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Ilustración recreada con la IA Recraft sobre un presidente Trump empeñado en las "soluciones simples" de encendido y apagado para abordar cuestiones complejas |
Alguna vez en sus vidas se habrán quedado marcados o “tocados” por algunos comentarios -opiniones o sentencias- escuchados o leídos. A mí me ha ocurrido varias veces y recuerdo con insistencia estos días un comentario hecho hace casi veinticinco años. Fue en boca de un colega publicista estadounidense, aunque me quiero otorgar cierto mérito en esa idea pues colaboré en que surgiera. Era la época de la implantación de la moneda euro en Europa y desde Estados Unidos existían lógicos recelos respecto a su moneda patrón mundial, el dólar.
Trabajábamos en la publicidad y marketing de un proyecto de agencia de viajes internacional, siendo la unión monetaria europea algo que trastocaba ciertos factores del negocio. Se apreciaban desde los EEUU planteamientos soberbios, de orgullo herido ante algo que podía ocurrir y que ocurrió: el euro tendría mayor cotización que el dólar en el mercado. A raíz de esto recuerdo el “comentario-marcador” en un perfecto español de mi compañero norteamericano dentro de las reuniones que tuvimos en Madrid. Según él, la nueva moneda euro iba a despertar a “fuerzas” reaccionarias y nacionalistas estadounidenses ligadas al sector económico que no pararían hasta revertir esa realidad: el dólar debía cotizar más alto.
"Ya entiendo, no os gusta perder ni a las chapas". No recuerdo si esas fueron mis palabras exactas y si el colega yanqui las entendió de manera literal. Pero la idea fue remarcar el excesivo sentido competitivo con el que los estadounidenses se toman todas sus relaciones, y sobre todo las económicas. Por eso estas semanas “belicistas” en el comercio internacional, con la llamada Guerra de los aranceles abierta por el presidente Trump desde Washington, me han traído el recuerdo de esa “idea revanchista” de hace más de veinte años. No sería descabellado relacionar esa intención de los trumpistas de hacer “grande de nuevo” a toda costa a USA, con ese sentimiento de agravio por la pérdida de fortaleza del dólar frente al euro de hace casi tres décadas.
Los comentarios salidos de tono de Donald Trump acerca de la creación de la Unión Europea con la finalidad exclusiva de “joder a los Estados Unidos”, irían en la línea revanchista del comentario que me marcó hace tiempo sobre el devenir de la economía mundial una vez se consolidase el euro. Parece que el tiempo nos ha dado la razón a esos dos jóvenes publicistas, un estadounidense y un europeo, que comentaron la política internacional hace un cuarto de siglo en una reunión de trabajo. Porque si no es muy difícil entender qué pretende el mandatario estadounidense con esa política arancelaria tan agresiva. Todo se reduce a una simple cuestión de revancha.
De esta forma, podemos entender que siendo la mayor potencia económica del mundo y el líder mundial en las empresas de nuevas tecnológicas, con una economía en crecimiento como tenía Trump al tomar la presidencia, su política económica se haya limitado a dar al OFF y apagar toda esa dinámica. Ha dado al botón de “apagar” tan bruscamente que el desastre en las bolsas internacionales puede llevar a una recesión de la economía planetaria. Eso dicen algunos expertos. Otros que intentan explicar su conducta hablan de tener que dar “apagado” para arrancar de nuevo con un ON basado en la supremacía estadounidense a toda costa.
La Administración Trump le da al OFF y luego al ON esperando en ese “nuevo encendido” seguir siendo la mayor potencia económica mundial, pero ahora reforzándose contra lo que tenía gran competencia. Así, por ejemplo, quieren ser también “la mano de obra” del mundo frente al monopolio en ello de Asia y China en concreto. Poner elevados aranceles para que todas las empresas vuelvan a fabricar en Estados Unidos, pues la deslocalización afectó muchísimo a sectores como la industria automovilística que empleaba a miles de estadounidenses. Aunque ese sistema de “apagado-encendido” resulta muy arriesgado en un mundo globalizado en el que, con sus cosas buenas y malas, el sistema que imperaba de relaciones se basaba en el “encendido constante” de los algoritmos.
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