Los dos Papas. Historia de las veces que ha existido más de un papa

Asombroso parecido de los actores Anthony Hopkins y Jonathan Pryce encarnando a los papas Benedicto XVI y Francisco, respectivamente. Fuente de la imagen NETFLIX

  
 Se nos olvida, pero vivimos tiempos en los que existen dos papas. El desapego social hacia la Iglesia católica (en realidad, la disminución de la espiritualidad) en Occidente, tiene estos días un pequeño respiro en forma de película. Los dos papas, es una reciente película del director brasileño Fernando Meirelles donde podemos disfrutar del duelo interpretativo entre dos grandes actores. Anthony Hopkins como Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) y Jonathan Pryce en el papel del papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio). Basada en hechos reales, aborda la relación entre estas dos personalidades de la Iglesia cuando Ratzinger planteó su renuncia y se vislumbraba la elección del cardenal Bergoglio como pontífice.

Pero esta situación que presenta la película y que causó la existencia de dos papas para la Iglesia católica, no es la primera vez que ocurre. Otras veces en la historia han convivido varios papas reconocidos como pontífices. Por los estudios de la escuela se nos vendrá a la memoria el llamado ‘Cisma de Aviñón’ o con más rigor denominado por los historiadores el ‘Cisma de Occidente’, ocurrido a finales del siglo XIV y principios del siglo XV. Entre la dupla de papas en ese periodo hubo un español (aragonés), Pedro Martínez de Luna -el Papa Luna-, que fue uno de los papas con sede en Aviñón y tomando el nombre de Benedicto XIII (curiosa coincidencia con Ratzinger). Claro está que no es el mismo caso de la actualidad. No se trataban de renuncias pacíficas y de papas eméritos. Fue una grave crisis de luchas de poder por la Santa Sede en la Edad Media europea.

En realidad, luchas en dos Santas Sedes que propiciaron la existencia de dos papas durante casi medio siglo. No confundir Cisma de Aviñóncon el 'Papado de Aviñón'. En esa ciudad al sur de la actual Francia llegó a estar la Santa Sede de manera reconocida por toda la Cristiandad y contó en el siglo XIV (1309-1377) con siete Papas reconocidos "legales". Se había abandonado la ciudad de San Pedro por la profunda crisis que vivía Italia en ese siglo, asolada por las crueles luchas de las familias de notables para acceder al trono de Petrus. El peso de la Corona francesa en la región, donde muchos estados pontificios del norte eran vasallos de Francia, hizo trasladar la sede principal de la Iglesia católica a Aviñón. Los cardenales italianos buscaban tranquilidad, aunque desde el mismo momento de esa trascendental decisión se estuvo "deseando" regresar a la añorada Roma.

El papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI


 Ese deseo de restablecer la sede clásica, donde el primero de los papas puso las bases para fundar la Iglesia católica, supondría a la larga el cisma provocado al final del siglo, cuando la sede llevaba casi 70 años en Aviñón. Sería en 1376 el papa Gregorio XI el que decidió regresar a Roma y así cumplir el anhelo de los estados papales italianos. Pero apenas sobrevivió dos años a su decisión, cuando todavía muchos de los concilios seguían haciéndose en Aviñón y el mismo papa se planteaba regresar a la Provenza por continuar en Roma el clima de corrupción de siempre. El concilio celebrado en Roma en 1378 tuvo las presiones de los habitantes de la Ciudad Eterna para que no se eligiera a un “extranjero”, que el papa volviese a ser “romano”. Urbano VI sería el elegido en Roma. Sin embargo, muchos cardenales denunciaron al rey francés las presiones recibidas y éste les amparó para realizar un “concilio paralelo” en Aviñón donde saldría elegido Clemente VII.

Así, en esa situación de Cisma, se estaría hasta que en 1409 hubo un intento serio de restablecer las cosas; tras incontables fallos diplomáticos o inútiles intentos usando la opción bélica. Se trató del Concilio de Pisa. Su solución fue drástica: destituir a los dos papas y nombrar a otro que llevase la unificación de la Iglesia de Roma. Los destituidos eran el veneciano Gregorio XII, que había sustituido al elegido en Roma, Urbano VI, fallecido en 1406; y el aragonés Benedicto XIII (Papa Luna) que a su vez sustituyó al también fallecido Clemente VII en la sede de Aviñón. El elegido por Pisa para la reunificación romana, Alejandro V, tampoco duraría mucho en el cargo y en 1410 se tuvo que realizar un concilio exprés para elegir a Juan XXIII, no reconocido por los otros papas (ni por la Iglesia actual, que no le incluye en el listado de pontífices) a los que debía destituir. Así que la Iglesia contó casi una década con tres papas: Gregorio XII (que a la larga ha sido reconocido como único papa legítimo), el Papa Luna y el "borrado" Juan XXIII. 

 Sería gracias a una renuncia, como hizo el papa Ratzinger, la que resolvería el cisma. Gregorio XII renunciaría en 1415 para facilitar la conciliación. En realidad fue un abandono del trono para dejar el estatus de "Sede vacante" y animar a los otros papas a dar el paso de la renuncia. Lo haría Juan XXIII (por eso en el siglo XX el cardenal Roncalli pudo tomar ese nombre), pero no lo hizo la rama de Aviñón con el "tozudo" Benedicto XIII (el Papa Luna moriría en su exilio de Peñíscola en 1423 considerándose el único papa legítimo). Daría lo mismo; en el definitivo Concilio de Constanza de 1417 la Santa Sede volvía a Roma como único trono papal y era ocupada por el elegido tras la muerte del "ausente" Gregorio XII, el papa Martín V.

En verdad, los momentos con dobles o más papas no han sido muchos en la historia del Vaticano. Sin embargo, el caso de 1378 supondría uno de los episodios más complejos y difíciles para la Iglesia católica. Por eso la singular renuncia del papa Celestino V un siglo antes de estos hechos, en 1294, se queda en una anécdota. El bueno de Celestino era un ermitaño rozando la santidad, sacado de su cueva de retiro voluntario por un cónclave que duraba más de un año en Roma como última mejor opción al no lograr elegir un pontífice al gusto de todos. Celestino V no aguantaría ni seis meses en la Santa Sede. Renunció alegando algo muy honesto, no estar preparado (era un mero presbítero) y no acomodarse a la suntuosa forma de vida papal. Esta vez, enseguida en Roma eligieron «otro Papa» que convivió con Celestino V, el «Papa ermitaño». Es curioso, esta renuncia se asemeja más en la forma y en el fondo con la del papa Ratzinger. Benedicto XVI estaba preparado de sobra, aunque en su renuncia hubo mucho de no adaptarse a las exigencias que la sociedad y los nuevos tiempos hacían sobre la Iglesia de Roma. 



Gustavo Adolfo Ordoño
©
Periodista e historiador

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