Nube de hongo de la bomba atómica de Hiroshima (Japón), lanzada el 6 de
agosto de 1945
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“Me he convertido en la muerte, destructor de mundos”
Cita de J. Robert Oppenheimer (el padre de la bomba atómica), que son unos versos del texto sagrado hindú, Bhágavad Guitá
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La historia de la ciencia y la
tecnología tal y como las conocemos hoy es un pasado reciente. Desde inicios
del siglo XVI, hacia el 1500, la humanidad ha iniciado una revolución científica
que se considera como tal, como revolución, porque implicaba un cambio de
mentalidad global. La maltrecha expedición
de Magallanes, capitaneada por El Cano
tras la muerte del portugués, llegaba en 1522 a las costas españolas logrando
lo que nadie antes, en los miles de años de historia de la humanidad había
conseguido, la circunnavegación de la Tierra. Con ese viaje azaroso de tres
años, la ciencia de navegar demostraba algo que se intuía, pero que el
conocimiento dogmático había llegado a considerar imposible: que el mundo fuese
una esfera que se podía rodear.
Es curioso que los grandes
progresos de la humanidad parezcan agolparse a partir de ese inicio del siglo XVI. Los barcos españoles y
portugueses de 1420 no eran muy
diferentes a los que dieron la vuelta al mundo en ese histórico 1522. No fue una cuestión de avances tecnológicos
y científicos, más bien de profundos cambios de mentalidad y de
descubrimientos. Ahora, con humildad, se
reconocía que no se sabía nada,
que esas verdades absolutas de las religiones o del poder de las leyes “humanas”
no eran ciertas. Desde el 1500 se
asoció progreso con investigación científica y no con suma máxima de
conocimientos “absolutos”. Los mecenas ya no financiaban las artes y las
ciencias para perpetuar y justificar el sistema oficial existente; querían
asumir riesgos e invertir en investigaciones
científicas que les proporcionasen “nuevos poderes”.
Un mecenas que no ha tenido parangón con ninguno desde el inicio de
la ‘revolución científica’ ha sido el
militar. Los ejércitos, tanto privados como luego estatales, han buscado en
el científico algo más que un simple buen artesano, un carpintero habilidoso
que les hiciese una buena catapulta; deseaban destacar por encima del posible
enemigo, contar con armas superiores tanto de ataque como de defensa. Es
chocante pero, en realidad, la mayoría de los grandes estrategas militares confiaban más en la capacidad de organización
de sus tropas y en la planificación de la batalla que en las nuevas armas. A regañadientes, asumían
que una nueva arma podría causar cierta ventaja sobre el enemigo, aunque no la
consideraban crucial para ganar la guerra.
A Napoleón, uno de los estrategas más reconocidos, a pesar de haber servido como artillero, no le gustaban las nuevas técnicas en la artillería |
La ciencia y la tecnología desarrolladas gracias a su estrecha relación
desde el siglo XIX de una manera espectacular, hicieron progresar a la humanidad, aunque el inversor
principal en ese auge fuese el poder militar. Un general de brigada no tendría ni idea de cómo
se hace y en qué consiste una bomba atómica, pero tras el mes de agosto de 1945 sabía
perfectamente el uso/abuso militar que, por desgracia, podría hacer con ella. Hasta
ese nuevo “año clave” en la revolución científica, las investigaciones en física
nuclear tenían el mismo azaroso progreso que el viaje de Magallanes y El
Cano. Como vano consuelo, la base de esas investigaciones dio a la humanidad, también, una energía
más barata y potente que la hidroeléctrica: la atómica.
Aunque todos lo sabemos, parece
que preferimos obviarlo al no ser un origen “pacífico”, pero Internet y mucha de la tecnología de nuestros móviles están en
relación con las investigaciones científicas
militares y los avances en comunicación militar. Las máquinas de guerra de
la Primera Guerra Mundial
perfeccionaron los transportes; en la
Segunda avanzó la aeronáutica y la navegación de manera espectacular. En un
lustro se consiguieron cosas impensables medio siglo atrás. La Guerra Fría alentó la carrera espacial.
Llegamos a la luna porque se investigaba en lanzamiento de misiles militares.
Así pues, mal que nos pese, la historia de
la ciencia y tecnología más actual y con más progreso de la humanidad es un novela histórica militar...
© Gustavo Adolfo Ordoño
Periodista e historiador
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