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Esta curiosa fotografía de la década 1980 nos sirve para el artículo de opinión de este mes en Pax Augusta: el excesivo celo que se gastan últimamente algunos jueces |
El juez David A. Demers examina de manera profesional la supuesta prueba del delito. Su cara hierática no solo quiere demostrar profesionalidad en el ejercicio de sus funciones, también es indicativo de no sorprenderse ante lo inusitado de la escena. Ha sido él quien ha pedido a la joven que demuestre su inocencia. La mecanógrafa de la sala tuerce algo el gesto al pensar cómo describir con palabras ese momento que debe registrar. El juez Demers carraspea y suelta después un sentencioso: es suficiente. Esa bailarina de estriptis y sus dos compañeras se pueden ir a casa sin cargos.
Nos ponemos en contexto. Estamos en 1983 en un pequeño condado del estado de Florida llamado Pinellas, cuando unos agentes de paisano, infiltrados en el ambiente de locales de ocio nocturno, detienen a tres bailarinas acusadas de «escándalo público». El incidente se entiende al saber que ese condado tiene una ley muy estricta sobre la desnudez. Puedes ser una «bailarina exótica» pero no debes enseñar en tu trabajo ninguna «parte íntima» femenina. Es decir, pezones y sexo quedan vetados a exhibición según el severo criterio de esa rigurosa ordenanza del condado sobre el grado de desnudez tanto en esos espectáculos como en las zonas públicas.
En este caso el juez hizo bien su trabajo, sin emplear para ello, aunque lo parezca, un excesivo celo. Fueron los agentes policiales los que realizaron un mal trabajo. Procedieron a detener a esas chicas bailarinas exóticas sin una motivación suficiente. Una de ellas, dispuesta a demostrar la injusticia a la que estaban siendo sometidas y con el permiso del juez, se sube la falda agachándose de espaldas para mostrar unas nalgas bien tapadas por su correcta y «decente» ropa interior. De esta manera, la sentencia de absolución estaba muy clara. Se habían «forzado» los indicios de delito.
O bien fue la imaginación maliciosa o una agudeza visual excesiva de los policías la que llevó ante el juez a esas bailarinas de estriptis. Trabajadoras del ocio nocturno legalizado que no habían violentado la ordenanza al respecto. Pero a veces es al revés, son los jueces los que fuerzan las pruebas, indicios o testimonios para motivar las causas de un delito que no existe. Serán los casos donde más se sospechará de la imparcialidad de esos juristas. Demostración de lo complicado que resulta ese oficio.
Confieso que la primera vez que vi esta curiosa fotografía pensé estar ante el excesivo celo de un juez. Examinar a conciencia las pruebas del delito y de paso llevarse una alegría a los ojos, satisfacer algo personal. Porque muchos jueces parecen últimamente exceder su celo para conseguir sólo una «satisfacción íntima y personal».
Documentación utilizada: datos del artículo publicado en Tampa Bay Times en octubre de 2015 con el título La historia detrás de la fotografía
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