O cómo Francia juega a ser
gran potencia. Era noticia en junio de 2012 la muerte de siete cascos azules en una emboscada, zona de conflicto: una región fronteriza de Costa de Marfil con Liberia. El cóctel reunía todos los condicionantes necesarios
para que la noticia no mereciese atención alguna por parte de las agencias
occidentales. Se trata de un largo conflicto que no ofrece réditos
periodísticos en un pequeño país situado en uno de los rincones, ya de por sí,
más conflictivos de África. Además, los cascos azules muertos eran nigerianos y
casi seguro que el efecto mediático hubiese tenido mayor alcance en caso de ser
soldados occidentales. Por último, podemos hablar de la implicación de una
potencia empeñada en desempeñar una política internacional entre el secretismo
y el oscurantismo en beneficio de sus intereses económicos y estratégicos.
Claro está, esa potencia es Francia.
En la cuestión internacional hay actores que prefieren interpretar
papeles secundarios que, lejos de la atención mediática, pueden ofrecerles la
oportunidad de proceder con las manos libres y con toda la impunidad. En los últimos
años, un largo conflicto civil se ha desarrollado en un pequeño país del golfo
de Guinea, en Costade Marfil. Sus características siguen pautas similares a los muchos
desequilibrios que suelen azotar de forma crónica a los países africanos: una
profunda crisis económica derivada de un sistema de producción neocolonial
desencadena el resorte de odios étnicos y sociales que ponen de manifiesto las
debilidades de unos sistemas políticos autoritarios y sumamente corruptos. El resultado
es el de siempre: guerras civiles
descontroladas; brutales violaciones de los derechos humanos más fundamentales;
y cientos de miles de refugiados y desplazados internos sometidos a la amenaza
perpetua del desastre humanitario. Es la pobreza sobre la pobreza. Y en este
panorama, Francia juega un papel protagonista.
Costa de Marfil obtenía su
independencia efectiva del poder colonial francés el 7 de agosto de 1960. El
país se encontraba bajo la órbita del Gobierno de París desde finales del siglo
XIX. En el proceso de independencia, dentro del contexto general que se vive en
África tras la Segunda Guerra Mundial , fue fundamental la figura de Félix Houphouët – Boigny, personaje
formado al amparo de las autoridades francesas bajo las directrices de una
formación de tipo occidental. En el poder hasta 1990, Boigny mantuvo una
especie de “dictablanda”, en palabras
del periodista Jean – Arséne Yao en declaraciones a El Mundo, que diseñó un Estado al gusto de los intereses franceses. En el
entramado económico, era fundamental la agricultura destinada a la exportación,
especialmente café y cacao. Sin embargo, la crisis de precios de estos
productos a partir de los años ochenta provocó el colapso económico del país y
el surgimiento de una creciente conflictividad social. Boigny tuvo que
abandonar el poder y convocar elecciones democráticas en 1990.
A partir de 1990, el guión
marfileño es el de otros muchos países del continente africano: idas y venidas
de golpes, enfrentamientos armados, violencias, matanzas, venganzas
sangrientas, graves acusaciones por crímenes contra la humanidad
y un largo etcétera de intereses enfrentados en los que subyace, en el fondo de
la cuestión, los intereses de las potencias occidentales encabezadas por
Francia.
El último episodio comenzó
con las elecciones presidenciales
del 28 de noviembre de 2010 que dieron la victoria
al hombre de confianza de los intereses franceses, Alassane Quattara. El anterior presidente, Laurent Gbagbo, se
niega a abandonar el poder iniciándose una nueva y violenta contienda civil que
sólo finaliza tras la intervención armada de las tropas francesas apoyadas por
fuerzas de la misión de la ONU en el país (ONUCI). Gbagbo fue
hecho prisionero y pasará a disposición de la Corte Penal Internacional
sembrando muchas sombras sobre la intencionalidad de su enjuiciamiento, como ha
señalado Patricia García Amado en Periodismo Humano. Al fin y al cabo, como apuntaba en una entrevista para Diagonal Periódico Marc Euler, Gbagbo
representaba los intereses marfileños para trabar interesantes relaciones
económicas con Rusia o China, mientras que Quattara simboliza la continuidad
del monopolio francés sobre los asuntos comerciales del país.
Es fácil esgrimir manidas
teorías conspirativas. Pero es más que evidente que Francia, desde una sombra
discreta, maneja los hilos de sus antiguos territorios coloniales manteniendo
el viejo status quo heredado de sus
antiguas pretensiones decimonónicas, cuando Europa creía ser faro de los
designios de la civilización humana y ordenaba a su antojo los destinos del
orden mundial en todos los rincones del planeta. Francia, la patria de la
libertad, siempre se ha caracterizado por entender la libertad que tanto llena
sus discursos a su manera, en su doble vertiente. Hay dos libertades: la de los
franceses, y la del resto. Y esta última es la que es susceptible de manejarse
y entenderse dependiendo de los intereses económicos y políticos del momento.
No en vano, Francia negó siempre el proceso descolonizador a hierro y sangre
(los argelinos y los vietnamitas son algunos de los muchos que conocen lo que
significa la “libertad” francesa). Hoy, los métodos de la geopolítica han
variado y se prima la sutileza por encima de la intervención directa, y en eso,
Francia, es maestra de maestros.
Luis
Pérez Armiño ©
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