Uno de los más
frecuentes malentendidos culturales entre personas de diferentes
civilizaciones o distintas culturas es el sentido del humor. Entre
los occidentales tenemos la sensación de que los musulmanes no se
ríen de nada, que tienen el humor en el... turbante. Ven, la
frivolidad occidental sale rápida. Acabo de hacer un mal chiste. En
cambio la idea de que entre árabes o islámicos no hay lugar a las
gracias está muy extendida. Se les ve siempre con cara de malos
amigos, lo que abunda en la islamofobia europea (y no digamos
estadounidense). Nada más lejos de la realidad, la tradición
humorística islámica le podría dar mil vueltas a nuestro
tradicional humor “judeo-cristiano”; y eso que en Estados Unidos
los humoristas judíos y el “humor judío” forman escuela, desde
el mítico cineasta Woody Allen hasta el monologuista, con serie
propia, Jerry Seinfeld.
Mil vueltas quizás no, pero mil y una noches sí, puesto que su valor cultural es tan apreciable como la literatura burlona grecolatina o la sardónica medieval de la Europa cristiana. Nos referimos, por ejemplo, al libro de literatura oriental-árabe más conocido, “Las mil y una noches”, cuentos orales y anónimos del Oriente Medio (se piensa que fueron recopilados por el cuentista Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX) donde abundan las narraciones cómicas y hasta las situaciones burlescas e irónicas. Empezando por el eje del libro, aunque tenga una base trágica también, la composición de que un sultán descubre que su mujer le pone los cuernos y la mande ejecutar y obligar a sus cortesanos a ofrecer a sus hijas para casarse con él y matarlas al amanecer de cada día, para evitar nuevos engaños, hasta que llega una muy bella e inteligente, Sherezade, que le promete contar una historia cada noche y que deja inacabada con la condición de seguir contándola la noche siguiente, así evitando ser ejecutada, por más de mil noches, enamorando al sultán con el que acaba teniendo dos hijos... es cuando menos -la composición- sarcástica.
Sin embargo, los desencuentros culturales por el sentido del humor abundan. Las caricaturas sobre Mahoma en un diario danés en el 2006 provocaron la ira de los integristas islámicos con disturbios en Siria y Líbano que causaron más de 40 muertes injustificadas. Decir que los periodistas daneses tuvieron la gracia en el... gorro mantequero. Para criticar la falta de libertad que tienen las mujeres en los países islámicos, en comparación con la garantizada en las democracias occidentales, no hacía falta caricaturizar una entidad religiosa, tan arraigada culturalmente entre los musulmanes, como es el Profeta. Porque ese era el “inocente” propósito inicial de los caricaturistas daneses, criticar la falta de libertades de las mujeres islámicas. Todo se hubiera evitado con el buen ejercicio del periodismo y de la libertad de prensa o expresión. La autocensura no es menoscabo de la libertad. La reacción musulmana más radical no tiene racionalidad ni justificación, no es de recibo quemar banderas y embajadas europeas para protestar por unas caricaturas; claro está. No obstante, la autocensura de esos dibujantes daneses hubiese, probablemente, evitado todo ese “casus belli”.
Los árabes también
tienen humor, pero es distinto. Lo que no le hace ni peor ni mejor.
Ahora bien, como en todas las culturas, países, ciudades y familias,
los habrá con sentido del humor y los habrá que no tengan ni pizca.
¿No han conocido a alguien sin sentido del humor? Yo sí, son
insoportables y bastantes peligrosos. Que un chiste no te haga gracia
o no tenga ninguna gracia no es un crimen, es solo un intento fallido
de activar tus sentidos... humorísticos y tu inteligencia. Hay que
tener en cuenta esas diferencias culturales, censurarse sin
considerar que tu libertad de expresión está siendo cuestionada.
Entre los occidentales, judeocristianos, sería de mal gusto y nada
gracioso hacer chistes del holocausto judío para criticar, por
ejemplo, los abusos del ejército israelí en la franja de Gaza. Pues
eso, autocensura. La gente con verdadero sentido del humor sabe de
qué hablo.
Periodista e historiador
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