Sacerdotes y frailes, ayudados por soldados, fueron los encargados de recoger los cadáveres tras el 'Desastre de Annual' (1921) |
Parece que los historiadores e investigadores aprovechamos los centenarios o cincuentenarios acerca de hitos relacionados con nuestra historia en África para dar cuenta de su verdadera importancia. El lamento sobre la escasa buena bibliografía académica también forma parte de la divulgación cuando se presentan novedades que analizan estos acontecimientos históricos. Y, en efecto, es algo que como autor de un libro sobre la minusvalorada Guerra de Ifni he expresado, opinando que en nuestra historiografía no se ha dado una corriente «africanista» al nivel de los investigadores franceses o de la talla del «orientalista» británico.
Quizás sea debido a ese menosprecio y olvido que se tiende sobre estos hechos y que también es denuncia recurrente entre los historiadores y divulgadores que se ocupan de ellos. Un interesado desprecio que parte de los protagonistas, militares y políticos, ya que se afanaban por ocultar errores trágicos e incluso delitos y crímenes flagrantes. En esencia eso fue el llamado Desastre de Annual. Un compendio de tragedias, consecuencias de equivocaciones militares graves y de crímenes de guerra por decisiones políticas absurdas. Pues como bien apunta el historiador Daniel Macías, coordinador de A cien años de Annual: La guerra de Marruecos, reciente publicación de Desperta Ferro, el desastre de Annual no es una batalla. Es precisamente eso que lo «titula», un absoluto desastre en forma de retirada caótica de las tropas españolas siendo masacradas sin piedad por los rebeldes rifeños.
Se estima la cifra escalofriante de 10.000 soldados españoles muertos en ese desastre, donde apenas se combatió. La mayoría fueron asesinados en su desorganizada huida, que duró casi medio mes atravesando territorios enemigos y serían menos los que murieron en combate directo. Fue una matanza. Entre las víctimas el general que comandaba ese frente oriental de la campaña de Alhucemas. Un militar de prestigio pero de carácter arrogante, el general Fernández Silvestre. Los críticos con su actuación argumentan que cometería el peor de los errores militares por pura rivalidad personal con el general Dámaso Berenguer, que dirigía las fuerzas que avanzaban por el frente occidental. Fernández Silvestre se tomaba la campaña como una competición, queriendo llegar antes al punto donde las tropas debían confluir para sofocar la revuelta rifeña liderada por Abd el-Krim, posición principal que era precisamente Annual.
Por tanto, el avance prolongado de las tropas de Silvestre en territorio enemigo sin un control efectivo convertiría a su columna victoriosa en un gigante con los pies de barro. Pronto llegarían los problemas de desabastecimiento porque los rebeldes cortaban las rutas de suministro con facilidad, al no estar bien aseguradas y la situación de bloqueo llevó rápido a crear bolsas de tropas españolas, frágiles puestos rodeados de enemigos. Esas posiciones tomadas eran reconquistadas con facilidad por los guerrilleros rifeños, no había lugar donde hacerse fuertes. El día 21 de julio de 1921 se organizó una fuerza de rescate reagrupando lo mejor de las tropas en esa zona para liberar la posición de Igueriben, la más hostigada por estar próxima al objetivo de Annual. Resultó un fracaso y a la huida de los rescatadores se sumó la «estampida» desesperada de los sitiados.
De repente al día siguiente, como despertando de un mal sueño, el general Silvestre da la orden de retirada sin planificación alguna. Fue un «sálvese quien pueda» donde predominaron los actos viles más que los honorables y valerosos. Entre las actuaciones dignas destaca la carga de caballería del Regimiento Alcántara, que luchó hasta la muerte del último de sus hombres para permitir la retirada del mayor número de sus compañeros. Pero, como decíamos, las muertes en «combate digno» no abundaron y la mayoría de los soldados fueron ejecutados y antes torturados. El profundo odio y la fiereza de los guerrilleros rifeños contra esos derrotados soldados en retirada, se podría entender como «demonios» latentes por los considerados agravios coloniales. Aunque también estaría por medio la dureza de la vida en esas latitudes, donde la rapiña en las luchas intestinas de las cabilas -tribus- era una manera frecuente de sobrevivir.
Historiador y periodista
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