Robert Oppenheimer: «Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos»

 

Un envejecido Oppenheimer muestra en su mirada el constante debate moral que sufría


 Robert Oppenheimer, nacía un 22 de abril de 1904 en la ciudad de Nueva York. Su padre era un adinerado importador textil, cuya familia de origen judío había llegado a Estados Unidos hacia 1880. Esta posición social resolvería las cuestiones financieras para toda la vida del joven estudiante de Harvard. Interesado por la química y la física, completaría sus estudios en la prestigiosa universidad alemana de Gotinga (1926) y allí haría su doctorado en física teórica supervisado por el que sería Premio Nobel en 1954, Max Born. Su importante implicación en el «Proyecto Manhattan» desde 1941 para conseguir armas atómicas antes que los enemigos de EEUU en la guerra mundial, hizo olvidar sus otros grandes logros en el campo de la física teórica como sus principios sobre mecánica cuántica, sus teorías sobre los agujeros negros o la teoría cuántica de campos. Moría en 1967 a causa de un cáncer de garganta.


El Genbaku, la célebre cúpula del edificio que se mantuvo en pie en Hiroshima.
Hoy es un parque para la memoria histórica


 Si tuviese que destacar una faceta de la vida de Robert Oppenheimer (1904-1967) sería la «contradicción». Su famosa cita, extraída del texto sagrado hindú Bhagavad Gita: "Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos", en realidad encierra no un arrepentimiento sino más bien una «obligación moral» de hacer lo debido. El príncipe Arjuna se niega a ir a la guerra porque supondría llevar a la muerte a muchos de los suyos y tener que matar a enemigos que antes eran personas conocidas. 

Para convencer al príncipe de que su deber es ir a la guerra, el dios Vishnu toma una forma amenazadora, brotándole ocho brazos y pronunciado la ya famosa frase gracias a la cita de Oppenheimer. Era una forma de simbolizar que hasta un dios benévolo, creador de vida, debía cumplir con su deber, una obligación más trascendente que él y que no le dejaba otras opciones. Con esta consideración moral, el príncipe Arjuna decide ir a la guerra.

En una especie de búsqueda filosófica que le permitiera idear un código ético, Robert Oppenheimer se acercó a las religiones y filosofías orientales. Acabó conociendo bien el hinduismo y se sirvió de ese precepto moral del libro hindú Gita para intentar «explicarse» en los últimos años de su vida. Como director del secreto «Proyecto Manhattan», sería uno de los científicos que más se alegraron cuando la prueba Trinity fue un rotundo éxito el 16 de julio de 1945. Se probaba la primera bomba atómica de la historia en el desierto de Nuevo México y poco más de veinte días después se lanzaba la versión definitiva del prototipo en Hiroshima (Japón), con el horrible resultado que conocemos.

 Oppenheimer en el documental de la cadena NBC de 1965, donde pronunció esa famosa frase hinduista, reconocía que ese día de julio de veinte años atrás lo único que sintió fue alivio y satisfacción porque su deber como científico había sido cumplido. Es decir, en el fondo Oppenheimer nos estaba diciendo con su cita célebre que deseaba lo identificáramos con el príncipe Arjuna, no con un «dios destructor».


La famosa columna de humo en forma de hongo que provocó la explosión
de la primera bomba atómica



 Pronto comienzan las contradiccionesRobert Oppenheimer escribe una carta de protesta y de ruego para que se eliminen los proyectos de armas nucleares una semana después del bombardeo de Nagasaki, el 9 de agosto de 1945 con una bomba de plutonio. El científico comienza su carrera de «pacifista» y de activista contrario a las armas nucleares justo cuando el Imperio japonés firma su rendición, tras la hecatombe que supone para el país ser la víctima de las bombas atómicas que el mismo Oppenheimer había ayudado a crear. 

Un activismo contra las armas nucleares que seguiría toda su vida a pesar de ser nombrado en 1947 director del recién creado Comité de Energía Atómica de los Estados Unidos. Defendía la energía nuclear como fuente energética y como disuasión de poder tecnológico, aunque sin uso bélico. Esas contradicciones morales se agudizan más cuando sabemos que Oppenheimer no se arrepintió nunca de haber participado en el proyecto que creó las bombas atómicas y que reconoció haber sido uno de los partidarios de su uso. 

En la Administración de Washington se generaría un debate sobre si era conveniente utilizar armas tan mortíferas contra población civil cuando la guerra estaba ya claramente perdida para Japón. La motivación a debate era muy egoísta: usar esa arma definitiva que acabase la guerra y dejasen así de morir en combate tantos soldados estadounidenses. Se consultó a varios científicos y asesores militares, siendo Oppenheimer uno de ellos partidario de su uso en una mezcla de pragmatismo y resignación, que recuerda a la ética hindú que usó más adelante para explicar su conducta.

Parece que ese «particular código ético», donde la obligación superior a cumplir de toda persona está por encima de su conciencia, estuvo presente en la vida del científico neoyorquino desde su juventud. Quizás provenir de una acomodada familia judía de Nueva York, con una cultura ética del deber y la responsabilidad, ayudó a perfilar el carácter moral de Oppenheimer.

Al final de su vida, tras ver la destrucción generada por su ingenio científico, su pensamiento buscando tranquilizar la conciencia se centraría en luchar contra la proliferación de las armas nucleares. Detener la creciente enemistad entre los dos bloques de la Guerra Fría, frágil equilibrio sostenido por el temor a la destrucción total del mundo. Justamente al existir la posibilidad en cada bando del uso de ese armamento nuclear



© Gustavo Adolfo Ordoño

    Historiador y periodista

Publicar un comentario

0 Comentarios