Hungría, el embudo europeo de los refugiados. Éxodos de los siglos XX y XXI

El Vals, pintura de Vladimir Pervunensky


  El imperio austrohúngaro es una reliquia del pasado europeo que ha dejado huella, cada vez menos nítida pero que ahí está. Incluso, ha sido el fetiche de intelectuales o artistas, seducidos por esa grandiosidad contenida en los lujosos salones de las cortes de Viena y Budapest, donde además de sonar un vals se firmaban tratados de guerra y paz que dividían el mundo en tiralíneas. Artistas como Luis García Berlanga, que siempre colocaba en los diálogos de sus películas una frase con el nombre de ese imperio centro europeo. Ahora, la parte oriental del cetro imperial, y siento la rima, se ha quedado de "embudo" para estrechar y controlar el paso de los miles de refugiados, sobre todo sirios. Es curioso como un país que se formó con retales de un imperio, personas que fueron obligadas a trasladarse de varias regiones cuando la gran entidad austrohúngara se disolvió, haya acabado de guardián de las puertas del Este europeo.

Se compara este éxodo de refugiados con el ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial en Europa. A pesar de ser algo propio de la hipérbole de los titulares, para atraer la atención del lector, algo de verdad tiene. Las diferencias por ahora siguen siendo de cantidades, las producidas desde 1939 (años antes de acabada la guerra los desplazamientos fueron el pan nuestro de cada día) son "multimillonarias". El grueso de la cifra del éxodo de refugiados de 2015 proviene de Oriente Medio (Siria, Iraq y Afganistán), lo que hace del fenómeno además de una crisis de desplazados forzosos por guerras, una cuestión compleja para las relaciones internacionales, un asunto "intercontinental" en el que dos entidades adyacentes pero opuestas, Oriente y Occidente, vuelven a enfrentarse. Sin embargo, la urgencia humanitaria ha obligado a dejar los debates intelectuales para centrarse en el aspecto ético y moral. Así lo está reclamando la mayoría de la ciudadanía europea, incluida la húngara, y así está reaccionando, con solidaridad y comprensión para estos emigrantes forzosos. 


Hagamos algo de memoria histórica para que gobiernos ultranacionalistas (proclive a leyes xenófobas) como el del presidente húngaro Orban, no se nos suban a las barbas (me ha quedado muy otomano esto último). En el Eje alemán (suscrito por Hungría) entre 1939 y 1943, húngaros y rumanos fueron desplazados de un lado a otro en las fronteras de la disputada Transilvania. Hungría tras un acuerdo firmado con la antigua Checoslovaquia en 1946, intercambió (como si fuesen cromos) 120.000 eslovacos por un número igual de húngaros del norte del Danubio, que vivían en comunidades de Eslovaquia. A las comunidades de origen germano de Hungría, así como todas las que vivían en los países del Este europeo, no las querían nadie, ni a esos germanos que llevaban siglos en la región, por el rencor producido tras la barbarie nazi. Miles de alemanes salieron de Hungría en la misma dirección que ahora llevan los refugiados de Siria. 

Mirarse en el espejo de casa, el de los abuelos, para ver mejor en el espejo de las tablet, ordenadores y televisores, a los refugiados del siglo XXI. Algo que los gobiernos de ayer y hoy no hacen. Las políticas de desplazamiento en 1945 estaban estipuladas por ley, leyes de refugiados que eran, también, deportaciones y "limpiezas étnicas"... 


Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador



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