Prejuicios y conceptos complejos de definir hacen difícil analizar la historia del Pacifismo. En principio, parece algo evidente: la paz sería la ausencia de guerra o la situación carente de violencia y protagonizada por la estabilidad. Es decir, el antónimo de todos los conceptos belicistas o relacionados con el «conflicto». Pero no es así en términos reales o conceptuales. La Paz puede tener una evidencia semántica, como palabra con un significado, pero no suele significar casi nunca una «realidad» como lo hacen las palabras mesa o casa. Por eso se ha tendido a asociar su historia con los planteamientos filosóficos de algunas religiones o movimientos espirituales históricos.
Debido a ese carácter de «utopía», se ha procurado ver en el Pacifismo un origen remoto encontrado en religiones como la de los seguidores de Confucio o en el hinduismo. Incluso, el primitivo cristianismo fue visto como un movimiento no-violencia y de desobediencia civil contra el dominio imperial de Roma. Algo que recogería Gandhi en la primera mitad del siglo XX durante su particular «lucha pacifista» por la independencia de la India del imperio británico. De esta manera, se obvia y se desvía la atención al Pacifismo histórico contemporáneo que debe significarse como un movimiento político y social.
Así, movimientos tan significativos como el Pacifista
Alemán han quedado poco considerados y tratados en una historia del Pacifismo por
otro lado escasamente abordada en la historiografía. El movimiento pacifista
alemán, con sus dos etapas históricas, nos va a servir para historiar más
adecuadamente sobre el pacifismo moderno. La primera etapa surgiría en
el entorno de la guerra franco-prusiana (1870-1871), que no
solamente sería determinante para acelerar la unificación alemana. También
supuso una toma de conciencia en muchas personas sobre lo nefasto que resulta una guerra, tanto en sus vidas personales como en su opción de formar parte de
una sociedad mejor.
Estos burgueses alemanes que se plantearon el pacifismo a
finales del siglo XIX tendrían influencias religiosas, como las de los cuáqueros,
pero sobre todo se verían influenciados por el racionalismo y el utilitarismo (filosofía).
A finales del siglo anterior, el filósofo alemán Immanuel Kant en
su obra Sobre la Paz Perpetua (1795), planteaba una actitud laica para
la Paz; buscando un «ordenamiento» a favor de su consecución no desde
presupuestos éticos, sino jurídicos. Es decir, Kant pedía crear un orden jurídico
donde la guerra entrase de lleno en el terreno de lo ilegal.
Manifestación pacifista en la Alemania de los Años 20 |
Sin duda, este planteamiento kantiano será el que ponga las
«bases políticas» para los primeros logros del Pacifismo contemporáneo;
como fue en 1899 la celebración de la Conferencia para la Paz de la
Haya, un encuentro internacional convertido en hito al tener como
consecuencia la creación del determinante Tribunal Internacional de
Arbitraje, conocido como Tribunal de la Haya. Las dos grandes
guerras mundiales eclipsarían el progreso de esos movimientos y corrientes
pacifistas de la primera mitad del siglo XX. El militarismo y el belicismo
se impusieron, es evidente, pero la Paz intentó ser por esas
fechas algo más que la «ausencia de guerra»; siendo una ideología a sumar dentro
del siglo del florecimiento ideológico. Por ejemplo, la Internacional Socialista de primeros de siglo adoptó al Pacifismo como
objetivo político.
Durante el nazismo los movimientos pacifistas
dejaron de existir o fueron aniquilados, pero acabada la Segunda Guerra Mundial entraríamos en la segunda etapa del Movimiento Pacifista
Alemán, que nos seguirá sirviendo de muestra para historiar acerca del Pacifismo
contemporáneo. Como activismo político y social tendría gran acogida en
la Alemania de posguerra por razones obvias; la toma de conciencia de
haber sido un país en exceso militarista y violento cuajó en las nuevas generaciones
germanas. Curiosamente, lo haría en las dos Alemanias; pues la Guerra
Fría creó una Alemania comunista donde el pacifismo estaría hasta en su
Constitución. Ese Pacifismo Alemán de esas décadas sirvió de modelo al
resto de movimientos pacifistas del mundo.
Un Pacifismo Alemán que en la década de 1980 sacaba a las calles, tanto de Berlín como de Bonn, a cientos de miles de personas para protestar por el establecimiento de misiles nucleares de Estados Unidos en suelo germano. Que lideró las marchas pacifistas de los años 90 contra las primeras guerras del Golfo Pérsico y que se fusionó con partidos tan esenciales de la historia alemana como el de los Verdes, ahora se ve abocado a la marginalidad en un nuevo contexto bélico mundial. Un panorama visto como una reedición de aquella Guerra Fría donde fue «héroe protagonista», pero que ahora no consigue ni sacar a un millar de personas contra las guerras de Ucrania o la de Gaza.
La decadencia del pacifismo alemán es una clara muestra de la actual sensación general de fracaso de esa postura existencial o política que supone el Pacifismo. En la vieja dialéctica Guerra y Paz de la cultura occidental, reflexión tan veterana como el pensamiento sobre la naturaleza humana en la filosofía de la Antigüedad, el pacifismo nunca consigue tener entidad como una realidad propia. La Paz es una existencia por «ausencia de guerra», conflicto o violencia que suele ser el estado natural (Hobbes) de la humanidad. En esa subordinación de la paz frente a la guerra radica la percepción de fracaso que existe en -y sobre- el pacifismo. Porque siempre que la paz ha existido ha llevado un apellido relacionado con la guerra finada y el poder establecido tras ella: Pax Romana, Pax Hispana, Pax Americana, Pax Augusta...
Se trata de una línea de reflexión tramposa que no sale de la cuestión: ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? En esta época de tantos revisionismos históricos, sobre todo bajo la premisa de priorizar lo ajustado al sentir de los derechos humanos, no estaría de más revisar la reflexión que se hace sobre el pacifismo como valor ideológico-político en las sociedades civiles. Solamente cuando podamos concebir que la Paz es una realidad prexistente a la guerra y una aspiración utilitarista (realista) de la humanidad, haremos del Pacifismo un valor político y cívico a nivel universal. No es necesario para ello que pierda su carácter idealista. Aspirar a una «paz absoluta» es lo utópico, pero construir sociedades justas y pacíficas es posible.
© Gustavo Adolfo Ordoño
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