El mundo conocido y cómo puede existir todavía la idea del «Terraplanismo»

 

Grabado que aún convertía al mundo conocido en una tierra plana con bordes a la nada o, peor todavía, a las fauces de una criatura monstruosa

La expresión «el mundo conocido» servía para expresar al mismo tiempo una certeza y una duda. Los dominios territoriales que se conocían y los que estaban por conocer. En Pax Augusta te contamos la evolución de esa idea de «mundo conocido», una premisa más importante de lo que parece en el conocimiento histórico y en la intrahistoria de las civilizaciones...


  Ecúmene del griego οἰκουμένη = tierra habitada. Con esa palabra los antiguos griegos denominaban al «mundo conocido» y, por tanto, habitado. En concreto hacía referencia al mundo conocido por una cultura o civilización. Era el mundo conocido «habitado por los griegos»; porque se sabía de una tierra habitada por bárbaros pero resultaba ser un ecúmene desconocido. También, en contraposición, existía el mundo deshabitado y por conocer, ignoto, el llamado anecúmene. Estas dos palabras, cultismos, siguen existiendo con un significado casi idéntico al dado en la Antigüedad. Aunque ahora tienen una significación «universalista», que podríamos relacionar con la idea de la globalización como el «actual y habitado» mundo conocido. 

Durante el dominio romano la idea de ecúmene pasaría precisamente a definir al territorio controlado por Roma. En cierta forma imperio y ecúmene podían ser sinónimos. De hecho, con el Cristianismo, se usaría el término ecuménico para referirse no solamente al mundo cristiano, también a los territorios conocidos de los «bárbaros» pero ecuménicos por contar con iglesias reuniendo en ellas a pequeñas comunidades cristianas. En definitiva, el «mundo conocido» sería lo que hoy día consideramos en geopolítica la zona de influencia y/o poder de un Estado, una civilización o una cultura. 

 Por tanto, al territorio que conocemos y habitamos lo «reconocemos», le ponemos nombre, lo nombramos. A los mundos desconocidos se los imagina o se los recrea partiendo de lo real –conocido-  que acaba fantaseado. Lo hacemos ahora con esos mundos que pensamos existen en las lejanas galaxias. Y así ha pasado en la historia en todas las culturas. Las americanas y africanas parecieron desinteresadas en recrear físicamente sus geografías, pero eso no quiere decir que no tuviesen también la idea de «mundo conocido». No tuvieron la necesidad de cartografiar, aunque de otras maneras representaron sus ecúmenes-tierras habitadas para significar su forma de «estar en el mundo». 

La cosmovisión europea en plena Edad Media construía un imaginario del mundo conocido en una representación plana de la tierra ecuménica; teniendo a Jerusalén durante muchos años como centro de todos los mapamundi. Estaban los tres continentes que ya en época helenística se conocían: Europa, Asia y África. En la Alta Edad Media, además, los mapas estuvieron orientados al Este como eje principal de esa visión del mundo conocido. Con el paso de los siglos esas visiones del mundo conocido fueron cambiando según intereses. Ahora el centro del mundo podía estar en Roma o en Constantinopla

Mapamundi de Beato de Liébana conservado en el manuscrito de Saint Severn. El mapa se encara hacia el este y no hacia el norte, en contraste con lo usual en cartografía moderna. Se dice por tanto que el mapa está «orientado»De Illustrated by Stephanus Garsia (and other unnamed) - Dominio público



Al llegar la llamada era de los descubrimientos, con las exploraciones europeas buscando una ruta marítima más corta al Oriente, la «realidad» del mundo conocido se ampliaba para todos. Por hechos (circunstanciales en muchos casos) que todos conocemos se creó un, digamos, ecúmene ibérico. Portugal y España ampliaron en el siglo XVI el mundo conocido hacia el Oeste. América comenzó a ser parte de la cosmovisión europea y luego mundial. El viaje de dos ibéricos, Magallanes y El Cano, circunnavegando la tierra demostró que adentrarse mucho en los océanos no suponía precipitarse al vacío del fin del mundo. 

 Que la tierra era redonda se sabía desde la observación filosófica heliocéntrica de la antigua Grecia. Las mismas sombras provocadas por el sol sobre la tierra o las que aparecen durante los eclipses en la luna, también una observación reflexiva del horizonte en el mar lo pueden demostrar. Pero, curiosamente, durante siglos, llegando hasta la era moderna no se quiso creer o se olvidó de manera intencionada para simplificar los dogmas que debían conformar el mundo ecuménico. Había que esperar al esplendor de las exploraciones geográficas de los siglos XVIII y XIX para hacer del globo terráqueo una imagen consolidada del mundo conocido.    

Y por eso, ante tan apabullante demostración de la ciencia y del intelecto (racionalismo científicode esa redondez de la tierra mediante las exploraciones científicas de finales del XVIII y el siglo XIX, sería en este último siglo que cobrase interés y «crédito» recuperar la visión del «mundo plano y simple». Simplicidad en creer lo que se ve. Veo un horizonte plano, pues la tierra es plana. Fue una reacción conservadora de los defensores de la religiosidad a ultranza, ya que la ciencia estaba poniendo en tela de juicio muchos de los dogmas bíblicos sobre la creación del hombre y del mundo. Nacía el terraplanismo


Los últimos estudios psicológicos sobre las personas (terraplanistas) del siglo XXI que siguen defendiendo esa teoría reaccionaria del siglo XIX, pues en la Edad Media hasta la Iglesia sabía que la tierra era redonda aunque no lo difundiese intelectualmente, nos hablan de una mentalidad que rechaza el «esfuerzo intelectual». Ante la avalancha de información y conocimiento que podemos obtener en este «mundo conocido y globalizado», esas personas se vuelven a «encerrar» en un mundo suyo y conocido, sencillo de conocer. Estrechan su ecúmene (tierra conocida) a niveles narcisistas, egocéntricos, ellos son los únicos habitantes del verdadero y plano mundo




© Gustavo Adolfo Ordoño 
   Historiador y periodista 

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