Godoy descansa arrogante tras su victoria en la 'Guerra de las Naranjas'. Pintura obra de Goya en ese mismo año de 1801, regalo de Carlos IV a su valido (colección de la Academia Real de Bellas Artes de San Fernando). Fuente de la imagen |
Tan novelesco nombre, Guerra de las Naranjas, tiene parte de leyenda y parte de simple anécdota. Parece que Manuel Godoy, auto proclamado Generalísimo de la expedición hispano francesa contra Portugal, quiso regalar un simbólico botín de guerra a la que decían su amante, la mismísima esposa del rey Carlos IV, la reina María Luisa de Parma. Ese regalo consistió en unas ramas de naranjo, únicos trofeos “saqueados” por las tropas españolas en el asedio a la ciudad portuguesa de Elvas. Otras fuentes indican que los ramos con naranjas fueron enviados a su reciente esposa, prima del rey, la Condesa de Chinchón, como forma de agradar a la joven casada a desgana con el valido del monarca.
La Guerra de las Naranjas; una guerra que duró 15 días en la península y que se prolongó durante meses en América
El
cuadro de Francisco de Goya es quizás lo único digno y notable de mención
histórica que se podría decir de esta “curiosa
y tonta” guerra entre España y Portugal. Ocurrida entre mayo y junio de 1801,
con datos que van entre los 15 y los 20 días de actos “puramente” bélicos. Napoleón
presionaba a la Corona española para que interviniese contra Portugal, que no
cumplía el embargo naval impuesto a Gran Bretaña permitiendo el atraque
de barcos británicos a los puertos portugueses. Obligado por los tratados de
cooperación con Francia que él mismo había promocionado como Primer
Ministro, Manuel Godoy organiza una expedición militar “de castigo”
contra Portugal.
En
principio, la intervención militar iba a ser conjunta entre españoles y
franceses. Pero de hecho, el contingente francés se limitó a cubrir la
retaguardia de los españoles, quedándose en la frontera hispano lusa. Su
actitud debería haber hecho sospechar de las verdaderas intenciones francesas,
que usaron el pretexto de invadir Portugal para al final hacerlo de toda la península.
Pero Godoy no tuvo el “olfato” suficiente que se esperaba de su habitual
astucia política. Para él esa guerra iba a ser su consagración personal ante
el país, como se demuestra al insistir en encabezar él mismo al ejército
invasor. De hecho, cambió su título de secretario de Estado que llevó en su
primera etapa de gobierno entre 1792 y 1798, por el de Generalísimo cuando
volvió a ocupar el poder entre 1801 y 1808.
Más
que guerra fue una escaramuza. Las tropas españolas no encontraron resistencia
porque los portugueses creyeron que la presión de Madrid se limitaría a
las “amenazas” diplomáticas. Sólo las defensas de la ciudad de Elvas
pararon el avance español que había tomado ya una veintena de plazas
portuguesas. Cuando se firmó la paz con el Tratado de Badajoz, donde
Portugal reconocía su derrota, la mayoría de las villas lusas se devolvieron,
excepto Olivenza y su aldea Vila Real (hoy, Villarreal). Olivenza y sus aldeas habían sido leonesas y luego castellanas hasta el Tratado de Alcañices, de 1297, que favoreció a Portugal tras intervenir en la guerra por el trono castellano entre Juan de Castilla y su sobrino Fernando IV. En 1801 cuando las "reconquistó", España a la larga no las devolvió por una “cuestión americana”.
Madrid se negó a devolver esas estratégicas plazas, que colocaban la frontera en el curso natural del río Guadiana, como represalia por la ocupación portuguesa de las guarniciones y colonias españolas del territorio conocido como Misiones Orientales en Uruguay y el Alto Paraguay. Al enterarse las autoridades coloniales lusas en Brasil del agravio de la invasión española en Portugal, organizaron una “respuesta” invadiendo ese territorio oriental cruzando la frontera natural del río Piratiní. En este caso fueron los españoles los pillados de improviso, en un conflicto que se prolongó varios meses. Lo estrambótico del caso, que hace tan “tonta” a la Guerra de las Naranjas, es que al haber durado medio mes, cuando la noticia llegó a América y provocó la contienda allí, en la península ya se llevaba en paz semanas.
Puerta del ayuntamiento de Olivenza, de estilo manuelino portugués, claro recuerdo de su pasado como portuguesa. Créditos de la imagen: De Jsobral - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0 |
Madrid se negó a devolver esas estratégicas plazas, que colocaban la frontera en el curso natural del río Guadiana, como represalia por la ocupación portuguesa de las guarniciones y colonias españolas del territorio conocido como Misiones Orientales en Uruguay y el Alto Paraguay. Al enterarse las autoridades coloniales lusas en Brasil del agravio de la invasión española en Portugal, organizaron una “respuesta” invadiendo ese territorio oriental cruzando la frontera natural del río Piratiní. En este caso fueron los españoles los pillados de improviso, en un conflicto que se prolongó varios meses. Lo estrambótico del caso, que hace tan “tonta” a la Guerra de las Naranjas, es que al haber durado medio mes, cuando la noticia llegó a América y provocó la contienda allí, en la península ya se llevaba en paz semanas.
En
mitad de los convulsos años de la invasión napoleónica de la península
(1808-18014), Portugal no quiso y no pudo devolver esos territorios
americanos. Ambos países acabarían como “segundones” en el Congreso de Viena
de 1815 que reorganizaba el orden mundial. Sus reclamaciones territoriales de carácter local, poco importaban a las potencias absolutistas vencedoras de Napoleón. Además,
los procesos de independencia en América avanzaban y el problema territorial pasaría
a ser de rioplatenses y brasileños, en lugar de entre españoles y
portugueses. Allí el conflicto se alargó años, desde esos iniciales meses provocados por la Guerra de las Naranjas, hasta 1821 cuando las negociaciones sobre las disputas por la Provincia Oriental (en el actual Uruguay) se bloquearon tras la independencia de Brasil.
Una
guerra instigada por Napoleón y ejecutada por Godoy casi como un “capricho”
personal para su mayor –efímera- gloria, dejaría a simple vista pocas
consecuencias por tener una duración tan corta y un desenlace ridículo. Sin
embargo, fue la base para otra invasión de Portugal. Que en principio
volvía a ser hispano-francesa, con acuerdos firmados para repartirse Portugal
entre Madrid y París, pero que al final los únicos movimientos de tropas fueron
las napoleónicas tras la abdicación del rey español y la huida de la realeza portuguesa a Brasil en 1808.
Gustavo
Adolfo Ordoño ©
Periodista
e historiador
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