Seres de otro mundo, la idea del «alien» (el otro) en la Historia

 

Bolaji Badejo, el extra-actor de origen nigeriano y de 2,08 m de altura que interpretó a la aterradora criatura alienígena de Alien, el octavo pasajero (1979)


 El miedo al «otro», al extraño, que siempre ha existido dentro del devenir histórico del ser humano, se trasladó a la ciencia ficción en el temor por la llegada a nuestro planeta de seres de otros mundos, los alienígenas. Desde el estreno en 1979 Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott; la figura del extraño perteneciente a un lugar diferente a lo conocido por «nosotros», incrementó el nivel de amenaza de los «otros» que existía en el imaginario universal. No dejaba de ser una creación artística más, en este caso una excelente obra cinematográfica, sobre el ancestral miedo a lo ajeno que se aprecia en la mayoría de las civilizaciones. Pinturas rupestres han sido interpretadas como muestras de ese pavor ante la llegada de un extraño, un «huésped siniestro» del que no sabemos sus verdaderas intenciones.

La preocupación durante siglos en el Imperio Romano de la llegada de los «bárbaros», de los otros que vivían más allá de los límites imperiales conocidos, condicionó la manera de vivir de los romanos, desde el emperador al último campesino. En esos miedos existía uno muy bien reflejado también en la película de R. Scott. El de sufrir por ser «ocupado», sustituido por ese foráneo en nuestro mismo hogar. En el caso del film es «literal», el alienígena ocupa el cuerpo del humano para «nacer», para existir. Además de suponer en relación al anterior otro temor tradicional, inherente a nuestra especie: el ser devorados por un «ser superior», más alto en la cadena alimenticia

Dentro de la filosofía y la antropología esta cuestión ha tenido su análisis en la llamada «otredad». En realidad, los antropólogos tienen las tareas esenciales de la observación, la descripción e interpretación de la «otredad» para con el análisis de esos datos intentar «comprender al otro». Es una esencia disciplinar enfrentada a otra cuestión tratada también desde el enfoque filosófico y antropológico: la identidad del nosotros. La identidad del uno, conocida o establecida como tal, frente a la identidad del otro, desconocida y ajena a nuestras estructuras mentales. En este caso, la dialéctica creada ha servido siempre para reafirmar la idea de lo que constituye el nosotros. Buscando entender al otro conseguimos «identificarnos» (identidad); ya sea remarcando las diferencias con éste o resaltando las semejanzas.

Por tanto, siguiendo con los paralelismos que encontramos en las películas de alienígenas, cuando la heroína de Alien, el octavo pasajero, la comandante Ripley, actúa contra el «ser extraño» lo hace reafirmando su humanidad. Emplea todos sus «rasgos humanos», lo nuestro, contra lo inhumano, contra eso que es ajeno a nuestra identidad humana. Esta alegoría recoge también esa idea de concebirnos como el ente superior de un ecosistema. Algo muy «primitivo», casi en el plano del subconsciente -lo psicológico-, relacionado con la supervivencia y la protección de nuestra especie. Pero no siempre ese enfrentamiento entre el nosotros y los otros tiene que interpretarse como una batalla. Esa dualidad de identidades puede ser pacífica y generadora de mejor conocimiento; tanto de uno mismo, como del otro y del contexto general donde se desarrollan. 


Pintura de José Garnelo y Alda de 1892, para conmemorar el IV Centenario del Descubrimiento de América (Museo Naval de Madrid)

Nos estamos acordando del Libro de las maravillas del mundo, crónicas de sus viajes dictadas por Marco Polo a finales del siglo XIII. Un anticipo del interés del ser humano, apartando sus miedos, por «encontrarse con el otro». Una inquietud en el límite entre el temor y los deseos de aventura. Alcanzar el contacto con otra cultura para obtener beneficios materiales (comercio, nuevas riquezas), aunque también espirituales al contrastar la cultura de uno con la del otro. De manera abrupta, pero trascendental para la historia universal, es lo que ocurrió con el hecho considerado la máxima representación de la «otredad»: la llegada de los europeos al desconocido (para ellos) continente americano. Así, este descubrimiento, conquista o encuentro -elija según sus convicciones- de América se convierte, desde la inevitable perspectiva eurocéntrica, en el primer «gran espejo» de la humanidad que se consideraba el nosotros por excelencia.

Con el tiempo, esta pauta de convertir a las culturas no occidentales en una especie de espejo donde contemplar nuestra propia cultura y analizar sus propios problemas, ha pasado desde esa época a ser uno de los mayores debates intelectuales. La contemplación de uno mismo en un reflejo del otro resulta el mejor comienzo para la autocrítica. Por ejemplo, la parte de barbarie que tuvo la colonización obligó a los occidentales a reflexionar sobre sí mismos. El Humanismo desde el siglo XVI fue un verdadero ejercicio de poner ante el espejo a esa humanidad que se consideraba únicamente el nosotros del mundo. 

Es un tema que también ha tenido «reflejos» en el cine de ciencia ficción. Encuentros en la Tercera Fase (1977), de Steven Spielberg, se considera ya el mejor clásico de las películas que tratan el tema del «encuentro» con seres de otro mundo. Los alienígenas apenas aparecen físicamente en ese film, siendo más importante el cómo contactar y poder «identificarse unos y otros». Toda la trama gira en verdad sobre el cómo reaccionará el hombre ante lo alienígena, si le vencerá el miedo o sucumbirá sin remedio a la eterna curiosidad por conocer aquello que nos es ajeno, pero a la vez nos resulta algo familiar: el otro, los otros


Gustavo Adolfo Ordoño ©

Historiador y periodista

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