Portada de la edición del 'Diario de la Peste' por la Editorial Verbum |
Antes de existir el periodismo moderno, con la inmediatez y el detalle que otorgan la radio o la televisión, era fundamental tener un buen cronista. Así reyes y magnates se agenciaban cronistas de cámara que les sirvieran tanto de biógrafos como de informadores de su entorno. Era necesario saber qué pensaban de uno o de una, si eras un mandatario obligado a dictar leyes, muchas ingratas y que acababan siendo impopulares. Por eso estos «narradores oficiales» de una época intentaban contentar a unos y a otros, no teniendo tanta objetividad como la supuesta en un informador neutral. La destreza de un buen cronista se apreciaba en el escritor que conseguía describir con minuciosidad y realismo los acontecimientos vividos o investigados. Sería el caso de Daniel Defoe, el escritor célebre por ser el autor de Robinson Crusoe, que en 1722 escribió una crónica detallada, en forma de diario testimonial, de la epidemia de peste bubónica que asoló Londres entre 1664 y 1666.
Sorprende en este libro como Defoe describe con extraordinaria viveza la realidad que se iba dando cada semana de la epidemia. Y eso que construye su crónica medio siglo después (él era un niño de 4 años) con el testimonio de un familiar que la sufrió y con los datos aportados en el tratado médico de John Quincy. También aprovechó los apuntes médicos del único galeno que se mantuvo al pie del cañón durante los peores días de la peste, el doctor Nathaniel Hodges. Lo que engancha de su narración es, como decimos, el sentido realista, casi clarividente de lo que iba aconteciendo. No existe una palabra adecuada para expresar esa agudeza del escritor inglés, quizás haya que emplear otros idiomas que no sean europeos y conciban la «realidad» con otras dimensiones.
Iemakaie es un término de varias lenguas africanas que viene a decir "Bienvenidos a una nueva realidad". O a un nuevo mundo. O que esa persona es bienvenida, como realidad extraña que llega a la nuestra. La traslación es compleja, muy difícil de precisar con certeza. Pero podría valer como significado para entender lo preciso que Defoe resultó como cronista de esa gran peste en el Londres del siglo XVII. Detallaba en cada circunstancia nueva provocada por la epidemia, la reacción que tendrían los personajes. Ante la desinformación de los bulos que corrían en las pocas gacetillas que se publicaban, muchos acababan en manos de curanderos o estafadores con supuestas curas eficaces. Igual que ocurre ahora con las estafas y falsedades en las redes sociales de Internet, que se aprovechan del pánico y de la incertidumbre que provoca esa nueva realidad en las personas más frágiles.
Daniel Defoe (1660-1731) en un grabado de la época |
En el siglo XVII preocupó, según se anota en la crónica novelada de Defoe, que los ricos huyesen de la gran ciudad a sus mansiones de la campiña inglesa, propagando la peste, como así ocurrió, a más lugares. Hoy día nos preocupó que los habitantes de las grandes urbes aprovechasen la confusión de los primeros días del Estado de Alarma para acudir a sus segundas viviendas en la playa. También, los adinerados del siglo XVII, buscaron asesores legales y patrimoniales ante la avalancha de peleas por las herencias imprevistas y abundantes que provocaron el aumento de defunciones. En la actualidad, las búsquedas en webs de asuntos legales, como las especializadas en divorcio (divorciarse.info), han tenido un gran incremento. La obligada convivencia en el confinamiento dentro de los hogares, ha puesto a prueba a muchas familias que no pasaban tanto tiempo juntas en el día a día.
Unas similitudes con matices importantes, porque en 1665 se obliga a un encierro a cal y canto (literal) a todas las personas contagiadas o con sospechas de estarlo; tapiando sus casas y marcándolas con cruces de cal viva. Una sepultura en vida, que les condenaba a morir de hambre y sed. Pero esos miedos y esa obsesión por encerrar a los contagiados, demostraban que ante el caos y la poca ciencia cierta de cómo erradicar la peste, el confinamiento y la distancia social seguían siendo las mejores armas contra la propagación de la epidemia. Daniel Defoe demuestra su agudeza como cronista cuando pone al protagonista del libro ante el debate moral de privilegiar la salud o atender su negocio. Un debate que ha sido primordial para los gobiernos actuales frente a la gestión de la pandemia.
El protagonista de Diario del Año de la Peste, es un curtidor con buena clientela en la ciudad, que teme perder lo poco que le queda de su negocio si huye a la campiña, como tantos otros. Al final decide quedarse y ayudar en lo que pueda para acabar con la epidemia, otorgando a ese personaje ficticio un sentido de la solidaridad, una conciencia de comunidad, que Defoe también apuntó en su crónica-novela como herramientas fundamentales para acabar con esa terrible pesadilla de la epidemia de peste.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
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