Felipe IV pintado por Velázquez |
La muerte a sangre fría de la autoridad competente a manos de una
turba enfurecida podría ser noticia actual, lo vimos con el presidente Gadafi
en Libia. Sin embargo, a lo largo de la historia es posible hacer una cuantiosa
relación de este tipo de acontecimientos. Así
sucedió un festivo 7 de junio de 1640 en Barcelona. Las tensiones eran más que evidentes en los campos
catalanes desde hacía ya años y el asesinato del virrey de Cataluña, el conde de Santa Coloma, a manos de una
multitud de campesinos mientras trataba de huir de la ciudad junto a otros
funcionarios reales, no hacía más que dar significación al descontento catalán iniciando un largo proceso bélico que
implicaría a diferentes protagonistas: a los catalanes enfrentados a las tropas
del rey hispánico, y a una Francia que cada vez era más consciente de su nueva
papel hegemónico en el teatro europeo y que deseaba obtener réditos políticos
de la grave situación que vivía la monarquía española.
Es imposible separar el proceso
catalán de la década de los cuarenta del siglo XVII de la crisis generalizada, en
todos los órdenes, que azotaba desde hacía tiempo a la monarquía de los Austrias españoles. El país estaba
envuelto en una política europea
demasiado ambiciosa para unos territorios cuyos escasos recursos habían
sido esquilmados hasta la saciedad.
La economía vivía
un momento de especial decadencia fruto de ese belicismo exterior que implicaba
a todo un país en empresas de escasos o nulos beneficios. Los estadistas que
dirigían los designios financieros del reino mostraban en cada decisión su
incompetencia ahogando una economía frágil
y endeble.
Ni siquiera los recursos americanos fluían a las arcas
del rey, sujetos a los vaivenes climatológicos de un mar excesivamente
peligroso o los caprichos de las correrías de piratas y corsarios británicos, holandeses o franceses. Todos estos
factores encontraron caldo de cultivo adecuado en una sociedad arcaica,
inmovilista, de escasa cultura y sujeta a la superstición más atroz, incapaz de afrontar
un moderno futuro cada vez más presente y sujeta a los caprichos de unas clases
dominantes tremendamente incompetentes e incapaces.
Els segadors, pintura contemporánea |
Es necesario entender que el levantamiento catalán de 1640 se
encuadra, por lo tanto, dentro de un movimiento global que afecta a todos los reino hispánicos en esas mismas fechas: Portugal inicia su proceso de
independencia que culminará en 1668, mientras que similares intentonas, esta
vez fallidas, tienen como escenario los reinos de Aragón (1648) y Andalucía
(1641) gracias al ímpetu secesionista del duque de Híjar y del duque de Medina
Sidonia. Por otra parte, el hispanista británico John H. Elliott, en La rebelión de los catalanes (1598 – 1640)
(obra publicada por Siglo XXI en el año 2006) afirma que no podemos dejar de considerar el tenso
ambiente que reinaba en Cataluña
antes de 1640, con una fuerte conflictividad social que enfrentaba a los
sectores menos privilegiados de la sociedad catalana contra nobles y potentados
en general, con numerosos episodios de violencia interna.
Sin embargo, estos datos no son
óbices para tratar de obviar el más que evidente descontento existente hacia
las políticas
centralistas desarrolladas desde la Corte madrileña y personalizadas en la
figura del rey, Felipe IV y su
valido, el conde duque de Olivares,
así como las infortunadas y perniciosas políticas y prácticas desarrolladas en
Cataluña por los representantes del poder central. Este último, consciente de
la incapacidad del sistema financiero de la monarquía para hacer frente a los
enormes dispendios que suponía la política exterior, exigió un mayor esfuerzo y
participación solidaria de todas las regiones, hecho que canalizó el
descontento catalán e incendió la chispa que provocó el inicio de las
hostilidades entre España y Cataluña en la festividad del Corpus Christi de 1640. El cariz que estaban tomando los
acontecimientos aconsejó a las autoridades catalanas buscar el auxilio del rey francés Luis XIII, quien procedió a
anexionarse el principado catalán y entablar una feroz guerra contra los
ejércitos españoles más allá de los Pirineos.
De nuevo, la falta de oportunidad política del conde duque envalentonó a los
catalanes y provocó uno de los momentos de mayor amenaza contra la integridad de la monarquía hispánica.
Sin embargo, el comportamiento francés no supo o no quiso aprender la lección
española, provocando, aún si cabe, mayor descontento
entre el pueblo catalán. Finalmente, mediante diversas operaciones
militares, el estatus quo anterior a 1640 fue recuperado y Cataluña regresó a la nómina de los
reinos españoles previo juramento de sus fueros por parte del rey Felipe IV.
Luis Pérez Armiño ©
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