Salida del Hipercor, horas después seguía el humo de la explosión del atentado. Fuente Archivo de La Vanguardia |
Analizar al terrorismo desde la razón produce monstruos. Aunque desde la sinrazón también genera espectros terroríficos
El terrorismo de cualquier tipo es un fenómeno que no tiene explicación científica. Al menos, a mi entender, podemos hacer aproximaciones sobre el objeto que lo motiva, pero nunca lograríamos explicar de manera sólida cómo alguien llega a concebir que el terrorismo le servirá para alcanzar su objetivo. El terror no hace más que generar incertidumbre, caos y odio. La creencia de que el terror puede someternos está sobredimensionada. A la larga, el ser humano se acostumbra al terror y lo supera, vence el miedo en ocasiones de manera inconsciente y lo asume como algo normalizado. En la historia contemporánea el terrorismo ha jugado un papel protagonista, pero nunca determinante o triunfador.
En este mes se ha cumplido un aniversario de triste recuerdo. El atentado de ETA cometido en el Hipercor de Barcelona el 19 de junio de 1987; el más sangriento y recordado. Para los analistas es un atentado que marca un antes y un después en la historia de ETA, un punto de inflexión en la trágica historia de este grupo terrorista. Fuerzas políticas independentistas vascas y miembros de la misma banda criminal cuestionaron y criticaron duramente esa "lucha armada" que suponía cometer un atentado contra un centro comercial, con víctimas tan indiscriminadas como varios niños. Era una novedad, antes ningún acto terrorista había sido cuestionado.
Fueron asesinadas 21 personas, cuatro de ellas niños, y quedaron muy mal heridas otras 45. Una masacre que no es que recuerde a otras recientes causadas estos días por otros tipos de terrorismo, más bien testifica que el terrorista no consigue su objetivo y que solo deja gran dolor imposible de olvidar. No es el número frío, el dato de muertos, lo que provoca tanto dolor. Es el recuerdo amargo de la pérdida, la ausencia, de la vida truncada de seres queridos. Son los que se quedan sufriendo, los familiares de las víctimas que también lo son y que no se les reconoce como tales.
Pasarán 30 años de otros atentados. De los cometidos ayer, hoy o mañana. De los de Londres y los de París, de los de Kabul y Damasco. Pasarán 30 años del 11-S de Nueva York y del 11-M de Madrid. Y el terrorismo fracasará en cada uno de sus propósitos. Algunos pensarán que sí logran parte de sus objetivos, que desestabilizan formas de vida y de convivencia en sociedades enteras. Pero se equivocan, consiguen todo lo contrario. El ejemplo más claro está en este atentado del Hipercor de Barcelona en 1987. ETA y Batasuna se quedaron solas, aisladas. Comenzó el declive del grupo terrorista.
Lo que nunca se debe olvidar es el dolor de las víctimas y sus allegados. Y menos frivolizar. Algo que se hace en muchas ocasiones, como cuando se compara el penar de las familias de los presos etarras por no conseguir el traslado a cárceles vascas con el sufrimiento de los familiares de asesinados. En el mismo plano, cuando se compara el sufrimiento de refugiados de guerra sirios con el de las víctimas de atentados yihadistas. Si algunas personas no son capaces de diferenciar y de matizar, es porque otorgan al terrorismo una explicación científica. Algo antinatural y, en realidad, imposible. Tanto como que las víctimas del terrorismo olviden y superen su dolor.
Fueron asesinadas 21 personas, cuatro de ellas niños, y quedaron muy mal heridas otras 45. Una masacre que no es que recuerde a otras recientes causadas estos días por otros tipos de terrorismo, más bien testifica que el terrorista no consigue su objetivo y que solo deja gran dolor imposible de olvidar. No es el número frío, el dato de muertos, lo que provoca tanto dolor. Es el recuerdo amargo de la pérdida, la ausencia, de la vida truncada de seres queridos. Son los que se quedan sufriendo, los familiares de las víctimas que también lo son y que no se les reconoce como tales.
Pasarán 30 años de otros atentados. De los cometidos ayer, hoy o mañana. De los de Londres y los de París, de los de Kabul y Damasco. Pasarán 30 años del 11-S de Nueva York y del 11-M de Madrid. Y el terrorismo fracasará en cada uno de sus propósitos. Algunos pensarán que sí logran parte de sus objetivos, que desestabilizan formas de vida y de convivencia en sociedades enteras. Pero se equivocan, consiguen todo lo contrario. El ejemplo más claro está en este atentado del Hipercor de Barcelona en 1987. ETA y Batasuna se quedaron solas, aisladas. Comenzó el declive del grupo terrorista.
Lo que nunca se debe olvidar es el dolor de las víctimas y sus allegados. Y menos frivolizar. Algo que se hace en muchas ocasiones, como cuando se compara el penar de las familias de los presos etarras por no conseguir el traslado a cárceles vascas con el sufrimiento de los familiares de asesinados. En el mismo plano, cuando se compara el sufrimiento de refugiados de guerra sirios con el de las víctimas de atentados yihadistas. Si algunas personas no son capaces de diferenciar y de matizar, es porque otorgan al terrorismo una explicación científica. Algo antinatural y, en realidad, imposible. Tanto como que las víctimas del terrorismo olviden y superen su dolor.
Gustavo Adolfo Ordoño
©
Periodista e historiador
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