"Comité de refugiados en Alcázar de Cervantes"
Nota del Editor: la imagen es un comedor social durante la Guerra Civil, pero del frente de Sevilla. No contamos con fotografías de los comedores de Madrid patrocinados por la 'Ayuda Suiza'
Capítulo VI
Los comedores sociales de la 'Ayuda Suiza'
Luis Manuel Expósito Navarro (UNED)
El
primer comedor social de la Ayuda Suiza en Madrid se instaló en octubre de 1937
en un ala de un piso superior de las dependencias de hospital materno infantil
de la calle O’Donnell, inaugurado en 1934 y conocido popularmente como la “Casa
Central de Maternidad” o “Maternidad de O’Donnell”. Los preparativos fueron muy
costosos para la organización suiza, y se tuvieron que enfrentar a grandes problemas,
no sólo burocráticos, sino constructivos, cotidianos, simples, dado que
tuvieron que trabajar con ahínco para dejar en condiciones el local elegido por
las autoridades.
Los últimos diez días de intensa labor de equipo habían
permitido llegar a tiempo para inaugurar el primer comedor social de la Ayuda
Suiza, diseñado especialmente para cien mujeres en estado de gestación o en su
primer período de lactancia, junto a sus bebés, que dispondrían de leche en
caso de ausencia de la leche materna, y sus otros hijos hasta un total de
doscientos. El 17 de octubre, a la vuelta de Olgiati de Suiza, y junto a
distintas autoridades, se inauguró el comedor de O´Donnell, con capacidad para
cien mujeres y doscientos niños. Dos días después, en el diario ABC aparecía
una escueta e incompleta noticia como pie de foto: El ministro de Instrucción Pública y Sanidad, Jesús Hernández, durante
su visita a la Casa Central de Maternidad, donde inauguró el comedor para
madres lactantes y embarazadas, instalado con el auxilio del Comité Suizo de
Ayuda al Niño (sic)[1].
Sin duda, el mayor progreso en el ámbito de la asistencia
alimenticia a los grupos más necesitados acababa de nacer merced a la mano de
la Ayuda Suiza, pues aunque existían otros comedores sociales, ninguno poseía
la organización, pulcritud y buenas materias primas para satisfacer, en la
medida de lo posible, la gran demanda de alimentos en un Madrid sitiado y
bombardeado y con muchos problemas de abastecimiento.
Las posibilidades de abrir centros
como comedores sociales se habían ido fraguando durante el verano de 1937. Para
ello era necesario disponer de más alimentos, lo cual no siempre era posible.
Olgiati había llegado a un acuerdo con el Ministerio de Agricultura, mediante
el cual, la Ayuda Suiza acudiría con sus camiones a las zonas de huerta a
cargar sacos de arroz, de patatas, de naranjas y cebollas. El caso era no
permitir que los camiones viajaran sin carga a Madrid. Estos portes a cuenta
del Ministerio se realizaban siempre que el Comité de Ayuda Suiza no dispusiera
de suficiente carga de alimentos y ropa en sus frecuentes viajes a Madrid. El
compromiso con Madrid estaba claro, porque el bombardeo y el asedio de Franco
sobre la Capital había sido el detonante que dio pie a la intervención
humanitaria suiza, pero no era fácil dormir sabiendo que en otros lugares de
España aún se pasaba más hambre que en Madrid.
Tras el éxito del primer comedor
social de los suizos, había llegado el momento de ampliar la distribución de
alimentos mediante la creación y puesta en marcha de otros comedores.
Conscientes de las dificultades para atender un suministro regular de
desayunos, comida, meriendas y cenas en los comedores, Rodolfo Olgiati e Irma
Schneider, habían ido sondeando directamente a la familia Fliedner en sus numerosas
visitas a partir de agosto de 1937. Olgiati bregaría en los próximos meses con
la embajada suiza y con el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social hasta
alcanzar un acuerdo satisfactorio para todas las partes implicadas. Olgiati iba
a mantener numerosas reuniones con el pastor Juan Fliedner (1878-1964), hijo de
Federico y padre de Elfriede[2],
y con Teodoro Fliedner, quienes veían en la labor de los suizos una fórmula
para salvar su patrimonio, su cultura y hasta su religión. El 21 de abril de
1938, conjuntamente entre los miembros de la familia Fliedner y numerosas
voluntarias, ex alumnas de los colegios, junto a los voluntarios de Ayuda
Suiza, se realiza una frenética labor de preparación para la inauguración de la
cantina o comedor para ancianos en El Porvenir, y al día siguiente se abre al
público designado. En principio se seleccionó a cien ancianos mayores de 65
años sin recursos de ningún tipo. La comida inaugural consistió en una sobria
sopa de macarrones.
Para poder suministrar diariamente esos cuatro centenares
de raciones, las voluntarias organizaron cuatro turnos. El primero a las 11, el
segundo a las 12. Luego, comían ellas y el
resto de personal, casi siempre voluntarias madrileñas protestantes,
antiguas alumnas del colegio que así podían comer todos los días pese a ejercer
un trabajo no remunerado. El tercer turno comenzaba a las 2 de la tarde,
mientras que el último se iniciaba a las 3. Una hora después, tocaba recoger
todo y limpiar, y así todos los días, incluso los domingos o las fiestas muy
señaladas.
Fotomontaje de la antigua Maternidad de O´Donnell, con el edificio actual superpuesto
Rodolfo Olgiati e Irma Schneider marcharon a Suiza y se
casaron allí en octubre de 1938. La pareja regresó a Madrid la última semana de
noviembre. El primer domingo de
Adviento, 27 de noviembre, los recién casados visitan a los Fliedner. Quince
días después, Olgiati llama a Elfriede y a su primo Teodoro, que era quien
llevaba la parte administrativa de comedor de El Porvenir. La reunión se
mantuvo en otro comedor, el de Serrano, que llevaba abierto unos meses. Olgiati
quería saber el motivo de que la edad mínima de admisión fuera 75 años, cuando
al principio era de 65. La explicación de los Fliedner fue muy clara, muy
lógica, pero portaba un trasfondo muy amargo. Ante el aumento de la demanda de
plazas para la comida diaria, Teodoro, tuvo que llevar un control más estricto.
El aumento de cien a cuatrocientas plazas se había quedado en nada, porque las
solicitudes de ingreso aumentaban día a día. Los ancianos se desplazaban muchos
kilómetros para llegar a Bravo Murillo, y allí se encontraban con que si no
tenían “papeles”, no podían justificar su edad, salvo casos muy evidentes. Así
que habían decidido aumentar la edad mínima para tener acceso al comedor de 65 a 70 años, y poco después ésta quedaría fijada en 75 años.
La desolación de los ancianos que no alcanzaban esa edad era evidente, pero las
plazas eran cuatrocientas y no se podía hacer más, al menos en ese comedor.
El principal problema al que se
enfrentaba Ayuda Suiza era que no disponía de suficientes voluntarios para
llevar a cabo esa nueva labor asistencial que ahora se iniciaba. Su equipo fijo
en Madrid, en un primer momento, se reducía a Irma Schneider y posiblemente
tres jóvenes mujeres más, dos noruegas y una suiza. Por eso motivo se valieron
de numerosos voluntarios españoles.
El siguiente colegio convertido en comedor social fue La
Esperanza, en la calle Calatrava, junto a la iglesia de Jesús, aquella misma
donde comenzó a predicar la doctrina evangélica el protestante Federico
Fliedner en 1870 y perteneciente a la Congregación Evangélica Española.
En vista del éxito que tuvieron aquellos primeros comedores
sociales, el Comité de Ayuda Suiza a los Niños de España se propuso crear más
“comedores suizos”. En coordinación con las autoridades locales y
ministeriales, los voluntarios suizos comenzaron a inaugurar comedores por las
barriadas más pobres y castigadas por los bombardeos. Fruto de ello fueron los
comedores de la calle Castelló, el de la calle Serrano o el de la Casa del
Niño, desde donde se organizaban las expediciones de evacuación de los niños,
que prosiguieron durante toda la guerra, aunque con menor intensidad al final.
La Ayuda Suiza, al menos en febrero de 1939, preparaba una suculenta merienda a
los niños instalados en la Casa del Niño y a punto de montarse en el autocar.
La salida se hacía por la tarde, en lugar de por la mañana, porque el destino,
en este caso eran las colonias escolares de Cuenca y provincia[3].
Aquel año, 1937, terminó con menos esperanzas de que
aquella barbarie en forma de guerra terminara pronto. Sobre el terreno, las
fuerzas estaban muy equilibradas. Los voluntarios de Ayuda Suiza tuvieron que
hacer una valoración de la situación. Habían llegado meses atrás con la
esperanza de una intervención rápida y de que la guerra se acabaría en uno, dos
o tres meses. Pero ya llevaban casi nueve meses instalados en Valencia y Madrid
y las perspectivas no eras muy halagüeñas. Lo que les distinguía era la
perseverancia, la innovación, la adaptación de los recursos disponibles a las
necesidades de la población civil. Pero los recursos no podían ser ilimitados,
pues todos los fondos provenían de manos particulares, a menudo de las clases
populares. Desconocían por cuánto tiempo esa base material en la que se
sustentaba la organización en Suiza iba a mantenerse, ya que, inicialmente, se
basó sólo en la buena voluntad y en la caridad cristiana, obrera y de
determinados colectivos médicos y educativos. De momento podían darse por
contentos, ya que la intensa e infatigable labor de propaganda de Regina Kagi y
otros activistas por la paz seguía conmoviendo la conciencia de suizos de todos
los cantones, lenguas y religiones. Aquella operación de socorro ideada por
Olgiati cuando comprobó los estragos que las bombas del bando rebelde hicieron
en la población civil, tomó cada vez más cuerpo de ser una acción popular que
defendía los derechos humanos más elementales de la humanidad, como el derecho
a la vida, como el derecho a la paz.
Continuará...
Continuará...
[1]
Diario ABC, 19-10-1937, portada.
[2]
Elfriede Fliedner (1913-2005), nieta del fundador de las escuelas evangélicas
de Madrid, Federico Fliedner, era una joven de veinticuatro años cuando comenzó
a colaborar con Ayuda Suiza. Estuvo casada con Teodoro Fliedner Funcke (1906-1970).
[3]
Diario La Libertad, 9-2-1939, pág. 2.
0 Comentarios