Una de mis fascinaciones de
juventud era la revolución mexicana. Me explico. La juventud es rebelde por
naturaleza, al menos así reza el tópico que se refiere a la capacidad
inconformista muy viva cuando se es joven. Esa fascinación por las revueltas mexicanas
respondía más a un recreo literario que a un predicamento ideológico, pues me recreaba
cual Pancho Villa con dos cartucheras por chaleco y un viejo Mauser apoyado en
la cadera mientras montaba orgulloso y desafiante un puro sangre árabe traído
por los españoles. Esa libertad que te da un arma y un caballo es para un joven
la razón existencial más afín a unos valores de justicia e igualdad. Aún no me
habían tentado las revoluciones marxistas de discursos sobre una tribuna a las
masas obreras.
Pero dejemos las realidades
mágicas, por muy atractivas y seductoras que sean, y hagamos análisis político
y social. México parece estar en revolución eterna durante toda su existencia
como Estado soberano. Aún si me apuras, durante el virreinato también parecía
querer revolucionar imprimiendo su carácter fuerte al hacer colonial; es decir,
eran los propios mexicanos los que compusieron con su personalidad ese
territorio (del tamaño de un imperio) que debía ser una España trasplantada a
América. Los “nuevos-españoles” (Nueva España=México) en el fondo estaban "haciendo México" sin saberlo,
pues aunque se administraban bajo la corona española eran ellos los que
dominaban el cómo, el cuándo y el qué de ese vasto territorio.
Revolución social eterna ya que
sus ciudadanos aún en pleno siglo XXI muchas veces no pueden contar con la
estructura de un Estado (que parece seguir haciéndose) que les garantice
ciertos derechos y ciertas garantías sociales. En los últimos meses hemos visto
resurgir con fuerza los llamados ‘grupos armados de autodefensa civil’.
Hablando claro, ciudadanos hartos ante la inoperancia del Estado y su aparato
policial en la lucha contra el narcotráfico. Lo que en las sociedades europeas
puede resultar muy chocante (y lo es, claro está) en México se trata de una
tradición histórica. Que la gente tome las armas era/es una constante. Pero
apelar al acervo histórico-cultural para justificar este fenómeno de la
actualidad creo que no será del agrado de muchos mexicanos.
Cuando analicé en este mismo blog
la paradoja que en Estados Unidos supone la 2ª enmienda de su constitución que
ampara la facilidad de adquirir y portar armas con la lacra de los asesinatos en
masa, no caí que su país vecino del sur también tiene un artículo (el 10º) que
garantiza al ciudadano el poder portarlas en la vía pública y su uso como
defensa propia. Son países forjados en el “espíritu” de frontera y exploración.
Los mexicanos, aunque les parezca paradójico, también tuvieron su “Oeste” y su
disputa con “indios”. Para ser rigurosos trascribimos el Artículo 10 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos:
"Los habitantes de los Estados Unidos Mexicanos tienen derecho a
poseer armas en su domicilio, para su seguridad y legítima defensa, con
excepción de las prohibidas por la Ley Federal y de las reservadas para el uso
exclusivo del Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Guardia Nacional. La ley federal
determinará los casos, condiciones, requisitos y lugares en que se podrá
autorizar a los habitantes la portación de armas."
A diferencia de EEUU, el caso
mexicano por lo menos especifica qué armas se pueden usar, advirtiendo que
cierto armamento es exclusivo de las Fuerzas Armadas; asimismo, determina que
la ley federal dará el visto bueno. De todas maneras, en México no hay armerías
y en el mercado negro es complicado controlar qué armas se compran. Luego está
que autorizar la creación de “ejércitos ciudadanos” en un parlamento político
debe resultar complicado. La ambigüedad de interpretaciones hace que muchos
grupos no respondan al espíritu de autodefensa y sean más parecidos a unidades
paramilitares o a ejércitos privados en defensa de los intereses más peregrinos.
¿A qué ciudad se permite armar y a cuál no y en qué condiciones?
Las condiciones parecen ponerlas
las circunstancias, que obligan a ciudadanos de frontera o a comunidades agrícolas
a armarse y realizar tareas policiales o de seguridad privada. El fusil en
bandolera y el carro (sustituto del caballo) ahora no son estampa de un espíritu
revolucionario.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
Fuente de la fotografía:
1 Comentarios
Hola Gustavo: Tienes toda la razón cuando afirmas que recurrir a la violencia para dirimir diferencias ha sido una constante en México desde antes de su Independencia, pero yo establecería tres etapas: la primera, en el siglo XIX, cuando se enfrentaron liberales y conservadores en el campo de batalla, con el triunfo de los primeros; la segunda, durante la Revolución Mexicana, donde las masas obreras y campesinas recurrieron también a las armas para lograr algunas conquistas, y la tercera, que hemos vivido durante las últimas décadas, generada por la incapacidad del Estado para mantener el orden público, es decir, es un problema de seguridad pública al margen de ideologías y de reivindicaciones sociales. Esa es la gran diferencia. Te mando un abrazo.
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