Historia de los kits de supervivencia; ¿entre la previsión racional y la histeria colectiva?

 

Simulación con la IA Gemini de un Kit de Supervivencia durante la Guerra Fría


La reciente recomendación de la Unión Europea de tener su población un kit de supervivencia de 72 horas que incluya agua, alimentos, medicinas y herramientas básicas, nos sirve en Pax Augusta para hablaros de esta medida que es una historia más vieja de lo que pensamos



 Aunque todos solemos relacionar los kits de supervivencia con la época del "terror nuclear" de la Guerra Fría, es evidente que la idea de prepararse para emergencias no es nueva. Qué mejor kit de supervivencia que un almacén lleno de comida y agua en una fortaleza de la Edad Media para resistir hasta años un prolongado asedio. Ni que decir tiene que esa medida de almacenamiento de víveres y agua también se daba en la Antigüedad y no solamente por asedios y guerras, podía establecerse al conocer que esa ciudad pasaba por periodos intermitentes de sequías y malas cosechas.

De esta forma, el propósito del kit de supervivencia es tan viejo como el mismo instinto de ídem de la humanidad. No es difícil imaginar una avanzadilla de exploradores en la Prehistoria buscando caza y lugares donde recolectar, portando de alguna manera su "Kit" con herramientas básicas para hacer fuego y armas de caza. La idea principal siempre sería la de sobrevivir ante situaciones extremas que limitasen o eliminaran el acceso al agua y los alimentos necesarios. Además, a esa idea de garantizar los recursos mínimos para vivir durante una situación excepcional se unió la necesidad de contar con medios para "reparar daños".

 Ese carácter individual que ahora tienen los kits de supervivencia se fue adquiriendo cuando se logró mayor presencia en las sociedades de los derechos individuales fundamentales. La sociedad civil se preparaba para su supervivencia, pero empezaba por el derecho a la vida y a la salud que todo individuo tiene. En las guerras de mediados del siglo XIX donde el armamento comenzaba a ser muy destructivo, como las primeras ametralladoras, surgiría la idea de portar cada soldado una especie de bolsa de supervivencia con alimentos, agua y un botiquín de primeros auxilios. Fue el cirujano militar prusiano Freidrich von Esmarch quien primero introdujo un kit de Primeros Auxilios para su ejército durante la Guerra Franco-Prusiana, lo que permitió una mayor supervivencia y capacidad de recomponerse a los batallones prusianos.

La idea de una equipación individual de supervivencia para cada soldado se trasladó a la población civil. Durante los conflictos mundiales del siglo XX, el uso de armas químicas y de bombardeos masivos contra poblaciones obligó a los gobiernos a suministrar o recomendar equipamiento de supervivencia para los ciudadanos. Surgen los primeros manuales que explicaban como organizar uno de esos kits de supervivencia, tan necesarios en escenarios de emergencia tras un ataque del enemigo o por las distintas catástrofes naturales que pudieran darse. Era una medida interesada y algo distante, pero eficaz para solventar que esos gobiernos concentrados en hacer la guerra no pudieran ocuparse de primera mano de sus civiles.

Simulación por Gemini de una entrada a un refugio nuclear


 Sin embargo, en la Guerra Fría, la época dorada de los kits de supervivencia, se volvía a un concepto de "resistencia pasiva" en lugar de un propósito de "recuperación individual" para sobrevivir. Desde el conocimiento atroz observado en las consecuencias del uso de la primera bomba atómica contra la población civil, los kits de supervivencia fueron diseñados para ayudar a las personas a enfrentar emergencias relacionadas con ataques nucleares o conflictos prolongados. 

Estos equipos de supervivencia variaron según el país estuviese en un bloque u otro de un mundo dividido: comunismo y capitalismo. No obstante, a un lado y a otro del Telón de Acero, las recomendaciones gubernamentales se basaron en unas pautas generales: 


  • Alimentos no perecederos: predominando las latas de conserva, las galletas de alto valor calórico y alimentos deshidratados que podían conservarse durante largos períodos.
  • Agua potable: usar grandes contenedores sellados con agua o en su defecto utilizar tabletas purificadoras para tratar agua contaminada.
  • Protección contra radiación: los equipos si podían debían incluir máscaras de gas, dosímetros para medir la radiación y mantas térmicas.
  • Herramientas básicas: algo tan simple pero eficaz como las navajas multiusos no deben faltar. Tampoco las linternas con baterías de repuesto, los fósforos impermeables y velas o similares, tipo candiles.
  • Primeros auxilios: el contar con botiquines con medicamentos esenciales, vendas, desinfectantes y manuales claros y concisos de primeros auxilios.
  • Comunicación: incluir siempre radios de onda corta o de manivela para recibir información en caso de cortes eléctricos.
  • Documentos importantes: no olvidarse de contar con una carpeta con las instrucciones de emergencia, mapas y, si fuese indispensable, también guardar en ella las identificaciones personales. 

 Casi durante medio siglo que perduró con más presencia la Guerra Fría, se promovió la construcción de refugios antinucleares en los mismos hogares civiles o en lugares apartados de las grandes ciudades. Todos equipados con esos kits de supervivencia detallados en los manuales gubernamentales. Fue algo muy común en Estados Unidos y en Europa, especialmente en los países nórdicos por la proximidad a la amenaza del armamento nuclear soviético. 

Hoy día, es decepcionante para el género humano ver como se recuperan esos miedos de Tiempos de Guerra que en aquella época llegaron al nivel de “histeria colectiva”. Gobiernos de países desarrollados elaboraron guías detalladas para la preparación civil ante una hecatombe nuclear, facilitando o promoviendo la construcción de refugios antinucleares. El kit de 72 horas de la Unión Europea tiene algo de esa memoria del terror atómico tan “ochentero”.

  





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