Serrano Suñer, el cuñadísimo, y Franco hacia 1940 |
La
gran conmoción europea que supuso el inicio de la Segunda Guerra Mundial,
tendría en la conquista nazi de Francia su mayor apogeo. Ni los tensos
preámbulos de la anexión alemana de Austria en marzo de 1938, ni la
incorporación de los Sudetes checoslovacos en octubre de ese mismo año y
de toda Checoslovaquia en marzo de 1939, ni tan siquiera la invasión de Polonia
el 1 de septiembre de ese año, llegaría a conmocionar al europeo medio como lo
hizo la invasión germana de Francia en junio de 1940. En la Tercera República
de Francia convivían exiliados de esos países europeos convulsionados por los
meses prebélicos, como austriacos, checos y polacos, pero también muchos españoles
del exilio republicano llegados tras el fin de la Guerra Civil y la
victoria de Franco.
En
el verano de 1940 la República francesa es sustituida por un territorio ocupado
y administrado por el régimen nazi y un territorio al sureste francés autodenominado
“Estado Francés”, firmante de un armisticio unilateral con los nazis, que sería
el Gobierno de Vichy del mariscal Pétain (que también controlaría las
colonias francesas). Ambas administraciones entran rápido en sintonía con el
naciente régimen franquista al otro lado de los Pirineos. Serrano Suñer,
cuñado del dictador Franco, nombrado ministro de exteriores se encargaría de
cuidar las relaciones con esos dos regímenes autoritarios. La eficacia
organizativa germana pronto puso en marcha la represión y el control policial
en toda Francia y Serrano Suñer colaboraría de manera estrecha con la Gestapo.
Está
comprobado que a Franco se le hizo llegar por el régimen
colaboracionista de Vichy, un censo de españoles exiliados capturados en Francia
tras la ocupación nazi. La mayoría de ellos, los hombres pero también numerosas
mujeres, quisieron continuar la lucha contra el fascismo que se expandía por
toda Europa incorporándose a la Resistencia Francesa. Otros muchos se
habían alistado en las unidades de trabajo voluntario del Ejército francés o
permanecían en supuestos “campos de refugiados” (de tan malas condiciones como
los campos de concentración) que Francia había improvisado para ese inicial
medio millón de españoles que cruzaron su frontera al acabar la Guerra Civil
española.
Algunos,
como el recién fallecido Cristóbal Soriano (20 marzo 2018), deportado al
“infierno” de Mauthausen, se habían alistado en la Legión Extranjera y
combatido en el frente de la frontera con Bélgica cuando las fuerzas francesas
fueron derrotadas. Al principio su “situación legal” era la prevista en estos
casos, prisionero de guerra con las garantías de la Convención de Ginebra. Pero
esa “normalidad” pronto cambiaría tanto para Soriano como los otros miles de
españoles que cayeron bajo la tiranía y crueldad del III Reich y su
colaboracionista Gobierno de Vichy. Parece que el dictador Franco adoptó un
gesto a lo “Poncio Pilatos” ante los diplomáticos de Berlín que le facilitaron
la lista de los prisioneros españoles y su cuñado Serrano Suñer le ayudó a “lavarse
las manos” con esa indigna frase que soltó a los nazis y que titula este texto: “No
hay españoles fuera de España”.
Lo
que el cuñadísimo venía decir es que “no hay buenos españoles fuera de
España”. Dentro de esa distinción difamadora que pronto haría el régimen
franquista entre los españoles buenos, “de bien”, y los que no eran “buenos
españoles” por ser comunistas, anarquistas o haberse mantenido fieles a la República.
Era, además, un terrible anatema que condenó a miles de españoles a la deportación a campos de concentración nazi, pues se convirtieron en apátridas con los
que se podía hacer cualquier cosa fuera de las frágiles garantías que aún
tuvieran los prisioneros de guerra de otros países, como los provenientes de
los Aliados.
Esa
aparente “salida de tono” de un diplomático, en este caso canciller de
exteriores, cuando los representantes de un país extranjero, la Alemania nazi,
le preguntan qué hacer con sus compatriotas en otro país ocupado, Francia, no
debió nunca quedar como un mero titular de nuestra historia reciente. Serrano
Suñer debió ser juzgado por crímenes de lesa humanidad. Lo intentó en
Francia a finales del siglo XX la abogada de derechos humanos Sophie Thonon-Wesfreid, pero el cuñado de Franco murió de manera discreta y
apacible en Madrid en el 2003.
Hasta
una cadena española, Tele 5, realizó una serie en 2016 que dulcificaba la
historia de este personaje, centrándose en su vida amorosa de Dandy en
los años cuarenta. Poco antes se habían cumplido los 80 años de la liberación
del campo de Mauthausen, donde los exiguos supervivientes españoles,
deportados a ese infierno por su culpa, dieron la bienvenida a las tropas aliadas
con la célebre pancarta que rezaba: "Los españoles antifascistas
saludan a las fuerzas libertadoras". A Mauthausen se le conoció como
el “Campo de los españoles”, porque fue una de las comunidades con más
capacidad de resistencia y protagonismo en el día a día de ese tormento. Aún así,
no ha servido para hacer buena memoria histórica y denunciar que por culpa de la
indiferencia de Serrano Suñer, más que nada, entraron unos 7.000 españoles en Mauthausen entre 1940 y 1945, sobreviviendo
menos de la mitad, unos 2.000 compatriotas.
© Gustavo
Adolfo Ordoño
Historiador y periodista
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