Miguel de Lardizábal y Uribe, un mexicano, regente de España
Retrato de Miguel de Lardizábal y Uribe, pintado por Goya en 1815 |
Durante unos meses de 1808, España parecía a punto de desaparecer como país. No por haber "regalado" Carlos IV y su hijo Fernando VII la corona española al hombre fuerte de Europa, Napoleón Bonaparte, que también. Fue por no existir ninguna capacidad de resolución nacional en las élites españolas y en la sociedad civil del momento, ante la grave crisis abierta en el interior (motín de Aranjuez, caída de Godoy, abdicación de Carlos IV...) y en el exterior, con el despliegue expansionista de los ejércitos napoleónicos en el continente europeo. España, como nación, daba la sensación que no importaba a nadie.
Tuvieron que ser los vecinos de
Madrid y otros lugares del país los que reaccionaron de manera primaria,
visceral, pero reacción al fin. Los levantamientos
populares de primeros de mayo, ilustrados en varias obras de Goya, contra la salida de los últimos
miembros de la familia real española a su obligado confinamiento en Bayona
(Francia), sería un gesto incontestable de patriotismo, aunque una muestra
dolorosa (durísima represión del ejército francés) de la improvisación reinante
en la 'Resistencia española' al dominio napoleónico durante toda la que
conocemos como Guerra de la
Independencia. Al menos, esa reacción popular motivó la creación de las
‘Juntas provinciales’, antesala de las ‘Cortes
de Cádiz’ y la excepcional Constitución
de 1812.
Desde mayo de 1808 a 1810 se llenó el gran vacío de
poder en España con la formación de
la Junta Central Suprema Gubernativa,
que intentó aglutinar a todas las juntas provinciales que se levantaron por
todo el país contra la dominación francesa. Sería en este periodo donde se
produce la paradoja de contar con “políticos” de todas las “Españas” (territorio americano) en esa
“revolución nacional” que suponía en cierta forma el movimiento de resistencia
contra el invasor francés. En América el
vacío de poder también había constituido ‘Juntas’ locales a semejanza de las
peninsulares, germen en muchos casos de los procesos emancipadores.
➜ Miguel de Lardizábal y Uribe
(1744-1823), representó a Nueva
España (México) en la Junta
Central que luego se convirtió en un Consejo
de Regencia, enero de 1810, que asumía la soberanía y funciones de gobierno
en ausencia y representación de Fernando VII. En esta Regencia, de cinco miembros, Miguel de Lardizábal y Uribe llegaría a ser uno de los regentes al
sustituir a Esteban Fernández de León, representante de las colonias
americanas, pero que no era natural de ellas.
Estos cinco regentes en consejo reunido ya en Cádiz convocarían a Cortes
a todos los representantes de la soberanía nacional de un lado y otro del
Atlántico. Se logró en 1812, teniendo como máxima tarea este Congreso la
elaboración de una Constitución. De Lardizábal y Uribe, nacido en San
Juan de Molino (México), fue uno de los regentes del Reino de España
que convocó estas trascendentales Cortes de Cádiz.
Las Cortes de Cádiz proclaman y celebraban la Constitución de 1812 |
Perteneciente a un linaje vasco que fue a servir a la Corona en Nueva
España en el siglo XVIII, su tío abuelo fue el obispo de Puebla (México), Juan
Antonio de Lardizábal y Elorza (1682- 1733). El hermano de este obispo de
Puebla de Los Ángeles, Francisco Ignacio (1700-1783) le acompañó en calidad de
secretario personal y sería el padre de Miguel de Lardizábal y Uribe. El
apellido Uribe le viene de una familia rica e influyente criolla, de su madre Isabel
María de Uribe-Castejón y Muñoz de Sandoval. El joven Miguel se educó en el
seminario Palafoxiano de Puebla, estudiando retórica y filosofía. En la élite novohispana acabó siendo un prometedor “político ilustrado”. Sin embargo,
sobre 1765 se instala con su hermano Manuel en España para completar su
formación académica en la Universidad de Valladolid.
En España pronto frecuenta los foros ilustrados y conseguirá ser
funcionario de la Secretaría de Estado con el Conde de Aranda. Incluso,
en 1787 le podemos ver en París como oficial representante de la Corona española
en Versalles. Está documentado que hizo amistad con “otros americanos”, como
Benjamin Franklin, John Adams y el mismísimo Thomas Jefferson. Al
regresar a España y encontrase con la caída del Conde de Aranda y
el ascenso de Godoy, él también pierde influencias en la Corte y decide volver
a su tierra de origen, Vergara en el País Vasco, donde emprende una carrera
como gestor educativo (director del Real Seminario Patriótico Bascongado)
alejado de la política.
Pero en 1808, ante la inestabilidad del país, sus preocupaciones
patrióticas y políticas le hacen ser el prohombre que en Vitoria intenta el 14
de abril de 1808 convencer al rey Fernando VII que no vaya a la cita con
Napoleón en Bayona. El monarca se había detenido a descansar en su viaje a
Francia desde Madrid. Ni que decir tiene que Miguel de Lardizábal y Uribe
no pudo convencer al joven rey. Uno de esos posibles giros de la historia que
no aconteció. De todas maneras, Lardizábal y Uribe, decide implicarse en
la Junta Central que asume la regencia ante la incapacidad de Fernando VII y lo
hace como diputado por Nueva España, por el Ayuntamiento de la capital
(México) más en concreto, porque es natural de allá y no encontraron en la
capital novohispana otro mejor candidato, tan notable e instruido.
Aunque Miguel de Lardizábal y Uribe, como el resto de regentes,
juró lealtad el 24 de septiembre de 1810 a las Cortes españolas reunidas
en Cádiz, pronto se mostró desconfiado de los propósitos “revolucionarios” de
éstas. Lardizábal era de una generación de ilustrados que creía en el carácter “foral” de la soberanía, pues ésta debía seguir en el monarca por
el “acuerdo” tradicional que el pueblo llevó con él desde época medieval. Su
trayectoria es tan compleja como esos primeros años del siglo XIX en España.
Depuesto por las Cortes del cargo de regente, exiliado a Inglaterra, es
recuperado en 1814 por Fernando VII para restaurar el Absolutismo y como
Ministro de Las Indias, desde donde procuró la conciliación con América.
En 1816 perdería, de manera sorpresiva, el favor del monarca y acabaría sus
días en 1823 otra vez dedicado en el País Vasco a la docencia.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
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