Yoshinori Sakai, apodado el Bebé de Hiroshima, corre a encender el pebetero de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 |
Tanto en los recientes Juegos de Tokio 2020 como en los celebrados en 1964, el recuerdo de las bombas de Hiroshima y Nagasaki ha estado presente de alguna manera. Ha sido con el simbólico porte de la antorcha olímpica por alguna víctima de esas bombas atómicas o en un discreto, pero emotivo, acto protocolario del Comité Olímpico Internacional. Curiosamente, otro gran desastre bélico para Japón que comparte aniversario se queda siempre fuera de las conmemoraciones de memoria histórica. Se trata del conocido como «Bombardeo de Tokio», que aunque con bombas de napalm causó más víctimas directas que las dos bombas nucleares lanzadas pocos meses después en Hiroshima y Nagasaki
Sin duda, cuando el Comité Olímpico Internacional concedió a Japón la celebración de sus segundos juegos olímpicos en Tokio 2020 muchos se percataron del «Aniversario redondo» que se creaba con la fecha del lanzamiento por Estados Unidos de las bombas atómicas en 1945. Además, como hemos visto, las Olimpiadas de Tokio 2020 han tenido sus jornadas finales entre el 6 y el 9 de agosto, días que se lanzaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki respectivamente... pero, por las circunstancias que todos conocemos, del año 2021 lo que hace un menos «redondo» aniversario al suponer el 76º Aniversario –y no el 75º- de esa barbarie.
En los Juegos de Tokio de 1964, a punto de cumplirse los 20 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, se decidió que fuera el joven Yoshinori Sakai, apodado el Bebé de Hiroshima por haber nacido en las afueras de esa ciudad el mismo día que se lanzó la bomba, el 6 de agosto de 1945, el último atleta que portase la antorcha que debía encender la llama olímpica de esos juegos. Un Japón de la década de 1960 que deseaba darse a conocer en la comunidad internacional como un país de paz, moderno y dispuesto a «pasar página». Los Juegos Olímpicos Tokio 1964, los primeros retransmitidos por TV a color, fueron un rotundo éxito y se comenzó a valorar esa nueva imagen del país asiático.
Llegamos a nuestro siglo XXI y nadie contó con la pandemia de Covid-19, que además de trastornar la realización normal de las Olimpiadas previstas para 2020 ha descuadrado aniversarios y desmotivado hacer ceremonias simbólicas sobre el pasado trágico de la última guerra. Era una oportunidad para recordar también otras fechas dentro de la incipiente acción memorialista que se está haciendo sobre la Segunda Guerra Mundial en Japón. El «delicado» hecho histórico del Bombardeo de Tokio en marzo de 1945, dentro de la «Operación Meetinghouse», difícil de tratar en la historiografía tanto nipona como americana, cumplió su 75º de manera discreta, casi desapercibida. La mayoría de los historiadores achacan esta «intencionada desmemoria» por el monopolio del trauma que ejercieron las bombas atómicas lanzadas poco después.
En Pax Augusta os ofrecemos una breve historia sobre este bombardeo que literalmente arrasó Tokio en 1945:
Un Tokio devastado por las bombas incendiarias lanzadas el 10 de marzo de 1945 por la aviación de EEUU |
Simplemente con los datos fríos sobre este bombardeo ya tendríamos una barbarie de magnitud sin precedentes. Más de cien mil muertos directos, más otros tantos miles de heridos y damnificados. Por otro lado, y para más barbaridad, este bombardeo empleó armas de destrucción masiva como eran las bombas napalm incendiarias sobre población civil durante la noche. Era una estrategia vil pero más efectiva, los bombardeos nocturnos con alevosía pillaban a los civiles en sus casas durmiendo. Al general estadounidense Curtis LeMay, que dirigió el bombardeo, no le pareció inmoral ni poco noble esa operación nocturna porque su proceder estaba dentro de los que justificaban esas acciones indiscriminadas sobre civiles para «salvar vidas» de los soldados estadounidenses, forzando la rendición nipona. La misma línea de discurso que justificó el lanzamiento de las bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki.
En términos de operatividad militar la misión fue perfecta y todo un éxito. Más de 300 bombarderos, la mayoría del tipo B-29, salieron de las islas Marianas y al llegar a las coordenadas de Tokio formaron a baja altura una «fila india» que en dos oleadas lanzó sobre la capital japonesa la escalofriante cifra de 1.700 bombas incendiarias. Entre esas bombas hubo «experimentos» de armas de destrucción masiva como las bombas de racimo con mezcla de fósforo blanco y napalm. Las pocas imágenes que se tomaron de esa tragedia muestran cuerpos carbonizados, algunos desintegrados en cenizas, y casas (de madera y papel, típicas del centro histórico) absolutamente calcinadas. Según estudios posteriores, el aire en Tokio llegó a alcanzar casi los mil grados esa noche en las zonas de impacto de las bombas. Los supervivientes caminaban semidesnudos por tener la ropa quemada, en una imagen que recuerda a las vistas en la Guerra de Vietnam décadas después.
Esta operación militar de bombardeo en marzo de 1945 sobre Tokio, de extrema dureza y gravedad, apenas es recordada en los memoriales japoneses. Además de haber sido muy poco investigada por los historiadores de un lado y otro. Que unos cinco meses después se produjese el uso de bombas atómicas, un arma «decisiva», por Estados Unidos en el conflicto desde luego eclipsó al bombardeo reciente sobre la capital nipona con «armas convencionales». Sin embargo, existieron y se mantienen otros motivos por los que Japón prefiere tener un perfil bajo sobre este recuerdo luctuoso.
Desolación en Tokio tras el bombardeo masivo de marzo de 1945 |
Por de pronto, en esos meses finales de la guerra para el imperio nipón supuso una afrenta sin igual que enardeció más a los partidarios de seguir la lucha hasta la muerte y fustró a los que empezaban a ver la posibilidad de alcanzar una rendición honrosa. En cambio, en EEUU supuso el preludio de un debate que se daría sobre la manera de acabar la guerra: combatir con el ejército batalla a batalla, con el evidente desgaste en vidas de soldados; o forzar la rendición japonesa con el uso de armas terribles contra la población civil, demostrando que son armas destructivas nunca vistas antes y que podrían acabar con todo el país en menos de una semana. Al elegir esta última opción, el debate pasó a ser moral: ¿eran necesarias tan extremas acciones bélicas sobre civiles cuando la derrota japonesa y el final de la guerra se preveían a corto plazo?
De alguna forma este debate -que avergüenza e incomoda- sigue abierto. En Tokio solamente existe un pequeño museo memorial sobre este cruento bombardeo, que pocos ciudadanos de la capital japonesa conocen. Situado en un barrio anodino de la zona Este (la más perjudicada en el bombardeo de 1945) cuenta con una exposición humilde basada en fotografías y objetos rescatados del momento. Sin duda, a los que desean que este hecho siga siendo una memoria histórica en «segundo plano» les ha venido bien que los Juegos Olímpicos Tokio 2020 se celebrasen en realidad el verano de 2021 y no poder «conmemorar» el 75º Aniversario del Bombardeo de Tokio de la «Operación Meetinghouse».
Gustavo Adolfo Ordoño ©
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