Desmontando el mito de la Guardia Civil golpista y temprana franquista

 

Un miliciano y un guardia civil se toman un descanso en uno de los frentes de los primeros días de la Guerra Civil. Fotografía retocada a color por Miguel Alcón 

  En julio de 1936 cuando se produce el golpe de Estado contra la Segunda República española, al frente del benemérito cuerpo está el general Pozas Perea. Este militar compartía con los golpistas un pasado bélico y una formación «africanistas», rasgos que resultaron influyentes en el tipo de régimen que acabaría creándose tras el derrocamiento republicano. Pozas Perea, a diferencia de la mayoría de sus colegas africanistas, se mantuvo fiel al gobierno de la República. Como Inspector General de la Guardia Civil, cargo que ahora se denomina simplemente ‘director’ y puede ser ocupado por un civil, daría instrucciones estrictas desde el primer momento de mantenerse leales al poder legalmente constituido.

El general Sebastián Pozas Perea (1876-1946) tenía otro rasgo esencial, en este caso para suerte de la República fue el sentido escrupuloso del militar subordinado al poder civil. Esa gran diferencia con sus colegas veteranos como él de las Guerras de África (1909-1923) le hizo defensor de la legalidad vigente, intentando con todos sus medios que el golpe no se propagara por los numerosos cuarteles de la Guardia Civil repartidos por todo el país. El recién fallecido historiador y escritor Jorge Martínez Reverte comentaba en su libro La batalla de Madrid que Pozas acabó siendo un personaje clave en la resistencia madrileña a la sublevación. Gracias a su prestigio y a sus rápidas gestiones la mitad del cuerpo permaneció leal a la República. Es decir, que desde la perspectiva institucional en su más alto nivel, la Guardia Civil no participó y no tuvo órdenes de hacerlo en el golpe de Estado que provocó esa larga guerra.

Ahora bien, igual que en los lugares donde la Guardia Civil se mantuvo fiel a la República ayudando a evitar el progreso del golpe, en los sitios donde apoyó a los golpistas supuso también un factor determinante para que tuvieran éxito. Se puede decir ahora que el cuerpo de la Guardia Civil resultó en 1936 una alegoría más de ese patrón tan manido de las «dos Españas». Se ha estimado que más o menos -curiosamente- los 34.000 efectivos que componían ese año el cuerpo benemérito se dividieron por dos, repartidos en sendos bandos por toda la geografía española. Quizás, el hecho de que el general Pozas determinase cambiar el nombre de la institución que dirigía por Guardia Nacional Republicana al mes de iniciarse el golpe ayudó a crear la idea de que la Guardia Civil no combatió en el lado republicano. 

Milicianos anarquistas de Barcelona confraternizan con un guardia civil en 1936, durante las primeras semanas de la guerra. Curiosamente, el cuerpo de la Guardia Civil con el nombre ya de Guardia Nacional Republicana sería la fuerza que combatió -junto a la Guardia de Asalto- la rebelión anarquista de mayo de 1937 en Barcelona.

Además, cuando se produjo ese cambio de nombre con la intención de «motivar» fidelidad en los números de la Guardia Civil que permanecían en territorio controlado por la República, se estaba dando en el gobierno republicano y en su improvisado Estado Mayor un pulso político entre las diferentes maneras de sofocar esa sublevación militar abocada a una guerra de incierto futuro. Así, el general Pozas abandonó la dirección de la Benemérita para ser ministro de la Gobernación y poco después sumarse a los generales Rojo y Miaja en los planes de defensa de Madrid. El cambio de nombre y de Inspector General, ahora tenía el cargo el general José Sanjurjo, parece que no consiguieron los efectos que se pretendían. Continuaba reinando la confusión y el descontrol en el manejo de las fuerzas dispuestas en los primeros frentes de la guerra. De hecho, la vida de la Guardia Nacional Republicana (la Guardia Civil legítima) fue muy corta porque quedaría disuelta a finales de 1937 con otro decreto que unificaba a todos los cuerpos policiales en un proyectado Cuerpo de Seguridad Interior

En conclusión, se puede argumentar -sin prejuicios- que la Guardia Civil no sería una de las fuerzas golpistas más determinantes ni que asumiría desde el principio los rasgos de fuerza represora que adquirió durante el franquismo. No hay que olvidar datos como los fusilamientos del coronel Escobar y el general Aranguren en Barcelona, sentencias de muerte firmadas por Franco poco después de finalizada la contienda. Estos militares eran guardias civiles de carrera y su único «delito» haberse mantenido fieles a la República durante toda la guerra. La vieja institución armada (fundada en 1844) para la seguridad cívica también forma parte de la debida concienciación «oficial» de memoria histórica –democrática-. El recuento final de bajas del Cuerpo en ambos bandos resume muy bien esta idea. Con la penosa cifra de 2.714 muertos y 4.117 heridos, que suponía el 20 % de sus efectivos en esas fechas, es un triste ejemplo de las nefastas consecuencias de la guerra que sufrieron toda la sociedad española. 

 

Gustavo Adolfo Ordoño ©

 Historiador y periodista 

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