Las históricas crisis del PSOE y sus consecuencias en España

Históricos del PSOE. Imagen, fotomontaje propio

Para muchos decir PSOE (Partido Socialista Obrero Español) es decir historia de la política española. Si existe un partido ligado como uña y carne a los avatares de la política española en tres siglos, XIX, XX y XXI, ese resulta ser el partido socialista. Ni siquiera partidos como el Partido Liberal de Mateo Sagasta, esencial para entender el siglo XIX español, han dejado tanta influencia en el marco general de la política española. El PSOE y sus crisis internas han monopolizado las circunstancias sobre las que España ha debido avanzar en su desarrollo como Estado de derecho.

Quizás a otros muchos les parezca exagerado lo argumentado en el anterior párrafo. Las circunstancias dadas en época contemporánea no parecen haber girado en exclusiva alrededor del PSOE. En la Guerra Civil (1936-1939), por ejemplo, su papel político no fue tan determinante, existieron otras fuerzas políticas con el mismo o más protagonismo. Sólo teniendo en cuenta las últimas cuatro décadas que se ha podido normalizar la vida política española en democracia, con el protagonismo del PSOE por el número de años en el gobierno central y en muchas autonomías, sería el partido más determinante de la historia de España. De una manera u otra, cuando el PSOE estornuda, la política española se constipa.

El fallecido historiador y profesor de historiadores, Javier Tusell, decía que era muy complicado entender desde la óptica actual el apoyo del PSOE a la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1931). Sería una de las primeras “crisis históricas” del PSOE y, en verdad, muy poco estudiada. Los anarquistas de la CNT vieron como eran prohibidos por la dictadura de Primo de Rivera, al mismo tiempo que veían autorizar y potenciar las políticas sociales de la UGT (el sindicato del PSOE). Resultaba una estrategia de la directiva del PSOE de ese momento para hacerse con el liderazgo de la Izquierda española y de la lucha obrera. La dictadura de Primo de Rivera tiene en el imaginario español, así me lo confirmó mi abuela paterna que la vivió, una idea de periodo estable donde se hicieron muchas políticas sociales, de ayuda a los trabajadores.


Esta imagen positiva de la dictadura de Miguel Primo de Rivera fue gracias a la labor del PSOE, al aprobar el dictador una legislación laboral basada en los proyectos sociales de la UGT y del PSOE, el ‘Código del Trabajo’ (1926). Para los dirigentes socialistas que apoyaban esta colaboración con la dictadura, como Francisco Largo Caballero, se trataba de una cuestión pragmática, una forma de mejorar la vida de los obreros, uno de los objetivos del partido socialista, por encima de las consideraciones políticas y democráticas. Desde el inicio de esta “antinatural” colaboración, hubo críticos que intentaron hacer valer su postura, como Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto o el mismo Secretario General del PSOE, Julián Besteiro. Al final, con una debilitada dictadura, en 1929, se impusieron las tesis de Besteiro de romper con Primo de Rivera y acercarse al movimiento que proclamaría la República en 1931.

También resulta difícil de entender desde la óptica actual, la enfocada desde los nuevos movimientos cívicos de izquierda, que el PSOE de 1979 renunciase a su identidad de partido marxista y obrero. La segunda derrota electoral frente al partido centrista, UCD, de Adolfo Suárez, hizo plantear al Secretario General del PSOE de esas fechas, Felipe González, la idea de que era necesario el sacrificio de eliminar la identidad marxista para ampliar el marco de votantes al partido, incluyendo a ciudadanos sin ideología izquierdista pero interesados en las políticas de desarrollo social. En el 28º Congreso del PSOE, celebrado en mayo de 1979, Felipe González planteó su tesis que fue rechazada. González dimitió de su cargo y el partido socialista fue dirigido por una gestora.

Cartel propaganda electoral del PSOE en 1982

Durante esos cuatro meses que duró el “vacío de poder” de la gestora, sin el carismático González, apoyado por el 90% de los militantes, el debate interno fue tan intenso que pareció que el PSOE no volvería a levantar cabeza y no lograría ser el “partido de gobierno” que proyectaba. Se optó por un congreso extraordinario, donde Felipe González arrolló a sus opositores (la vieja guardia marxista) gracias al apoyo casi total de los militantes. Esta claridad de ideas y apoyo de la militancia socialista, atrajo a muchos ciudadanos, que darían su voto para que el PSOE consiguiera una histórica mayoría absoluta, nunca superada, de 202 diputados, en las elecciones de 1982.

Hoy día se vive la ya considerada peor crisis del PSOE desde la Transición. Pedro Sánchez, Secretario General del PSOE, ha visto como 17 miembros de la comisión ejecutiva del partido dimitían en bloque para forzar su dimisión. Sánchez no se ha dado por aludido y pretende convocar un congreso extraordinario, al estilo González. Sin embargo, estas luchas internas de poder no son en torno a un ideal de partido o a un proyecto a medio plazo defendido con mayor o menor éxito por el Secretario General. Esta crisis “histórica” ha acabado en un “sangriento” cuerpo a cuerpo por ocupar un cargo, el de Secretario General que ostenta Pedro Sánchez, cuestionado siempre en gran parte del aparato del partido desde que se eligió hace dos años por el sistema de primarias.



Gustavo Adolfo Ordoño ©

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