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| Portada de la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU 2025 |
La frase de arriba es la básica y preocupante idea sacada tras analizar el plan geopolítico que todas las administraciones presidenciales de Estados Unidos deben publicar el primer año de su puesta en marcha. En el caso del presidente Trump su Estrategia de Seguridad Nacional ha sido un paso adelante, una gran zancada, en su objetivo de hacer de su país el Estado más poderoso y la «nación más grande» del mundo; sin las dudas y prejuicios que sobre ello mostraban los gobiernos demócratas. Resulta ese planteamiento profundizar en su segundo mandato, que no ha sido continuado, en su ideología MAGA (Make America Great Again). Y ha entendido, paradójicamente, que para ese propósito debe regañar y enfrentarse a sus mejores aliados: los europeos.
Este dossier confirma la ruptura profunda con el consenso de geopolítica multilateral que con sus altibajos ha venido existiendo en el escenario global desde 1945. Estados Unidos y su presidente Trump han expuesto sobre el papel una realidad vislumbrada en muchas partes del mundo pero edifica por Washington como ideología esencial: el giro hacia un «nacionalismo supremacista» y priorizando su particular Occidente sobre el fenómeno de la globalización, elemento que había caracterizado las últimas décadas. El hemisferio occidental a priorizar es EEUU y el resto de las «Américas».
Pobre América Latina. La América que habla español, portugués, francés, un criollo del neerlandés y lenguas indígenas, se verá sometida a la influencia del poder de la América que habla inglés. Reafirma la Doctrina Monroe sin tapujos, mediante un «Corolario Trump» para restaurar la preeminencia estadounidense en el continente americano y contrarrestar así las influencias extranjeras que estaban llegando, sobre todo desde China, en el ámbito económico. De nuevo se ocupará de su «patio trasero» recuperando el tradicional intervencionismo estadounidense en Latinoamérica, esta vez centrado en la excusa de la lucha contra el narcotráfico y con un férreo control migratorio.
A Europa el plan de Estrategia de Seguridad Nacional de Washington le tiene también planteado un «intervencionismo», que aunque parezca más sutil resulta de mayor calado filosófico. A Europa la advierte, como un padre enfadado con la actitud de su hijo ante la vida, de estar perdiendo su identidad como civilización. Ese «descontrol migratorio» está llenando al viejo continente de gentes sin los valores tradicionales culturales europeos, viene a decir la Administración Trump en su plan estratégico de política exterior.
Para evitar eso, generado por el carácter supranacional de la Unión Europea (UE), Estados Unidos «interviene» en la política interna de los países europeos, apoyando a los partidos patriotas, ultranacionalistas y euroescépticos, con la intención de revertir lo que consideran un «suicidio cultural» de los europeos. Es decir, la Administración Trump ya no ve a la UE simplemente como un competidor económico, sino como un «modelo fallido que debe ser corregido». Desde luego, esta nueva postura de Washington debilita al proyecto de la Unión Europea en lo básico: una cohesión política supranacional. Facilitando a las fuerzas (entre ellas Rusia) opositoras conseguir su objetivo principal de fragmentación entre los estados miembros.
Ante esta estratégica declaración trumpista hacia Europa solamente nos quedaría responder o con el reconocimiento (y sumisión) de que algo de razón lleva o con su «misma medicina» ultra patriota, en este caso con paneuropeísmo. Yo opto por esto último. Pongamos en valor el eurocentrismo desde su óptica más positiva. Aquel que procura ver al mundo desde los ojos de la democracia y de la defensa de los derechos humanos que facilitan la existencia del multiculturalismo. Pensamientos que proceden de Europa y que parecían (deberían) haber sido los transmitidos en el fenómeno principal de este siglo: la globalización.
La crítica, precisamente, a esa globalización del siglo XXI era su exclusiva visión eurocéntrica del mundo al haber tenido como moldes de su existencia las fases previas de la colonización y del imperialismo europeos. Sin embargo, ya que el ataque es contra la misma identidad cultural europea que ahora se está pervirtiendo según Washington, debemos como europeos plantar cara a esa idea falaz de que Europa ha perdido sus valores innatos. Debemos ser ultra-democráticos y ultra-multiculturales, supranacionales, que ha sido (y es) «sinónimo de europeos» a través del gran logro sociopolítico de la Unión Europea. Eso además, hablando en plata, es lo que le jode a Trump y a otros muchos... ¡el éxito europeo!
Porque eso de «encerrarse en sí mismo» es un viejo rasgo
cultural asiático. Repasen la historia de China y su tradicional hermetismo;
la de Rusia y su complejo de inferioridad ante su dualidad euroasiática; la cultura islámica como la menos inclusiva por tener una «religión exclusivista». Pero también
recuerden el excesivo «tribalismo» que no invita a lo multicultural y «universal»
de la historia en África y en la América indígena. En fin, ¡sigamos
siendo ultra-democráticos-multilaterales-supranacionales-europeos!... porque
los que van por el mal camino son nuestros «antiguos aliados» de EEUU.



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