Duterte, rodeado de la plana mayor de su Ejército. Fuente foto: AP (B. Marquez) |
Insultar al presidente de Estados
Unidos, Barack Obama, puede ser la
mejor manera de situarte en el concierto mundial si eres el presidente de un
país modesto y sin una vital importancia geoestratégica. Eso hizo el mandatario filipino,
Rodrigo Duterte, que le llamó hijo de puta. Insulto que había
empleado contra el Papa Francisco,
cuando su visita provocó en enero 2015 monumentales atascos de tráfico en
Manila. Y eso que en esas fechas, Duterte,
sólo era el alcalde de Davao,
principal ciudad de la isla Mindanao,
al sur del país. Su historial como alcalde adelantaba lo que sería su “estilo
presidencial”. Una de sus promesas estrella en las elecciones presidenciales
fue que repetiría en Filipinas lo
que ha realizado en sus 22 años de alcalde en Davao: usar su sistema drástico
para acabar con la droga,
consistente en matar a todos los
drogadictos y traficantes.
Filipinas es un archipiélago del Sudeste Asiático, y como Estado moderno o entidad estatal se debe
reconocer su autoría a España. Antes
de la colonización española, no existía una unidad administrativa o reino
unificado que se pudiera nombrar como “territorio filipino”. No en vano, llevan
el nombre del rey-emperador, Felipe II
(1527-1598). Se suele dar por hecho que Filipinas logró la independencia
en 1898, como resultado de la
victoria del movimiento emancipador apoyado por EEUU, pero la realidad es que tan sólo cambió de potencia
administradora y no logró su independencia efectiva hasta después de la II Guerra Mundial, en 1946. No es muy complicado, pues,
imaginar el tipo de relación que ha existido entre Filipinas y Estados Unidos en todo el siglo pasado, considerando
que Filipinas es el país asiático con más bases militares estadounidenses.
Rodrigo Duterte, el nuevo presidente de Filipinas. Fuente imagen |
Desde el pasado mes de junio, Duterte gobierna en Manila con su
peculiar “populismo”, siendo venerado en Filipinas y despreciado en el exterior
por sus maneras de chulo de barrio. Las comparaciones llegaron pronto con los
titulares que le convertían en el
“Donald Trump del Sudeste Asiático”.
Controvertido, chabacano en el sentido peyorativo de la palabra, pues no
habla esa lengua criolla (el chabacano) de Mindanao, variante del castellano que
llegó en el siglo XVII. Rodrigo Duterte se hace el duro y quiere ser duro. El insulto a Obama fue por las críticas
que Washington hace de su política antidroga;
si es que usar unas fuerzas para-policiales, los llamados escuadrones de la muerte, para asesinar con “ejecuciones extrajudiciales” a traficantes y consumidores de
droga, se puede llamar ‘política antidroga’.
En las reuniones internacionales
que se han dado en la región, durante estas últimas semanas, como la cumbre de
la Asociación de Naciones del Sudeste
Asiático (ASEAN), el nuevo presidente filipino ha intentado calmar los ánimos
y bajar el tono fanfarrón. El mismo Obama
le ha seguido la intención, y finalmente restó importancia al incidente,
considerándolo una “singular manera” de hablar del dirigente filipino. Eso
sobre el tapete de las mesas negociadoras. Una vez en casa, Duterte ha vuelto al estilo brusco y
desconcertante para su aliado geopolítico, EEUU.
Considerando que Washington es el principal valedor de Filipinas en el contencioso del Mar del Sur
de China por las islas Spratly,
resulta una apuesta de riesgo asumir una postura “soberanista” frente a EEUU,
pues el presidente Duterte acaba de pedir que las tropas estadounidenses,
enclavadas al sur del país, deberían ir dejando el territorio filipino. También,
en otro giro de espalda, ha ordenado a su ministra de defensa que busque
armamento en otros países, como China o
Rusia, evitando así depender tanto en suministro bélico de Estados Unidos. No es muy complicado,
tampoco, pensar que estas disposiciones de Duterte
responden más a su estilo brusco, que gusta a la galería filipina, pero que
no son “realistas”. La alianza de
defensa mutua con EEUU es una pieza fundamental de la política exterior
filipina, imposible de sustraerse a que supone toda una Ley aprobada por Tribunal
Supremo de Filipinas; fuera del alcance de las chulerías del presidente
Duterte.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
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