Atentado en Madrid de ETA |
Hay monstruos que se definen por sí mismos. El terrorismo, en cambio, se define por los que le usan y por aquellos que le sufren. Vamos a poner ejemplos que pueden herir la sensibilidad del espectador... perdón, quise decir del lector. ¿Cuántos demócratas en la clandestinidad, luchadores por la libertad, se alegraron del atentado de ETA contra Carrero Blanco, el presidente del gobierno en el régimen franquista, el 20 de diciembre de 1973? Bueno, mejor que no levanten la mano. Incluso en la historiografía se tiene en cuenta que sin este atentado y muerte del hombre fuerte de la dictadura el final de la misma hubiese sido otro, quizás hasta no hubiera acabado, para los más pesimistas que consideraban a Carrero lo suficientemente hábil para prolongar la vida del régimen franquista.
¿Cuántas y cuántos universitarios no han sentido alguna vez simpatía por las acciones guerrilleras (muchas eran simples actos de sabotaje y terrorismo) del Che Guevara en sus diferentes proyectos guerrilleros, el último en Bolivia con el final que todos conocemos en 1967?
Tampoco es necesario que levanten las manos, porque muchos ya seran (seremos) pequeños burgueses con responsabilidades familiares. En el otro lado de la moneda, los que sufrieron, los que, simplemente y tanjantemente, fueron víctimas, tienen claro que no hay nada por lo que alegrarse o sentir empatía, que eran atentados contra su sistema, su forma de vida, que eran asesinatos de sus seres queridos, de sus vecinos.
El terrorismo, el Monstruo, tiene muchas caras. En nuestro estudio sobre la maldad, sobre la elección de alguien o de un grupo de personas por elegir el mal, el terror, para imponer una idea o cambiar una forma de vida, nos interesa lo que ha hecho el organismo supremo que debe/debería velar por los derechos humanos, la ONU.
Luis Pérez Armiño lo hace en este artículo: Leer texto...
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