Fotografía de las barbaridades del ISIS en Mosul. Fuente imagen |
El
29 de Junio de 2014, durante el inicio del mes sagrado del Ramadán, el
mundo acudió atónito a un sermón,
que cambiaría la geopolítica del inicio de la segunda década del siglo XXI. Un
clérigo de barba poblada, rostro adusto y severo, proclamaba desde la gran mezquita de Mosul, capital de la
provincia de Nínive y segunda ciudad
de Irak, el surgimiento del Califato Global (Khilafat Al Rashida), la destrucción de las fronteras de Oriente
Medio, trazadas en el plan Sykes-Picot
y su designio como nuevo líder de los musulmanes del globo (Amir-Ul-Momineen o “comendador de los
creyentes”. Abu Baku Al Baghdadi,
antiguo imán salafista de la mezquita de Samarra durante la última era de Saddam Hussein, comandante de las
fuerzas de Al Qaeda en la región de
Anbar (mayoritariamente sunita) y posteriormente ideólogo de la expansión de la
yihad siria a la antigua Babilonia, pasaba a ser el Califa Ibrahim.
En menos de un mes, la segunda
ciudad de Irak, había caído en manos de los integristas más radicales vistos en
la región. Y ya controlaban un 60% del territorio de Siria. Del mismo modo, la
corrupción endémica del gobierno de Nouri
Al Maliki en Bagdad, junto a unas fuerzas armadas mal pertrechadas y poco
eficaces, dieron pie a la victoria del grupo yihadista. Aunque, se debería añadir
que el 70% de sus miembros eran de origen iraquí y no pocos de ellos procedían
de los antiguos aparatos de seguridad de Saddam
Hussein (Mujabarat). De hecho, dos de los ideólogos del DAESH, Haji Bakr y Muslim Turkmani
-fallecidos en Enero de 2014 y Noviembre de 2015, respectivamente-, procedían
de la Guardia Republicana Iraquí, tropas de élite del dictador depuesto en
2003.
La guerra en la vecina Siria, nutrió a grupo de opositores con su misma
ideología milenarista y extrema. No obstante y a pesar que muchos analistas le
consideraban un tentáculo de la rama de
Al Qaeda en el país levantino (Frente Al Nusra), Baghdadi rompió con la otrora milicia
de Osama Bin Laden, menospreciando a
su actual líder, Ayman al Zawahiri,
el cual intentó en vano, acercar al líder de la rama en Siria (Mohammed Julani)
y Baghdadi. La respuesta del DAESH,
en Septiembre de 2014, fue eliminar con un coche bomba a varios líderes
islamistas en una reunión en Deir Al Zor (entre ellos, Hassan Aboud de Ahrar al Sham). Hoy, tras dos años y medio de
Califato, múltiples atentados y ataques del Magreb al Machrek, pasando por
Europa, junto a la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial,
quizás el fin del sueño de Al Baghdadi, llegue a su fin.
Desde principios de Octubre de 2016,
la aviación estadounidense, apoyando al ejército iraquí, quien a su vez es
cubierto por milicias chiíes, financiadas por Irán (Red Badr, que cuenta con el entrenamiento y armas de la Guardia Revolucionaria desde
Teherán) han asaltado el feudo del DAESH,
el cual poco a poco intenta retirarse a su feudo inicial, la ciudad de Raqqa en Siria. No obstante, no está
resultando un paseo para las tropas gubernamentales. En los momentos que se escriben
estas líneas, 350 efectivos de las fuerzas regulares iraquíes han perdido la
vida, junto a varias razias tanto por parte de los integristas, como de los
paramilitares chiítas. Según Amnistía
Internacional y el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, la campaña
de Mosul está siendo igual de brutal que los bombardeos rusos-gubernamentales
sobre Aleppo. A ello se le debe
sumar la localización de 6 fosas comunes con los cuerpos de mujeres y niños de
edades entre 9-45 años.
El avance de las heterogéneas fuerzas iraquíes hacia Mosul. Fuente AFP |
Con
toda esta brutalidad, no se puede negar que la campaña de bombardeos
sufrida por el DAESH, ha descabezado
en varias ocasiones al grupo yihadista. En Marzo erróneamente se dio por muerto
a Tarhan Batirashvili (Abu Omar Al
Shishani), que no obstante perdería la vida en junio en las afueras justamente,
de Mosul. A él le sustituyó un ex oficial de la inteligencia tajik, el sargento Gulmurod Khalimov (entenado anteriormente por EEUU). Pero del mismo
modo, no menos de 12 altos cargos del grupo, entre ellos, Mohamed Al Adnani, su jefe de propaganda, fueron eliminados.
Finalmente, se cumple la
quintaesencia de “El enemigo de mi
enemigo, es mi amigo”. Qassem
Soleimani, jefe de las fuerzas especiales iraníes, junto a varios
comandantes del partido-milicia Hezbollah,
movieron sus fichas por el puzzle de Siria e Irak. En Damasco, apoyando sin fisuras a Bashar Al Assad. En Bagdad, dando el puntapié a Nouri Al Maliki y apoyando a su sucesor,
Heydar Al Abadi, junto a la
planificación estratégica de la toma de Aleppo,
Homs y Mosul. Pero, y no debemos olvidar esto: la eliminación del DAESH, en ambos países, no acabará con las heridas iniciadas en 2003 con la
invasión de Irak y en 2014 con la implosión siria. Y que la región termine
cristalizando en un escenario balcánico, o afgano…bien puede presentarse una
vez más. Además, para colmar el vaso, la amenaza de una previsible
Administración estadounidense aislacionista, que tratará de hacer buenas migas
con Ankara, Moscú y Tel Aviv, cada uno con sus propios intereses en Irak,
terminará de fragmentar más cualquier solución de estabilidad en la zona.
Mariano López de
Miguel ©
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