Fotomontaje propio de un mapa de Port Aventura |
Las pasadas vacaciones de verano realicé una visita “obligada” si tienes
hijos en edad infantil. Se trata de ‘Port Aventura’, en Tarragona, uno de los parques temáticos más visitados de
Europa. Dividido en cinco zonas, como el mundo lo está en continentes, en ese
negocio del ocio (valga la consecuente rima) todo está previsto para el consumo
desmedido y la diversión ficticia del aventurero. Pretenden que te creas un Indiana
Jones que con la familia entera se tira en una barquichuela por los rápidos
de una catarata en la zona del Oeste americano o que te montas en la grupa de
un dragón milenario en la zona de Asia. En realidad, la imaginación no sirve de
mucho en ‘Port Aventura’; todo resulta tan artificial que no deja de ser un “tren
de la bruja” de feria, pero a lo bestia.
Imagino que entrar en Corea del
Norte como turista debe producir una sensación similar. Visitar la Corea
que se ha llamado a sí misma comunista-marxista-leninista-maoísta-estalinista, encajadas
todas las fórmulas en la denominada ‘Doctrina Juche’, debe generar sensaciones
de artificio, de realidad forzada y manipulada. Un mundo hermético que tiene
pavor a la mirada ajena, pues considera que el juicio que el resto del mundo hace
está contaminado no sólo de prejuicios “del extraño”, sino de odio e
incomprensión. Es complicado tener empatía
con la población de Corea del Norte, porque su evidente sumisión a un poder
autoritario no se sostiene con el discurso del supuesto “paraíso comunista”.
Resulta casi imposible entender por qué
no “despiertan”, se rebelan o cuestionan a ese régimen sin libertades
fundamentales. ¿Represión, miedos?
Por lo que cuentan los pocos visitantes que acuden a Corea del Norte, la población se comporta más como
operarios y trabajadores en un gran
parque temático, meros empleados alineados al “negocio” de perpetuar en el
poder a una dinastía de autoproclamados “líderes del pueblo”, que como una
población oprimida o en latente revolución. El colaborador habitual en Pax augusta, Luis Pérez Armiño, nos cuenta sensaciones al cruzar “El puente de No Retorno”.
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