Levantar la frente y mirar las estrellas, tapando con la punta del cuerno a las más brillantes, jugando como cuando era potrillo a descontar estrellas. Y si alguna fugaz rasgaba con su estela al firmamento, blandía su cuerno igual que una espada. Enfrentarse al cielo era toda su vida. La corta existencia del unicornio macho.
Un día, que sin saberlo el unicornio macho fue el génesis de todas las criaturas, contempló sobre la superficie del lago en el que saciaba su sed el reflejo de una criatura que se parecía a él. Levantó el cuello y giró sobre sus pezuñas, frente a sus ojos y su barba de chivo, estaba una bella unicornia rosa. Trotó alborozado hacia ella, relinchó enamorado al instante. La unicornia rosa asustada ante esa avalancha agachó su cerviz en señal de sumisión.
El unicornio macho ya no estaba solo. Ambos descontaban estrellas juntos, apoyando sus lomos el uno en el otro. Fue el macho quien primero se durmió. Al despertar comprobó que no había sido un sueño, que el Universo refulgía recién creado, como un objeto nuevo saliendo de su fábrica. Que las criaturas recién nacidas de la voluntad de un dios revoloteaban a su alrededor.
Se sintió feliz y notó la tibieza del cuerpo de su amada, una sensación tan placentera que deseó no acabase nunca, un placer húmedo que no distinguió hasta que le llegó al hocico. Era sangre, su asta había atravesado el corazón de la unicornia rosa. Asustado huyó del lecho de frescas hierbas que había sido su establo. Cuando se cansó de su galopada paró en la orilla del lago a saciar su sed. En el reflejo, sobre su cuerno aún ensangrentado, le pareció ver a una criatura semejante a él.
© Gustavo Adolfo Ordoño
NOTA del autor: valga este breve relato “fantástico” para contribuir, modestamente, a la protesta contra la violencia machista de género, ¡ni una mujer más maltratada o asesinada!
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