La inconfundible sonrisa de Mandela. Fuente de la fotografía: Naciones Unidas (ONU) |
Una vez escuché a alguien decir
algo que me impactó, que me resultó perturbador. "Los negros huelen
raro, es un olor muy fuerte...huelen mal". Yo tendría unos 12 o 13 años y
la persona que decía esa barbaridad era una mujer de mi familia, una familiar lejana de esas que se ven sólo en las celebraciones. Una señora a la que la vida parecía sonreír, atractiva y
de melena larga y rubia. La
conversación era entre los mayores de la familia y no sé porqué
surgió ese tema, pero nadie le dijo qué barbaridad o qué tontería racista. No
recuerdo si dije algo, los adultos me dejaban estar en sus sobremesas pero no
hablaba mucho, aunque puedo asegurar que esa frase se me quedó grabada a fuego.
Cuando esa rubia, blanca y de
rasgos germanos (la confunden en España con una extranjera) soltó esa
"perla", Mandela aún
estaba en la cárcel de Robben Island y en su país el odio racial era el sistema
social implantado con tal naturalidad que parecía una broma de mal gusto. Una
minoría blanca y procedente de otro continente dominaba a la mayoría negra,
autóctona africana con raíces tribales milenarias. Quedaba aún bastante tiempo
de odio y de abismo, con posible caída hacia la contienda civil, antes de que
el futuro presidente Mandela saliera de la prisión en 1990.
Durante ese tiempo intenté
comprobar si los negros olían raro y si ese era el motivo por el que los
blancos no les dejábamos vivir en paz. La verdad no fue tarea fácil, pues en
los años 80 del pasado siglo XX las personas negras no abundaban en la cotidiana y tranquila vida
de un adolescente español. Alguna que otra vez agudizaba el olfato cuando
compartía el vagón de metro con algún solitario joven emigrante negro. La cuestión es que
nunca supe determinar si el olor raro provenía del joven de color - negro- o
del ejecutivo de color - blanco- trajeado y con corbata.
Nelson Mandela sale de la cárcel
en la década de los noventa, aunque dentro de la misma lleva años de
conversaciones con sus opresores blancos para preparar la transición a la
democracia y el fin del Apartheid. Él se ofreció a que le oliesen, a desvelar
de una vez por todas el misterio, fue el primero y sin contrapartidas que
tendió su mano, su piel, para convencernos por fin de que los negros no huelen
raro. Y lo hizo sin contar con sus fieles seguidores negros del CNA (Congreso Nacional
Africano) porque sabía que entre ellos muchos no iban a entender ese grandioso
y soberbio gesto conciliador, que lo que tocaba era venganza por tantos años de
opresión y humillaciones a su gente. Pero, no, Mandela se dejó oler y olía muy
bien.
Durante mi vida universitaria y
de joven que se inicia en el “mundo adulto”, en la cruda realidad laboral,
transcurrieron los años de protagonismo mundial y político del ya presidente
Mandela. Ese hombre negro se convirtió para el mundo en un ser humano con olor a “ángel”, a ser
divino, porque de otra forma no se puede entender, si no es gracias a su
arrebatadora fragancia que pudo conquistar el corazón de racistas como Frederik de Klerk. Su buen olor evitó
una guerra civil y convirtió a Sudáfrica en un ejemplo de país multirracial y
multicultural.
Si me dejan y aún están leyendo este texto les cuento otra anécdota que me recordó a Mandela.
A finales de los años 1990 en
Madrid (España) se podía tener más oportunidades de conocer a personas negras,
la emigración era un fenómeno a la inversa. España de país de emigrantes que
salían a buscarse la vida se había convertido en receptor de migrantes. Cientos
de miles de personas llegaban al país en la época de bonanza económica,
trabajaban y sus hijos estudiaban. En una buhardilla de becarios, recién empleados y estudiantes varios de
ellos jugábamos al casi adolescente juego del “teléfono estropeado”. Una forma
indirecta de subir la sensualidad que ya rezumaba en el ambiente. Justo a mi
izquierda tenía sentada a una chica angoleña, una belleza africana (y disculpen
la tosquedad descriptiva, pero no hay otra manera). En un momento del juego el
mensaje que tenía que susurrarme al oído estaba muy subido de tono y acababa
con un mordisco en la oreja. Sentí su aliento, su calor y su olor. Me fascinó,
experimenté de forma directa el bocado de humanidad que Mandela estaba
transmitiendo al mundo y supe, con absoluta certeza, lo equivocada que estaba
esa familiar rubia.
Nelson Mandela falleció el 5 de diciembre del 2013.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Nelson Mandela falleció el 5 de diciembre del 2013.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
3 Comentarios
:-D ¡me encanta este post!
ResponderEliminargenial¡:)
ResponderEliminarDesde, la sensibilidad, que es como deberían ser las cosas
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