Franco con su mayor inspirador político, Mussolini, y con su asesor de más influencia, Serrano Suñer, en Bordighera (1941) |
El regreso de la ultraderecha española a las instituciones democráticas, Congreso de los diputados y parlamentos locales, reabre también el estudio sobre los fundamentos ideológicos que del pasado puedan haber heredado las formaciones de extrema derecha con éxito electoral, como es el caso de VOX. Algunas de sus facetas parecen recogidas, sin pudor, del partido fascista creado por el dictador Franco en 1937 para consolidar su naciente régimen autoritario.
Franco
lo llamaba la «Divina Providencia» y el resto de sus contemporáneos «pura suerte». El
devenir de los acontecimientos a pocos meses de iniciarse la Guerra Civil española aupó al general Franco a la jefatura del Estado en la zona
sublevada un 1 de octubre de 1936. El conflicto no llevaba en curso ni tres
meses y el país que los golpistas pretendían “salvar del comunismo” ya
comenzaba a vivir bajo lo que conocemos como régimen franquista. De momento, ocurría
solamente en la zona ocupada por los militares sublevados contra la República,
donde el golpe había triunfado desde el inicio o el avance militar tenía éxito.
Una zona que era prácticamente media España, y que tuvo como primera
capital a Burgos, donde se constituyó la Junta de Defensa Nacional.
Al
morir en Lisboa a los dos días de darse el golpe de Estado en accidente
aéreo el general Sanjurjo, comandante en jefe de los conspiradores, se
creó un gran vacío de poder entre los militares sublevados. Comenzaba la «Divina
Providencia» de Franco. Ni el general Caballenas, nombrado presidente en
funciones de la Junta de Defensa Nacional por ser el mando con más edad
de los sublevados, ni el “director” del golpe, general Mola, lograron
hacer los méritos suficientes y convincentes para que el ejército sublevado les
diera el definitivo liderazgo. Franco, en cambio, iba de éxito en éxito
en su campaña del sur, con el avance imparable del contingente africano
que comandaba. Los demás miembros de esa Junta colegiada, ante los primeros
reveses militares como el estancamiento del frente de Guadarrama, decidieron
que hubiese un único mando y que fuera el general Franco (21 de
septiembre de 1936).
En
menos de una semana, Franco también es nombrado Jefe del Gobierno del
Estado; que sumado al mando único militar como Generalísimo de los
Ejércitos, le daba todo el poder en la zona dominada por los sublevados.
Algo que se ratificaba, como ya hemos mencionado, el 1 de octubre con
el desfile militar en Burgos celebrando su proclamación como Jefe del Estado.
Ese pomposo desfile, sería el primer detalle del culto a la persona del
dictador, una faceta propia de los regímenes fascistas en los que se
inspiraron Franco y sus asesores políticos más cercanos como su cuñado Serrano Suñer, para dar forma política y social al régimen que comenzaban a
instaurar.
Otra
de las facetas copiadas al fascismo fue la del «partido único», elemento político
y aglutinador social que emplearon los totalitarismos europeos -de todo signo- en esa primera
mitad del siglo XX. Obtenido el control del Ejército (la mayoría sublevada),
ahora debía hacerse con el de la sociedad civil. Además de la arbitraria
represión sobre la ciudadanía y el aniquilamiento de cualquier posible opositor
como herramientas de control, Franco deseaba dar legitimidad política a
ese Movimiento Nacional, de inspiración “mussoliniana”, con
la implicación de la sociedad.
Entre
la sociedad civil que había apoyado sin dudar al golpe, destacaban el partido
fundado por José Antonio Primo de Rivera, Falange; los Tradicionalistas
del Carlismo navarro y la mayoría de los partidos que compusieron la CEDA,
agrupación católica derechista, de Gil Robles que llegó a ganar las
elecciones republicanas en noviembre de 1933.
De esas bases saldría el partido único que ideó Franco a sugerencia de su
asesor con más influencia en esos años aún bélicos, Serrano Suñer. Una aliada
excelente en ese propósito unificador político fue la Iglesia española.
Agradecida
por las políticas franquistas que le devolvieron el control educativo y moral
sobre los españoles, perdido durante las políticas laicas de la República, la conferencia
episcopal española reconocería el título de “Caudillo por la Gracia de
Dios” del dictador y otorgaría, nada más y nada menos, que la categoría de «Cruzada
Nacional» a la acción del partido único, llamado Falange Española
Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET
y de las JONS), tras el Decreto de Unificación que firmó Franco el 20 de
abril de 1937. La acción o “destino divino” de ese partido único que lideraba el
caudillo era, en realidad, una manera técnica de llamar al conocido ‘Movimiento
Nacional’, estructura política del ‘Nuevo Estado’ franquista.
Sumando
a Falange el término Tradicionalista (catolicismo y carlismo)
y haciendo hincapié en la motivación nacionalista que debía poseer el síndico
(pueblo) español, se aglutinaba a toda la sociedad afín o sometida al régimen en el objetivo común de “salvar
España” del caos y la inmoralidad que había creado la República. Así, potenciando
valores de exclusividad, de intolerancia frente al pensamiento diferente; emulando
los fundamentos militares de disciplina y orden o de la estricta moralidad católica,
se recogían las ideologías de los tres pilares que sustentaron a la dictadura:
Ejército, Dios y Patria (vista como nacionalismo exclusivista).
Aunque
lo nieguen, cuando partidos de extrema derecha cobran protagonismo en la
sociedad a través de la política democrática que ellos cuestionan, siempre acuden
a la recuperación de valores tradicionalistas o reaccionarios. Valores a
contracorriente del avance social, pero que en situaciones de crisis
profundas, transformadoras de las estructuras socioeconómicas, trasmiten
sensación de certeza y confianza (por conocido y ordenado) a los ciudadanos más
desconcertados y atribulados por esas transformaciones. Esa es la base de su
éxito electoral en democracia… en guerra lo fue, únicamente, por el triunfo
de las armas.
Historiador y periodista
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