Curiosa imagen del heredero al trono imperial japonés, Hirohito, cuando vivió en la Corte imperial británica en 1921 |
El que
podía considerarse el último emperador divino y autocrático Hirohito, que
consolidó la revolución Meiji que devolvía el poder estatal a los emperadores
en 1868, fallecía casi en la última década del siglo XX, en 1989. Más de
cuarenta años después de haber decidido firmar la rendición del Imperio
japonés el 15 de agosto de 1945. Japón era un país muy diferente al que
emprendió la aventura expansionista por toda Asia de la mano de su casta
militar. El querido emperador Showa, conocido así por ser
el nombre de la era en la que reinó, una época de esplendor político y económico
del Japón, en realidad ni era tan “divino” ni tan “autoritario”.
Es
precisamente con Hirohito, nada más ser coronado emperador tras la
muerte temprana (47 años) de su padre Yoshihito en diciembre de 1926,
que comienzan ciertas reformas de influencia occidental en las estructuras del
poder imperial. Educado en una corte muy influenciada por los imperios
occidentales en auge desde mediados del siglo XIX, el británico y el germano,
llegó a residir en Londres temporadas largas cuando era príncipe heredero. De
su abuelo, el célebre emperador Meiji que da nombre a la revolución,
heredó el estilo prusiano de organizar y gestionar al ejército imperial. De su
padre, el “enfermizo” emperador Yoshihito, conseguiría pronto una
educación internacional como dirigente, pues de facto Hirohito desde 1919 ejercía
de regente (fue nombrado regente oficial en 1921) ante la debilidad de su
progenitor. Era la época en la que viajó por Europa y residió en el Reino Unido.
Por
eso, una de las primeras cosas que haría Hirohito fue crear un Consejo
Supremo que en realidad tomase las decisiones importantes y refrendase las
suyas, por muy banales que fuesen. Además, atemperó su “carácter divino”,
separando su figura de la idea de ser la principal divinidad viviente de la
religiosidad de su pueblo. Conocer la verdadera personalidad de este emperador,
crucial en la historia japonesa por haber encabezado al país durante la
determinante Segunda Guerra Mundial, es tarea imposible. El hermetismo
seguía siendo (y sigue) la característica esencial de la figura imperial. Sin
embargo, medidas como las comentadas y actitudes frente a graves hechos históricos
nos pueden hablar bastante de cómo fue este emperador.
De la falsa era de ‘Paz y Armonía’ (Showa) a la actual era de verdadera paz, ‘Bonita Armonía’ (Reiwa)
Hirohito
fue conocido de manera contradictoria como el emperador de la era de paz y
armonía (Showa). Una paradoja, pues su figura está ligada a la historia
expansionista y militarista de su imperio. La historiografía occidental sobre
su figura ha pasado del señalamiento como responsable último de las atrocidades
niponas en Asia desde 1931, comienzo de la invasión japonesa de Manchuria,
hasta el final de la Segunda Guerra Mundial; a una visión más benévola tras
la desclasificación de documentos y diarios, como el de su último chambelán Kobayashi,
donde se mostraba a un emperador atormentado por el cargo de conciencia y el
remordimiento por seguir considerado responsable del belicismo japonés que llevó
al país a la guerra total desde el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre
de 1941.
Es difícil
asegurar que el emperador Hirohito fuese el principal y último responsable
de esas decisiones bélicas. Si bien es cierto que los militares más belicistas
ejercían el verdadero poder político en la sombra, desde los inicios del
reinado y acorde a la ola del militarismo autoritario (fascismos) que estaba
surgiendo al otro lado del mundo, Hirohito se había caracterizado por un perfil
moderado y modernizador. Las descripciones que de él hicieron diplomáticos
occidentales en esos primeros años, le dibujaban como un hombre de carácter
mediocre para ser emperador. Solamente mostró un carácter seguro y fuerte al
reprimir el golpe de estado de 1936, que de manera contradictoria fue dado por
militares contra el creciente poder “cívico-político” alrededor del emperador,
para devolver a éste mayor autoridad. Hirohito prefirió, en esta ocasión,
poner freno a los militares más radicales a pesar de ir contra sus intereses.
El actual emperador Naruhito el día de su boda con la entonces princesa Masako en 1993 (Créditos imagen de AFP, AFP/GETTY) |
Siguiendo
esta línea argumental, lo que más definiría a Hirohito sería la de un emperador
pragmático y que supo siempre adaptar la figura real a la “real” circunstancia
que marcaba el presente. Es difícil creer que decisiones tan importantes fuesen
ajenas a la voluntad del emperador, pues los militares nipones si algo tenían y
les caracterizaba era la lealtad absoluta a la figura del regente. Durante
la posguerra y gracias a unas de esas decisiones peregrinas del general MacArthur,
hombre que ha pasado a la historia por tomar muchas veces decisiones erróneas y
atropelladas, el emperador Hirohito no fue juzgado por crímenes de guerra en el Tribunal de Tokio (el Nuremberg asiático), ni obligado a
abdicar. Desde 1947 (año de la Constitución democrática del Japón ocupado por
EEUU) mantuvo un perfil bajo y discreto, dedicado a convertir al Japón en una
potencia económica mundial que le redimiese de su pasado más reciente.
Ese
Japón en paz y con uno de los bienestares más altos del mundo, heredó el hijo
de Hirohito en 1989, el emperador Akihito (era Heisei) que ahora acaba de abdicar,
algo que no ocurría en 200 años, en su hijo Naruhito. Este actual emperador,
el 126º, comienza su reinado en la nueva era Reiwa con al menos
dos llamativas cuestiones nunca antes dadas en la realeza japonesa. La primera,
compartir el trono con su padre, que pasa a ser emperador emérito. La otra el tener
una hija como descendiente, un problema de sucesión grave porque la ley
imperial prohíbe ser emperador a una mujer. Quizá en esta última cuestión se
vea el verdadero peso que la figura imperial sigue teniendo en la sociedad
japonesa. ¿La adaptación a los tiempos en un siglo XXI logrará vencer a la rígida
tradición imperial japonesa?
Gustavo
Adolfo Ordoño ©
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