La esposa del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo; primera «Fake News» de la Historia

Escultura de Livia, que en rigor fue la primera emperatriz de Roma, por ser esposa del César Augusto

    
 Vivimos en la era de la desinformación. De nada sirve compensar el lado crítico de este argumento diciendo que también vivimos en la época con mayor acceso público a la información, a los contenidos de todo tipo, desde la más inmediata actualidad noticiosa a los datos enciclopédicos más obtusos. Sería sencillo concluir cualquier análisis con una obviedad: cuanto mayor es la divulgación mayor es la credibilidad. Antes, que una noticia o, incluso, una idea, fuese divulgada por la televisión y la radio, en los medios principales, era suficiente crédito para su veracidad. Ahora no es suficiente por culpa de Internet. Este medio ha proporcionado la mejor herramienta a los propagandistas de noticias falsas o seudo verdaderas, desde la invención de la escritura.

La primera posverdad de la Historia, en mi opinión, fue la idea que propagó Julio César para lograr repudiar a su mujer Pompeya. La he escogido por haber trascendido esa argumentación por los siglos de los siglos, reconociendo que es evidente se emplearía ya en épocas más antiguas la desinformación para desorientar al enemigo bélico o al rival político. Sin embargo, esa famosa frase atribuida a César, y la “idea” que encierra recogida entre otros por Plutarco y Cicerón, resulta una joya de la ‘realidad’ manipulada, de la falsedad vestida de verdad que tanto gusta estos tiempos. El lema tan usado desde entonces para primar la honestidad, surgió tras un escándalo en las fiestas de la Buena Diosa.

Hacia el año 63 a. C., Julio César fue elegido Pontífice Máximo, lo que permitía a él y su familia residir en la Domus Publica, en plena Vía Sacra. Residencia donde cada año se celebraba la fiesta femenina, solamente acudían mujeres, de la Bona Dea (Buena Diosa). Pompeya, la mujer de César, era la anfitriona y no pudo evitar que se le colase un joven patricio disfrazado de mujer, con la pretensión, según las posteriores malas lenguas, de seducir a la esposa de César. Clodio Pulcro, que así se llamaba el osado seductor, fue descubierto y acusado de profanación religiosa. Julio César no presentó ningún cargo contra él en referencia a la posible infidelidad que se atribuía a Pompeya. No obstante, el incidente debidamente propagado como bulo, le sirvió para divorciarse de Pompeya. Su argumento, su verdad: “Mi esposa debe estar por encima de toda sospecha”; derivada luego con el acierto retórico de Cicerón en “La esposa del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo”.

El Kaiser (César) Von Bismarck, el 'canciller de hierro' 

El Telegrama de Ems y el viejo dicho periodístico de “la primera víctima de la guerra es la verdad”

Bismarck ha pasado a la historia como el ‘canciller de hierro’, aunque también como un auténtico creativo de propaganda y máquina de frases célebres. Atribuciones que entran dentro de esta tendencia a la desinformación y a la “verdad emocional” (llena de falsedades) que campea en las redes sociales. El rigor cultural y la buena divulgación (con datos contrastados) no cumple las expectativas de un público al que se desea manipular y manejar de manera rápida (y entretenida). Al canciller prusiano se le atribuye una tan certera e ingeniosa descripción de la idiosincrasia española (que por eso denota que es inventada) cuando dijo eso de, “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido”.

Lo que sí es absolutamente cierto, relacionado con España, es que Bismarck intervino de forma maniquea en las presiones prusianas para que el general Prim eligiese al príncipe prusiano Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, en lugar de Amadeo de Saboya. Esa actitud respondía al deseo, expresado sin tapujos, de debilitar a Francia en el continente y de provocar una guerra contra Napoleón III, cuyo ejército no podría hacer frente al del canciller prusiano. El rey Guillermo I de Alemania se hacía el tonto o el ingenuo, porque estaba al tanto de esos manejos de su ministro de Estado pero nunca llegó a pensar que el francés caería en la provocación.

El llamado casus belli, algo necesario aún en el siglo XIX para que dos naciones se declaren en guerra, fue un telegrama del monarca germano al canciller Bismarck sobre una reunión informal en el balneario de Ems con el embajador francés, donde se reconocía que se daba por retirada la candidatura al trono español del príncipe prusiano Leopoldo, pero que se negaba a la exigencia del diplomático francés de dar confirmación por escrito a París. Al ‘canciller de hierro’ no le gustó esa “sinceridad” de su monarca, tan fuera de lugar, pues deseaba seguir creando tensión en el escenario geopolítico europeo con el asunto del trono vacante de Madrid.

Sin escrúpulos, reeditó el telegrama dando un sentido ambiguo al motivo de la reunión entre el rey Guillermo y el embajador de Francia, como si fuese un desplante del monarca, cuya negativa a confirmar por escrito la renuncia prusiana se convirtió en un “no desear hablar más del asunto”. París se sintió agraviado y Francia declaraba la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870.

Las mentiras, las noticias falsas, que manipulan a la opinión pública a favor de ciertos intereses políticos o luchas por el poder geopolítico no es un invento reciente. La Guerra de Cuba en 1898 con la entrada en el conflicto de EEUU fue un primer logro de una campaña mediática interesada, la realizada por los periódicos de dos magnates, Hearst y Pulitzer. Y sin ir tan lejos, la invasión y guerra de Irak en 2003 se fundamentó en la falsedad de las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein.



Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista

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