Francisco I, rey de Francia, entrando prisionero en la Torre de Luján de Madrid. Pintura de Antonio Pérez Rubio (1884). Museo del Prado |
Un apunte histórico de pactos traicionados por intereses ocultos o falta de voluntad real de los contrayentes
Hubo un rey francés que tuvo el
récord de incumplir pactos durante mucho tiempo. Hablo de Francisco I, el eterno enemigo del emperador Carlos V. Vencido, humillado y hecho prisionero tras su absoluta
derrota en la batalla de Pavía
(1525), no tardó ni dos días en incumplir el Tratado de Madrid de enero de 1526 que le dejaba libre para poder
regresar a Francia. Preso en la villa y corte durante casi un año, siguió
intrigando desde allí contra el emperador. Más que negociar una salida honrosa,
negociaba un pacto grandilocuente en los términos y vacío en los contenidos
políticos. El mucho anhelo de paz y concordia encubría un nuevo proyecto de
guerra contra el primer Austria de la corona española. No podía ser de otra
forma, aceptar y cumplir todas las
condiciones del pacto con el emperador hubiese sido un suicidio para
Francia, rodeada del poder de los Habsburgo.
Aunque el pacto de su libertad
personal fuese el más llamativo, no sería el único pacto incumplido por Francisco I. Sin ir más lejos, dejó literalmente
con las posaderas al aire a una Liga Cristiana (Conferencia de
Bolonia, 1530) reunida para combatir al
turco. El sultán se empeñó durante
todo el siglo XVI en tomar Viena, emulando al gran logro islámico del anterior
siglo cuando sus antepasados tomaron
Constantinopla el año 1453. El rey francés había jugado con fuego al pactar
tratos secretos y no tan ocultos con los otomanos, que le dieron su apoyo
tácito y “táctico” en las guerras de Italia contra el emperador. Amenazas de
muerte al mismo Francisco y de ataques contra los intereses de Francia de una "mano negra" turca, hicieron al monarca francés
retractarse de su pacto de ayuda al emperador y al Papa en esa “cruzada” contra
el turco.
Si seguimos en la historia relacionada con España, existen pactos traicionados que están más cerca de la
categoría de la leyenda que del dato histórico cien por cien verificado. La monarquía visigoda no era
hereditaria, aunque se intentó hacerla así para dar estabilidad durante los años
de consolidación del reino. Costumbre goda esa de “elegir al mejor guerrero”
dentro de los clanes, que hizo de su monarquía
electa una institución dependiente de las rivalidades familiares y bastante
débil frente a poderes como el religioso, lo que motivó también problemas con
el papado de Roma (el caso del
arrianismo). En el siglo VIII, la
incertidumbre del monarca electo volvía a ser el protagonista de la lucha por
el poder entre las familias notables del reino
visigodo. Los “pactos de familia”
se rompían con facilidad, según iban los conflictos de guerra.
El rey Don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete, de Bernardo Blanco. 1871. Fuente -Wikipedia- Museo del Prado |
El legendario acuerdo entre el conde don Julián y los musulmanes del
norte de África, se ha interpretado por muchos estudiosos como uno de esos
pactos incumplidos. El gobernador
musulmán Musa de las provincias del Magreb, dependiente del gran califato
de Damasco, fue reclamado como ayuda militar por ese “misterioso” personaje, Urbán o Julián, para los partidarios –entre
los que estaba él- de los hijos del fallecido rey Witiza frente al “elegido” Rodrigo. Al conde don Julián, unas
fuentes le hacen gobernador bizantino de Ceuta, otras el noble visigodo
encargado del estrecho de Gibraltar y otras hasta príncipe de una tribu berebere.
La leyenda incluye el ultraje (violación) de la hija de este conde a manos del rey Rodrigo, lo que le lleva por
venganza a romper su pacto de fidelidad con los visigodos y permitir la invasión
musulmana.
El sustrato histórico de todo
esto, restando lo legendario, se resume en lo siguiente: el gobernador militar
musulmán y su general Tariq,
vencieron al autoproclamado rey visigodo, don Rodrigo, en la batalla Guadalete (711) y traicionaron
lo pactado con don Julián, pues
tanto él como los Witiza “desaparecen” del mapa de la historia. Ninguna crónica,
ni mozárabe o cristiana y menos árabe, concreta la suerte del conde don Julián
y los visigodos que pidieron alianza militar a los musulmanes. A partir de ese
desembarco en Gibraltar, sin apariencia de invasión planificada, el dominio islámico
de casi toda la península se completó en menos de cuarenta años.
En las proximidades de estos monolitos de piedra en forma de toros, fue firmado el "Pacto o Acuerdo de Guisando" |
Casi mil años después del esplendor
visigodo otro pacto sería incumplido entre familias reales. La guerra civil castellana entre los
hermanastros Enrique IV y la futura Isabel I por la sucesión al trono se
iniciaría tras incumplirse el extraño ‘Pacto
de los Toros de Guisando’ (1468). Extraño porque suponía, de hecho, la aceptación
de la difamación orquestada contra el monarca sobre su impotencia y la
imposibilidad de ser el padre de su hija Juana. Declarada ilegítima en los
fundamentos del acuerdo, el principado de Asturias y la sucesión de la corona
pasaban a su hermanastra Isabel.
La única condición beneficiosa
para Enrique IV fue el arrogarse el
derecho a elegir el esposo para su sucesora. En 1469, Isabel se casaba con su primo segundo Fernando de Aragón, el
pretendiente que menos interesaba al rey
Enrique. Decepcionado, el Trastámara considera invalidado el pacto y decide
volver a declarar legítima a su hija, devolviéndole el título de princesa de
Asturias. La guerra civil entre los partidarios de Isabel y los que aceptaron la legitimidad de Juana, conocida como la Beltraneja por darle como padre al
valido de Enrique IV, Beltrán de la
Cueva, es el hito de la historia moderna que configuraría tanto el mapa político como geográfico de la futura España-estado-nación.
Es fácil concluir que todo pacto
incumplido es una quimera, una venda que se ponen los contrayentes para no ver
la gran desconfianza mutua que se tienen; incluso la inquina o el odio. Una verdadera pérdida
de tiempo.
Gustavo Adolfo Ordoño ©
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