Las cuestiones energéticas y las medioambientales se entrecruzan peligrosamente en las
regiones árticas. El asunto ha adoptado la forma de un poderoso círculo vicioso
en el que las causas y las consecuencias se confunden unas con otras. El
resultado de todo este cóctel, donde se han sumado intereses derivados de la
explotación de los recursos económicos de una zona inexplorada con los asuntos
propios de la geoestrategia más clásica heredada de la antigua Guerra Fría y, por
último, con los nuevos componentes de los riesgos medioambientales, ha sido un
intenso tablero de juego de alto riesgo donde posiblemente se han de dirimir
fundamentales cuestiones de futuro.
Un artículo, recogido en el
portal Belt.es,
de la edición digital de El País (http://www.elpais.es)
definía a la perfección en su titular la nueva percepción que se tiene de las
regiones árticas: “La frontera blanca del oro negro”. Sin embargo, la
cuestión geográfica determina la peculiaridad de esta nueva frontera en la que
son muchos los interesados. Y, sobre todo, son potencias de enorme peso, empezando
por el nuevo frente que se puede abrir en la ya tradicional disputa entre los
intereses de los Estados Unidos y los de Rusia.
La imagen que mejor ilustra el nuevo escenario de este
potencial conflicto llegó en agosto de 2007, cuando entre las brumas algo
irreales de las oscuridades marinas, a más de cuatro mil metros de profundidad,
un brazo articulado mecánico de un pequeño submarino plantaba una bandera rusa
en el fondo marino prácticamente al lado del Polo Norte geográfico. Con este
gesto, más simbólico que efectivo, Moscú reclamaba su soberanía sobre los
recursos que pueda atesorar el océano Ártico.
La respuesta de los distintos gobiernos occidentales
implicados en la disputa por el reparto ártico no se hizo esperar. Desde
Estados Unidos, el portavoz del Departamento de Estado, Tom Casey ironizaba
sobre la calidad de la bandera en cuestión, insistiendo en considerar el gesto
como simple símbolo carente de significado práctico. Incluso, desde Dinamarca
se hablaba de un “chiste sin importancia”.
Parecía que sólo la prensa occidental era consciente del enorme valor estratégico de la
iniciativa rusa.
Los efectos del calentamiento global se
dejan sentir con especial intensidad en las regiones árticas. El aumento de las
temperaturas ha provocado la aceleración del deshielo dentro del círculo polar
ártico, abriendo la posibilidad de explotación de los importantes recursos
energéticos y minerales que se suponen en el fondo marino ártico. Las
estimaciones consideran que el Ártico puede albergar el veinticinco por ciento
de los recursos de petróleo aún por descubrir, a lo que habría que añadir
importantes bolsas de gas.
Pero el botín es todavía
mayor, ya que se suponen importantes fuentes minerales en toda esta rica
extensión geográfica, por ejemplo, de oro, diamantes y níquel. En estos
momentos, de importante subida de los precios de los recursos energéticos y con
los principales países exportadores en continua convulsión política, cuando la
demanda aumenta cada vez más, la existencia de estos recursos en el Polo Norte
ha abierto el filón de unos negocios multimillonarios en los que juegan muchos actores interesados
en sacar el máximo partido posible. Rusia puso la primera ficha en agosto de
2007, pero todavía tienen algo que decir EE.UU, Canadá, Dinamarca o Noruega.
Sin considerar los intereses de otros gobiernos, como el chino o el indio,
entre otros muchos.
Pero el calentamiento
global se traduce en otro importante recurso económico susceptible de una
cuantiosa explotación y de una importancia comercial y estratégica fundamental:
la apertura de nuevas vías marítimas. El deshielo facilitará la navegación por
unas aguas que la mayor parte del tiempo se encuentran congeladas impidiendo el
paso de barcos y mercancías. El ahorro de tiempo y dinero en el comercio trans
– oceánico entre los puertos del Pacífico y del Atlántico sería considerable.
Rusia podría estar dispuesta a facilitar la navegación por esta nueva vía
marítima a cambio de unos grandes beneficios, mientras que las autoridades
occidentales prefieren plantear los principios de libre circulación. Otro punto
de fricción de difícil resolución debido a lo enconado de las posiciones.
Mientras la Antártida se
encuentra severamente protegida, por el momento, de los intereses comerciales,
estratégicos y militares de la depredación de las potencias mundiales, no se ha
previsto ningún mecanismo de protección internacional para el Polo Norte que le preserve de las amenazas derivadas de una explotación minera y
energética cuyos efectos medioambientales pueden ser desastrosos. Frente a la
bandera rusa, Canadá ya ha desplegado efectivos militares en sus territorios
árticos para defender sus intereses. Y Estados Unidos ya ha hecho valer su
presencia en la zona, dejando claro que quiere participar de los beneficios
árticos.
Luis Pérez Armiño ©
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