Corazón desenterrado, la Memoria Histórica que palpita bajo nuestro suelo

Corazón desenterrado en fosa común de asesinados en un monte de Burgos, 1936. Fuente imagen

De nada han servido las llamadas de atención de la ONU a España sobre el tratamiento a la memoria de las víctimas del franquismo. En un próximo balance que podremos hacer de la década en la que ha estado vigente la Ley de Memoria Histórica (2007), nada se destacará a nivel oficial. A pesar de aprobarse con mayoría de votos una ley en el Parlamento español que pretendía abordar un tema tabú, la memoria a nivel de derechos humanos sobre la Guerra Civil española y el franquismo, nunca ha tenido un desarrollo pleno ni ha sido considerada con auténtico rango de Ley a consideraciones presupuestarias. Es más, la misma ONU, en su informe sobre España y los derechos no atendidos de las víctimas del franquismo, considera que no se trata de una “política de Estado”. ¿Por qué se ha llegado a esta negativa conclusión? Quizás porque la idea era buena, pero la casa se empezó por el tejado.

La actividad voluntaria y privada en recuperación de la memoria histórica en relación con la guerra civil y el franquismo, sí que tiene un balance positivo. Al menos tiene un desarrollo y un impulso constante, gracias a los voluntarios y las asociaciones creadas para la exhumación de fosas comunes y la búsqueda de desaparecidos durante la contienda civil y la dictadura. A cuenta gotas van apareciendo en la prensa noticias sobre esta actividad, sobre todo si tienen gran carga emocional y hasta, porqué no decirlo, cierto morbo. Un corazón y varios cerebros bien conservados aparecieron en la excavación realizada sobre una de las mayores fosas comunes del inicio de la guerra (1936), en los montes burgaleses de La Pedraja.

La explicación es científica, el terreno es arcilloso, con gran cantidad de componentes ácidos e impermeables. Cuando los cientos de asesinados por los “camisas azules” fueron arrojados a la fosa, tenían la mayoría un tiro en la nuca y el agua al entrar en el cráneo facilitó que los cerebros (grasos) se “jabonizasen” (saponificaron, convertidos en jabón) y lograsen preservarse. Con el corazón encontrado ocurrió algo similar. Aún se desconoce la identidad de su dueño. Aunque debió ser de algún joven socialista (se sabe que la mayoría de las víctimas de La Pedraja eran hombres de izquierda de la zona) al que pudieron asesinar, pero su corazón siguió latiendo sus ideas en un hueco de “tierra libre” para ser encontrado 80 años después. Ahora falta honrar esa bonita metáfora con una realidad digna, dar identidad a ese corazón de tierra.


 
Cerebros "momificados", de asesinados por golpistas en el inicio de la Guerra Civil (1936). Fuente imagen


El pasado se lee en el presente


No será tarea sencilla seguir recuperando la memoria y dignidad de estas víctimas. La explicación es política. Decía que la casa se empezó por el tejado porque la Ley de Memoria Histórica nació en un país donde no ha existido una reconciliación nacional auténtica. España tiene una división política-cultural más evidente que en otros países entre derecha e izquierda. Las dos Españas, como les gusta llamar a los más clásicos a este “carácter político” español. La Ley de Amnistía de 1977 no supuso una política de Estado para la reconciliación entre los españoles. Se trataba de un paso, importante, en la transición democrática, pero nada más. El asunto de las víctimas de la guerra civil y el franquismo seguía siendo un tema tabú, visto desde la perspectiva del vencedor o del vencido, sin un discurso oficial y común al gusto de todos.

Las víctimas de guerra del bando vencedor fueron de sobra reconocidas, homenajeadas y dignificadas. Durante décadas las iglesias de cada pueblo tenían pintados en sus muros unas listas con los caídos (por Dios y por España) que encabezaba, siempre, el fundador de Falange, Jóse Antonio Primo de Rivera (fusilado por la República). Con la llegada de la democracia, los símbolos franquistas y las huellas de la guerra convivieron con los primeros símbolos constitucionales. La ley de memoria incluyó una regulación sobre estos “aspectos formales” de la Memoria Histórica, pero los “aspectos de fondo” quedaron en el limbo del eterno debate entre las posturas divididas:

(...) hay una división clara entre aquellos agentes sociales y políticos que preferirían ignorar el proceso o pasar de puntillas sobre él mirando al futuro, y otros que defienden la necesidad de un debate en profundidad con consecuencias legislativas y judiciales si lo que se pretende es incrementar la calidad de la democracia española. (Fuente del texto: politicasdelamemoria.org)

Las políticas de la Memoria en un Estado deberían comenzar por consolidar cimientos, hacer pedagogía histórica y desterrar discursos oficiales que dividen a la sociedad, como el imaginario que pervive de “vencedores y vencidos” de una guerra. Construir un discurso conciliador, donde ambas partes comprendan que no se trata de revanchismo o de resucitar viejas heridas (que nunca cerraran si siguen ocultas). Despolitizar las políticas de la memoria, aunque suene a contrasentido. Hacer de ello una cuestión de civismo y derechos humanos, algo sencillo a simple vista y del agrado general. Pero complicado de asumir por muchos anclados en las memorias enfrentadas.


Gustavo Adolfo Ordoño ©

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