El químico Fritz Haber, judío alemán, con uniforme durante la I Guerra Mundial |
La
actualidad se empeña en sacar su lado histórico sobre todo en las barbaries
humanas. En estos días el régimen de Al Asad en Siria ha vuelto, supuestamente,
a bombardear con armamento químico a
la población civil del barrio rebelde de Duma, al este de Damasco. No es la primera vez que se acusa al líder
oficialista sirio de este crimen y casi siempre se demuestra su autoría. Parece
que el uso de armas químicas tiene una maldición de origen. Es decir, se usa en
guerras que están enquistadas, como es el caso de la Guerra en Siria, siete largos años, y fue el caso de la Primera Guerra Mundial.
Un
ciudadano alemán de confesión judía iba a ser el científico que salvó la cara
del Ejército germano justo cuando el conflicto llegaba a su plenitud. Sin los
inventos y descubrimientos de Fritz
Haber (1868-1934), Alemania se hubiese rendido mucho antes que a finales de
1918. Imagino que si Haber hubiera podido viajar en el tiempo, viendo lo que
ocurrió con los judíos de Alemania y del resto de Europa en la no tan lejana II
Guerra Mundial, seguro que se habría pensado mucho el poner su sabiduría al
servicio del Estado que le apoyaba en sus investigaciones. Pero eso es historia
ficción y los hechos nos indican que en 1908 consiguió producir amoniaco de la
manera más barata: del aire.
Este
logro fue muy importante porque Alemania estaba bloqueada por mar y tierra, al
encontrase en una situación geográfica central en Europa el bloqueo se hacía más
fácil para el resto de potencias. Sufría escasez muy grave de materias primas.
Por ejemplo, apenas tenía medios para conseguir nitrato sódico, esencial para fabricar pólvora y demás explosivos. No contaban con ese ingrediente básico
ni para rellenar los cartuchos de los nuevos fusiles Mauser. Por fortuna para el Ejército teutón, el químico judío que
respondía al nombre tan germano de Fritz
Haber, logró adaptar su fórmula para producir amoniaco del aire
(literalmente) al proceso de fabricación de explosivos. Se sustituía el nitrato
sódico por el del amoniaco.
La frágil protección de las máscaras de gas contra las horrendas armas químicas |
Este método
creador de amoniaco tenía un fin muy beneficioso en su origen funcional. Se
trataba de un proceso industrial químico que producía a gran escala la síntesis
de fertilizantes agrícolas basados en abonos
nitrogenados. De una forma sintética y mucho más barata se producían los
necesarios fertilizantes para aumentar la producción agrícola –alimentos- en un
siglo (inicios del siglo XX) que la población mundial se duplicaba, a pesar de
las guerras, a pasos agigantados. En sí, por este gran logro para el progreso
de la humanidad, este descubrimiento de síntesis del amoniaco fue la causa de
que a Haber, con su socio investigador Carl
Bosch, se le concediera el Premio
Nobel de Química en 1918-1919 (el premio el 18, la recogida en 1919).
Desde
luego, como veremos ahora, el Premio
Nobel de la Paz era improbable que se lo concedieran. El nombre de Haber no
ha pasado a la posteridad de manera célebre por haber estado también
relacionado con el reverso oscuro de los hallazgos científicos. Si este Nobel químico hubiera seguido por el
camino del progreso de la nueva revolución agrícola-industrial, mejorando sus
fertilizantes, estaría ligado solo a la erradicación de las grandes epidemias
de hambre del mundo. Sin embargo, durante la guerra mundial y mucho después, la
documentación histórica de la época le muestra como un “exaltado patriota” volcado
en la consecución de armamento químico para la joven nación alemana.
Es el
autor de los gases venenosos basados en
el cloro, del gas mostaza o del
tristemente célebre gas Zyklon, que
en su variante más sofisticada sirvió para el horrendo objetivo del holocausto
judío. Cruel ironía de la historia, un judío patentó el gas que se usó en los “infiernos”nazis de los campos de concentración durante la siguiente guerra mundial. Por
eso, Fritz Haber se puede decir que
salvó a Alemania en las primeras décadas del siglo XX y luego la condenó a
partir de 1945 a sufrir, para siempre, una traumática memoria histórica de la barbarie.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
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