Irena Sendler, la enfermera polaca que salvó a cientos de niños judíos en ataúdes

 

Fotografía de Irena Sendler
como enfermera entre 1939 y 1943


 Ella no lo recuerda porque apenas tenía unos meses de vida, pero estuvo muerta y resucitó. Es una historia que conoció después gracias a que su salvadora, Irena Sendler, la encerró en el ataúd con una cuchara de plata que tenía grabadas sus iniciales y su fecha de nacimiento. Elzbieta Ficowska fue uno de los cientos de bebés que la enfermera Irena salvó de una muerte segura en el gueto de Varsovia al sacarlos narcotizados en ataúdes, haciéndolos pasar por muertos a causa del tifus. Los guardias nazis evitaban abrir esos pequeños féretros, espantados ante esa contagiosa enfermedad. La astuta enfermera y trabajadora social polaca, se las ingenió con esta macabra artimaña y otras tan singulares o más para salvar la vida de miles de niños en la Polonia de 1942

 

 Se calcula en 2.500 niños judíos del gueto de Varsovia los salvados entre 1940 y 1943 por Irena Sendler. Aprovechó su condición de trabajadora social en el municipio de Varsovia desde antes de comenzar la guerra para moverse en la ciudad una vez que fue tomada por los nazis. Sus contactos en la administración y en los hospitales de la ciudad sirvieron para dar refugio a los judíos, la mayoría niñas y niños, que lograba sacar del gueto. Un lugar horrible, una franja estrecha y pequeña de la urbe donde se hacinaban en condiciones infrahumanas medio millón de personas. Llegado 1942 la situación del gueto era extrema para los que aún sobrevivían; a la muerte segura que suponía la deportación a un campo de exterminio, se sumó la más que posible por inanición en ese infierno –gueto-. 

 Irena y otros sanitarios polacos a los que se les permitía una mínima atención de los judíos confinados, aceleraron las fugas de niños ante tan dantesca situación que acabaría con la revuelta judía en el gueto de 1943. Los menores eran más fáciles de sacar. Además de la ingeniosa idea de hacerles pasar por muertos en ataúdes, durmiendo a los más pequeños con narcóticos para que no llorasen en medio de la fuga, también muchos niños formaron parte de la «basura» del gueto. Escondidos entre las bolsas de desperdicios humanos y las mondas de patatas, casi único alimento que les llegaba. Otros fueron literalmente emparedados entre ladrillos que se fabricaban en el gueto y se exportaban a la construcción de los campos. Cualquier medio, por estrambótico que pareciese, era buscado para sacarles, con el beneplácito de los padres que asumían la separación de sus hijos como única manera de salvarles la vida. 


La icónica fotografía del niño judío rindiéndose tras el fin del "Levantamiento del Gueto" (1943)


 Cuando los nazis determinaron aumentar las deportaciones a partir de septiembre de 1942 y «cerrar» el gueto, Irena Sendler contactó con el Zegota, el Consejo de Ayuda a los Judíos, una organización que formaba parte de la Resistencia polaca dedicada a ayudar a los judíos de esa nacionalidad. Con esta ayuda y con su equipo de sanitarios, lograría convertir esas primeras fugas improvisadas en toda una red clandestina de apoyo a los judíos huidos del gueto y de familias de acogida para los menores fugados. Irena siempre se preocupó en que los niños no perdiesen su identidad y pudieran en el futuro ser encontrados por sus familiares. Además de dejarles en sus ropas algún objeto que les identificara, escondió los papeles con los datos de estos miles de niños. Algo que les facilitó al acabar la guerra su reencuentro con familiares o los trámites burocráticos para emigrar. 

 Sin embargo, tanto activismo solidario con los judíos de la enfermera Sendler y sus compañeros no resultaría tolerable para la GESTAPO. Considerada la cabecilla de esa red de apoyo, la detuvieron en octubre de 1943. Sería enviada a la prisión de Pawiak, un lugar especializado en torturar a los guerrilleros de la resistencia polaca. Allí fue torturada durante interminables interrogatorios, aunque no consiguieron rendirla y que delatase a sus camaradas. Se decidió entonces ejecutarla, para lo que fue trasladada a otra cárcel. Eso le salvó la vida porque sus colegas de la resistencia polaca y judía, existente tras el levantamiento del gueto, habían sobornado a los guardias que la custodiaban en el traslado. No esperó al fin de la guerra y siguió actuando de manera clandestina en tareas sanitarias y de apoyo a la resistencia guerrillera tras la revuelta de toda Varsovia en agosto de 1944. 

 Irena Sendler nacería en Otwock, Varsovia, un 15 de febrero de 1910, en el seno de una familia católica. Su educación cristiana fue en un entorno de solidaridad, bondad y respeto a los demás. Siendo su padre, el médico Stanisław Krzyżanowski, el mejor ejemplo de estos valores. A pesar de fallecer cuando ella tenía siete años, su progenitor dejó un legado imborrable en su hija. La actitud de compromiso y dedicación a los demás quedó demostrada en su propia muerte, al contagiarse del tifus que sufrían unos pacientes que ninguno de sus colegas quiso atender por miedo al contagio. Así, siguiendo ese digno ejemplo paterno, Irena encontró su vocación en el servicio a los demás haciéndose enfermera. 

Una Irena Sendler, ya muy anciana, cuando "recuperó" la notoriedad 


 Su actuación en la guerra y en los inmediatos años de la posguerra tuvo un inicial reconocimiento entre sus compatriotas. Seguiría involucrada en labores sociales en su Varsovia natal, incluso en los años sesenta una institución de Israel, la Yad Vashem, la nombró Justa entre las Naciones en 1965 en reconocimiento a su bondadosa acción salvando a miles de niños judíos. No obstante, el régimen comunista polaco entró en sus peores años de hermetismo social y la obra de Irena Sendler pasaría al olvido. Un causal encuentro de una noticia sobre su vida por unos estudiantes estadounidenses, la rescataría del olvido. Querían hacer una obra de teatro con su experiencia vital y el mundo volvería a conocer ese gesto de humanidad en medio de la barbarie del holocausto que tuvo Irena

Con casi cien años tuvo nuevos reconocimientos y llegaría a ser propuesta para el Premio Nobel de la Paz, aunque no se lo darían finalmente al fallecer el mismo año de la propuesta; el 12 de mayo de 2008. Tenía 98 años y fue en Varsovia, el lugar que la vio nacer y donde sería «justa entre los justos» durante la ocupación nazi...  


© Gustavo Adolfo Ordoño

    Historiador y periodista 

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