Los imperios, una historia no tan mala y tan negativa


Mapa del Imperio español que suma los momentos de máxima expansión (unión coronas ibéricas). Fuente gifex.com


 Hace unos años publiqué una entrada en Pax augusta con un título que atrajo muchas visitas y, espero, lecturas: “No hubo conquista española de América”. Se trataba de un análisis sobre las teorías de un hispanista de origen hindú, afincado en Barcelona, Henry Kamen. En esencia, venía a decir que el imperio español no fue una historia basada solo en la conquista, dominio y expolio del nuevo continente, sino que resultó una “empresa multinacional”, para el bien y beneficio de todas las personas que componían ese supuesto imperio. Su idea estaría relacionada con los planteamientos sobre los imperios que aporta el historiador y escritor israelí, Yuval Noah Harari, especializado en procesos macrohistóricos y que es el autor de moda (best seller) en la divulgación histórica.

El mérito de los libros sobre divulgación histórica más vendidos están en sus obras Sapiens. De animales a dioses (2014) y en el nuevo, Homos Deus (2017). Es así porque Yuval Noah rompe con los esquemas tradicionales de explicar la historia, usando disciplinas como la antropología o la historia cultural (de las ideas e imaginarios) que suelen ser minusvaloradas cuando se trata de hacer divulgación histórica de calidad. De todas maneras, a nivel académico no es tan valorado porque muchos historiadores sacan el corporativismo elitista del oficio y desacreditan ciertas teorías de Noah a las que les faltaría -según ellos- «rigor histórico». Así vemos, por ejemplo, que el historiador israelí quiere revindicar el papel positivo de los imperios. Los imperios trajeron tolerancia y bienestar a más gente que los poderes locales. Sí tal y como lo leen. Según esta teoría, aunque resulte contradictorio, los imperios dominantes no eran tan intolerantes o discriminatorios en la medida que lo eran las supuestas naciones libres. 

Los imperios tienen una imagen de malvados muy difícil de rebatir 

 A pesar de que todos los habitantes del planeta vivimos ahora como ciudadanos fruto de la acción política y social de un imperio durante siglos, el término imperio es sinónimo de maldad. Tanto ha calado esa idea que la saga de películas "La Guerra de las Galaxias" deja claro quién es el malo: el oscuro Imperio. El imperialismo está dentro del imaginario negativo universal por muchos motivos. Primero porque, en efecto, todos los imperios han necesitado del poder de las armas para nacer y consolidarse. Las guerras, sobre todo en la actualidad, tienen un concepto de acción nefasta de los hombres y no hay imperio construido sin guerras. En Europa se podían generar gracias a matrimonios dinásticos, pero tarde o temprano, la guerra era necesaria. Bien para sofocar rebeliones o para mantenerlos.

Segundo, el imperialismo está tan mal visto porque ha sido un fundamento político y de construcción social antagonista de otro fundamento, pero esta vez ideológico. Nos referimos, como ya se imaginarán, al pensamiento de izquierdas. Tendría que decir “al marxismo”, pero la ideología anti-imperialista tiene tan variados fundamentos (aunque se los adscriban, sin más, a las izquierdas) que su faceta marxista ha quedado muy desamparada. Esta etiqueta tan negativa proveniente de la “ideología progresista” es, a su vez, la más contradictoria. Más cuando comprobamos que el proyecto marxista que casi llegó a materializarse, la Unión Soviética, empleaba las mismas “técnicas” imperialistas para propagar su idea de dictadura universal del proletariado.
 
Máscara que se vende en Amazon.es de Darth Vader, líder militar del Imperio Galáctico


 Pero seamos reflexivos, dudemos, no tendamos a los pensamientos máximos y casi dogmáticos. No analicemos la historia desde el simplista dilema “buenos y malos”. Sabemos que los celtíberos de Numancia resistieron al dominio romano hasta que el prolongado asedio de varias legiones les hizo quemar su ciudad, suicidarse en masa, antes que rendirse. Así a los numantinos se les otorga la etiqueta de “los buenos”. Pero sabemos esa historia por boca de historiadores romanos y esa gesta de resistencia acabó más como símbolo de la grandeza de Roma (imperial) que como hazaña de los íberos (nación local). Más adelante, en el siglo XIX, el nacionalismo español convertiría a Numancia en un ejemplo de patriotismo. Pero lo haría en una lengua romance proveniente del latín que se hablaba en el imperio romano y declarando las ruinas numantinas patrimonio nacional con una ley basada en el derecho romano.

Muchos más ejemplos de esa contradictoria visión negativa de los imperios los tendríamos remontándonos a épocas sumerias (los primeros imperios registrados en la historia) o a tiempos más cercanos y modernos como el imperio británico o español. Si en Oriente Medio quisieran remontarse a la “autenticidad” de sus orígenes deberían hacer caso al ojo por ojo del Código de Hammurabi y dirimir las injusticias con esa norma en lugar de con los derechos humanos del “imperio de la democracia”. Aunque viendo la inestabilidad y el uso de la violencia en la región parece que siguen usando el primigenio código.

 En la India actual tienen como deporte nacional el muy británico críquet, herencia del imperio que les dominó hasta mediados del siglo XX. Pocos indios actuales votarían por repudiar a ese juego. En cualquier país de América Central, sus ciudadanos pueden optar por ir a misa o no ir, siguiendo la libertad de culto como derecho procedente de la cultura occidental que llevaron los europeos. Si quisieran ser “auténticos y originarios”, deberían acudir obligados a realizar sacrificios humanos en sus ceremonias religiosas. Además, para más contradicción, esos supuestos “actos de autenticidad”, sin influencias de los imperios dominadores, eran facetas igualmente imperiales; porque los indígenas también se organizaban en imperios.



© Gustavo Adolfo Ordoño 
   Periodista e historiador

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