El explorador, antropólogo y poeta Sir Richard Francis Burton en 1864 |
Cuando Rudyard Kipling (1865-1936) escribió el poema La Carga del Hombre Blanco, era 1899 y su compatriota el explorador y también poeta Burton llevaba muerto casi una década. Estábamos finalizando el siglo XIX y las potencias europeas se habían repartido África en la Conferencia de Berlín (1884-1885). Sobre todo se trazaron las fronteras coloniales fruto de las exploraciones geográficas en el África negra. Precisamente, el poema de Kipling hacía referencia a la «carga» que ahora asumía el hombre blanco europeo de tener que «civilizar a los salvajes» que habitaban esas tierras africanas con la colonización.
Tanto el título tan explícito como el uso político que hizo Kipling del poema no dejan lugar a dudas de su adscripción a la apología del imperialismo y el colonialismo británico. Los versos eran una imagen positiva de la colonización del hombre blanco sobre las «razas inferiores» porque se creaba la idea de ser una tarea-carga de obligación moral «civilizarlas». Un mandato entre divino y «humanitario» para salvar a esas gentes de la barbarie en la que vivían y llevarlas al progreso. Lo más curioso de este poema titulado La Carga del Hombre Blanco es que acabó siendo un panfleto político al servicio de la ocupación estadounidense de las Filipinas.
Pensado para el Jubileo de Diamantes de la emperatriz Victoria, el autor Kipling acabó adaptándolo para ayudar a los partidarios en Estados Unidos de emprender una nueva colonización, de carácter anglosajón, en la colonia española de las Filipinas. Al pasar al control estadounidense las últimas colonias españolas, se generó un debate en Washington sobre cómo tratar a esos territorios. Los argumentos del poema kiplingniano ayudaron a quitar los prejuicios estadounidenses hacia el imperialismo y el archipiélago filipino se trató desde la perspectiva de ser un puntal de un nuevo imperio de «los occidentales»: el Imperio de Estados Unidos.
Desde esa misma época, a caballo entre los siglos XIX y XX, el poema de Kipling y su ideario fueron contestados. Se hicieron otros poemas o escritos muy críticos o satíricos sobre esa visión supremacista del hombre blanco anglosajón. Destacan el ensayo denuncia en tono de sátira de Mark Twain, aprovechando la condena que hacía de los abusos militares de europeos y estadounidenses en China durante la Guerra de los Bóxers. O en el ámbito cultural hispano la más directa que hace el poeta modernista nicaragüense, Rubén Darío, destacando las enormes diferencias entre la labor colonizadora con verdadera moral civilizadora de España y el marcado materialismo burgués del colonialismo anglosajón.
Otros hombres blancos artesanos de las palabras fueron más allá de los versos y se hicieron exploradores, cronistas de sus viajes, con un código ético basado en el puro interés por el descubrimiento-conocimiento del «Otro». Fue el caso de Richard Francis Burton (1821-1890), que llegaría a ser también cónsul británico en Santa Isabel, actual Malabo capital de Guinea Ecuatorial. Según sus biógrafos acabó hablando a la perfección 29 lenguas entre europeas, asiáticas y africanas. Recordemos que es el traductor de la obra que impulsa a la corriente cultural del Orientalismo en Europa, Las Mil y Una Noches. Pionero en las exploraciones geográficas del África Central, se le considera junto al militar John H. Speke uno de los descubridores de los lagos Tanganica y Victoria.
Como «premio» a esa labor exploratoria a favor de los intereses británicos, en 1862 es destinado a Fernando Poo, la actual Bioko, como cónsul británico en la única colonia española del África negra. Estaba casado con una católica, Isabel Arundell, en una ceremonia secreta para evitar la oposición de su familia anglicana. El viaje desde Liverpool al Golfo de Guinea lo recogió en una especie de diario o tratado antropológico que tituló Vagabundeos por el Oeste de África. Cuando tras el largo viaje con escalas en varios puntos del África Occidental, la pareja llegó a Santa Isabel la Navidad de 1862 estaba cerca de celebrarse.
Isabel, la mujer de Burton, encontraría un ambiente más propicio para una celebración católica de las Navidades. Desde 1858 la tarea colonizadora española, con aportación de jesuitas españoles, había recibido un impulso gracias al primer gobernador español en Guinea, Carlos Chacón y Michelena. Aunque seguían existiendo misiones protestantes en Santa Isabel de la época en que la ciudad se llamaba Clarence, fundada por los ingleses, había comenzado entre la pequeña colonia de europeos una tendencia a catolizar las costumbres de la ciudad. El 25 de diciembre de 1862 se celebraría una de las primeras misas católicas de Navidad en la antigua Guinea Española.
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