamada a la paz y a la concordia entre religiones, como
seguro hacen muchos imanes en sus mequitas. Por lo visto, los posibles terroristas
yihadistas se radicalizan a través del lenguaje y la palabra. El discurso
radical que unos enarbolan como bandera de guerra y odio, y otros escuchan y
creen. Como esos tres jóvenes musulmanes que cometieron los recientes atentados
en Londres.
El peligro de la fuerza de las
palabras, muchas veces menospreciada. El discurso de “moros contra cristianos” alienta al radicalismo cristiano de la
ultra derecha y hace un gran favor al yihadista que ve como su irracional
discurso cobra cierto sentido. La palabra puede movilizar a miles de personas.
Las palabras intentan ordenar nuestros mundos. Las palabras nos hacen tan
libres como prisioneros. Las palabras sitúan a unos y a otros, a unos como
nosotros y a otros como ellos. Unen y dividen. Por eso, tengamos cuidado con la
propaganda política que nos llegará en forma de noticia, artículo o ensayo
sobre el terrorismo islámico.
A Ignacio Echeverría no le movieron palabras radicales para actuar
de esa manera tan noble y heroica. El joven español no necesitó una llamada del
Papa para combatir al infiel que estaba asesinando mujeres en tierra cristiana.
Porque Ignacio no era un “Cruzado”, como no lo eran las otras víctimas de esos
tres indeseables. Solo son cruzados en la verborrea del odio que mantienen los
integristas, anclados en el año de la Primera Cruzada. Ignacio Echeverría no es el último cruzado. Ignacio es, era, una
buena persona (no hay más que ver su cara en las fotos) con buenos y justos
valores. Ignacio intentó con su acción dar sentido a palabras fuertes, radicales:
valor y solidaridad. Gracias, Ignacio Echeverría.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
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