Oswald, el supuesto francotirador que disparó en Dallas contra JFK |
Si viaja a los Estados Unidos y
su destino está en la costa oeste o en los estados del norte, es muy probable
que tenga que hacer escala en el Aeropuerto Internacional de Dallas-FortWorth. Es el tercer aeropuerto del mundo en volumen de operaciones.
Incluso, si la escala que debe hacer se demora más de 8 horas puede que haya
realizado la visita “exprés” al centro de la ciudad, que está a menos de 30
kilómetros del aeropuerto. Existen taxistas que le ofrecerán el tour rápido que
incluye la visita al edificio de la Plaza Dealey, un depósito de libros, y a la
calle ajardinada donde fue abatido el presidente
JFK (John F. Kennedy) supuestamente por el francotirador Lee Harvey
Oswald. Por desgracia, la visita turística se podría ahora ampliar hasta el
coche de policía que ha quedado varado junto a un centro comercial, en recuerdo
a los cinco agentes de policía abatidos por otro francotirador la semana
pasada.
La tensión racial o la violencia racial, la discriminación racial o el
odio racial. Son todos términos que dejan cierto escalofrío de frialdad en
el alma, por su buscado impacto mediático y su aspecto de conceptos marketing
para “vender” mejor la información. Los asuntos de auténtica gravedad serían, a
su vez, las claves de esta cuestión: la
brutalidad policial, la desigualdad social y la facilidad de tenencia de armas
en muchos estados de EEUU. No es que
esté minusvalorando la importancia del conflicto
racial, pero esta problemática -ya antigua en Estados Unidos- no dejaría de
ser un objetivo de superación social, una vieja cuenta pendiente de la sociedad
estadounidense, si no fuese por la profunda desigualdad social que aún persiste entre gran parte de la
población negra y que marca su relación con el resto de la sociedad.
David Brown, el Jefe de Policía negro de Dallas. Fuente AFP |
Esa desigualdad que sufre gran
parte de la población negra no es sólo
económica. Existe una discriminación
en el trato y una desigual percepción cultural sobre el ciudadano negro. Es un
hecho asumido en la idiosincrasia
estadounidense con tanta naturalidad que hasta la comunidad negra lo tiene
por aceptado. Ser negro en EEUU
supone cargar con numerosos prejuicios y esteriotipos. El agente de policía
blanco carga su pistola cada jornada de trabajo bajo el peso de esos
prejuicios. También lo hace el agente negro, porque el uniforme le convierte en
un poseedor de esos prejuicios y no en el objetivo de ellos. Luego, la
violencia de las armas de fuego no conocen de razas. Tener un arma en EEUU es
más fácil que obtener un título universitario. Micah Xavier Jonson, hombre negro, el nuevo francotirador de Dallas es un ejemplo de esta asombrosa facilidad
de obtener y poseer armas.
La manifestación en Dallas contra la brutalidad policial
que se ceba en los afro americanos, con dos muertes recientes, donde fueron tiroteados
los policías, no tuvo más de 800 personas. No fue multitudinaria ni entre la
comunidad negra. La misma Dallas es una ciudad donde existen incidentes o casos
de discriminación racial, aunque no
vive en un “infierno” de tensión racial con razias a la caza del negro o con apaleamientos
de blancos y violaciones en masa de sus mujeres a manos de malvados hombres
negros. ¿Ocurre eso en otras ciudades con historia de racismo contra los
negros? Pues tampoco. Lo que ocurre en Estados
Unidos no es una “Apocalipsis o una Guerra Racial”.
En ese país se vive una fractura
social que no se está curando con la medicina adecuada. La superación del “racismo sistémico”, como decía la
candidata a la Casa Blanca Hillary Clinton, pasaría por un profundo cambio de
mentalidad en ‘toda’ la sociedad estadounidense (blanca y no blanca) sobre cómo
afrontar las relaciones interraciales. Se debería comenzar por la “frágil”
relación que siempre se da, de forma cotidiana y en numerosas ocasiones, entre
un “sospechoso” negro y un agente de policía blanco.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
Periodista e historiador
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