Arnold Schwarzenegger camina por las calles de Múnich el año que fue proclamado Mister Universo (1969), promocionando que el «hombre actual» acuda a los gimnasios y cultive (culturismo) su cuerpo
La figura del hombre en la historia ha proyectado una imagen de fuerza, valor y agresividad (guerreros) que perdura hasta la actualidad. Los estereotipos masculinos de fortaleza y valentía se mantienen en muchos personajes de las nuevas artes, como en el cine, a pesar de poder exponer de manera sencilla y más amplia otros registros del «hombre». Tanto la figura (imagen) como la idea (masculinidad) del hombre han tenido en la historia dos grandes «talones de Aquiles» (otro simbolismo de la fortaleza masculina).
Por un lado, la necesidad casi patológica de demostrar esa presupuesta fuerza y valentía a toda costa ante todos, para reafirmar su hombría, y en especial ante las mujeres con el propósito de garantizar la satisfacción de sus deseos sexuales y lograr su progenie. Y por otro lado, dentro del clásico concepto del «dominio del hombre» la idea de no estar a la altura, de fracasar en el uso de esos privilegios y no ser un «verdadero hombre».
En los Libros de Caballería que leía don Quijote, quedaba claro que la caballerosidad debía ser sinónimo perfecto de masculinidad. Todo se regía bajo el imperio del «Honor» del caballero, ley de vida que marcaba las relaciones del hombre con las mujeres. La posición masculina de privilegio no la daba su mera condición de hombre, era la responsabilidad contraída por serlo -hombre- de ejercer esa superioridad con honorabilidad y sumo respeto. Esta perspectiva caballeresca de la «figura-hombre» enlaza con la cuestión del actual debate intelectual sobre si «ser hombre» sigue siendo un privilegio en nuestras sociedades actuales o una mal llevada gran carga de responsabilidad. Institutos y departamentos de Humanidades en universidades de Occidente se preguntan esta paradoja, incluyendo en los estudios de género a la figura del hombre que había sido relegada ante tanto estudio de la mujer por el impulso feminista.
Siguiendo con las referencias de la literatura española tenemos el mito de don Juan como otro aporte para conocer la histórica imagen masculina. El seductor de mujeres es otro rasgo esencial de la idea estereotipada de lo que debe de ser un hombre. Sobre esta imagen literaria del hombre hay varias versiones. Las más conocidas del Barroco, El burlador de Sevilla de Tirso de Molina (1630) y del Romanticismo, Don Juan Tenorio de José Zorrilla (1844); representan la evolución en esos dos siglos de la figura del hombre seductor, que pasó del pecador burlador de mujeres que es castigado con el infierno al redimido por el amor del «romántico» Tenorio. El Don Juan de Zorrilla se enamora de una mujer, doña Inés, cambiando su actitud (rol seductor) y evitando que ésta sea un simple objeto de seducción para ser clave en la salvación - a través del amor- del alma del hombre.
Lord Byron vestido con traje albanés, cuadro de Thomas Phillips (1835). En el Romanticismo comenzaron a surgir nuevas «sensibilidades» sobre la figura del hombre |
Es a partir del Romanticismo (siglo XIX) que se aprecian notables cambios en la percepción de la figura del hombre. Rasgos de sensibilidad que eran atribuidos en exclusiva a la mujer, asociados a su «natural fragilidad y debilidad emocional», ahora aparecen en personajes masculinos que demuestran su pesadumbre frente al desamor. Sensibilidades que se intentaban disociar de la imagen masculina: «los hombres no lloran».
¿Quedan «hombres de verdad»?
La propia formulación de la pregunta en sí resulta controvertida. Todo el debate sociológico, los estudios sociales de las últimas décadas, en la actualidad pasa por esa llamada «crisis de identidad» del hombre. Una crisis que es trasformación y búsqueda de un nuevo encaje de la figura masculina ante revoluciones sociales como la feminista, donde la mujer tomó ventaja en posicionar su nueva identidad y nuevo rol en las sociedades contemporáneas.
Se ha hablado de diversas «masculinidades» para explicar las distintas reacciones antes los recientes cambios sociales que pusieron a prueba la clásica figura del hombre basada en la hombría. Pero la conclusión más generalizada es que el hombre ha visto cuestionado su dominio y por ende «su hombría», lo que explicaría -de manera básica- la violencia machista que se da en la sociedad incluso a nivel doméstico.
Aunque el culto al cuerpo masculino se dio desde la Antigüedad, como en la civilización grecolatina, ha sido en la historia actual de finales del siglo XX y este XXI que el cuerpo del hombre, su figura más física, ha sufrido fenómenos que parecían reservados a la mujer. Tendencias a la «hiper-sexualización y cosificación» del cuerpo del hombre acompañaron a las realizadas sobre las mujeres desde la década de 1970, aunque sin llegar a los extremos delirantes que ha sufrido la imagen femenina. Por ejemplo, en el caso del hombre su figura no se ha visto sometida a cánones de belleza estrictos y satisfactorios del gusto femenino.
El culturismo en sus inicios se basó en acentuar los ancestrales rasgos masculinos de fuerza y potencia en el cuerpo del hombre. El hecho de que ahora existan mujeres culturistas nos habla de que esa tendencia no estaba relacionada con el ideal de «figura del hombre», sino con el cultivo de la musculatura corporal independientemente del género. Curiosa forma de alcanzar la igualdad de género partiendo de un «culto» al estereotipo más físico del hombre: su fuerza.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Historiador y periodista
Historiador y periodista
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